?Desdichada Rep¨²blica!
Hay reg¨ªmenes pol¨ªticos -como sucede con las personas- que nacen con estrella y otros que lo hacen estrellados. A este segundo grupo pertenece la II Rep¨²blica espa?ola, as¨ª como todos sus defensores.
Repasemos brevemente su desgraciada historia. La Rep¨²blica viene al mundo a destiempo. Su liberalismo democr¨¢tico con afanes de reforma social choca con una serie de obst¨¢culos internos y externos. En el interior ha de enfrentarse a los extremistas de derecha e izquierda; los primeros la tachan de revolucionaria, los segundos de timidez o de tibieza en sus objetivos de cambio. En el exterior es el momento de la gran depresi¨®n, de la m¨¢s grave crisis econ¨®mica del capitalismo, del paro, de los totalitarismos de derecha e izquierda. Nadie da un duro por la democracia parlamentaria. En muchos pa¨ªses europeos se implantan sistemas autoritarios y la Iglesia, temerosa del comunismo, coquetea con Hitler y Mussolini con la firma de sendos concordatos que, objetivamente, les sirven de respaldo. Las agresiones de los grandes pa¨ªses no son sancionadas: Jap¨®n e Italia invaden tranquilamente Manchuria y Abisinia, sin mayores protestas.
Es intenci¨®n del Gobierno resolver definitivamente los efectos de la Guerra Civil a¨²n no reparados
Cuando se produce en Espa?a la sublevaci¨®n de 1936, Alemania, Italia, Portugal y el Marruecos bajo protecci¨®n espa?ola intervienen a favor de los rebeldes, mientras que Francia, Inglaterra y la Sociedad de Naciones -las dos primeras, con olvido incluso de sus intereses militares- cobardemente miran hacia otro lado. La Rep¨²blica nunca es reconocida, como lo que era, el Gobierno legal y leg¨ªtimo de Espa?a.
Derrotada aqu¨¦lla en el campo de batalla, los republicanos son objeto en sus personas de la represi¨®n interna m¨¢s terrible ocurrida en el Occidente europeo en la edad contempor¨¢nea. Eran la anti-Espa?a.
La victoria de los aliados en la II Guerra Mundial, en la que no falt¨® la colaboraci¨®n de los republicanos espa?oles, no va seguida, como parec¨ªa natural, de la ca¨ªda de Franco por su condici¨®n de protegido de los perdedores. La l¨®gica y las necesidades de la guerra fr¨ªa se imponen y los sacrificados, otra vez, son los republicanos espa?oles, que deber¨¢n esperar a la muerte del Caudillo.
Cuando ¨¦sta se produce, la renuncia a la Rep¨²blica como sistema pol¨ªtico, forma parte de la transici¨®n. Los republicanos, con todo, alcanzan una reparaci¨®n parcial. La total ha de aguardar tiempos mejores que todav¨ªa no han llegado, aunque el actual Gobierno, con acierto, est¨¢ en ello, pero no sin resistencias. Ha bastado con el anuncio del proyecto para la aparici¨®n de ¨¦stas.
Los adversarios de este reconocimiento, tan justo como tard¨ªo, argumentan, como siempre, que no es prudente hacerlo y que hay que asumir las injusticias causadas como parte de nuestro patrimonio hist¨®rico. En suma, que los republicanos han de seguir aguardando hasta que reine, se dice, "la objetividad" y hayan muerto todos los implicados en la Guerra Civil. O sea, para unos respeto exquisito, para otros desconocimiento de sus derechos hasta no se sabe cu¨¢ndo. ?Qu¨¦ tiene que ver esta rehabilitaci¨®n con revanchas y venganzas personales relacionadas con hechos ocurridos durante la guerra o la posguerra? Razonablemente, nada. Se trata, afortunadamente, de dos cuestiones distintas. Esta revisi¨®n y la paz civil son compatibles para las personas de buena voluntad.
Todo parece indicar que la intenci¨®n del actual Gobierno de resolver definitivamente los efectos de la Guerra Civil a¨²n no reparados y que afectan a todos los implicados est¨¢ sufriendouna lentificaci¨®n debido a estas resistencias que, incluso, buscan su apoyo en un supuesto compromiso de alto nivel de "que a los Franco no les pasar¨ªa nada" despu¨¦s del cambio de r¨¦gimen. Bien, nada que objetar, con o sin ese compromiso que bien puede ser cumplido sin necesidad de mermar los leg¨ªtimos derechos de los antiguos republicanos. Si se cede ante esas resistencias, estaremos ante una nueva postergaci¨®n de aqu¨¦llos, que no es ni justa ni necesaria.
La prudencia y la delicadeza son unas excelentes virtudes, pero a condici¨®n de que no sean empleadas como coartada para no reparar, ya, la dignidad y restituir la memoria hist¨®rica a quienes sufrieron por defender unos valores que hoy disfrutamos en nuestra sociedad democr¨¢tica. As¨ª, no vale.
?ngel Garc¨ªa Fontanet es magistrado em¨¦rito jubilado y presidente de la Fundaci¨®n Pi i Sunyer.
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