Dec¨ªamos ayer... ?y hoy?
La an¨¦cdota es tan conocida que no vale la pena contarla. Pero la frase de Fray Luis de Le¨®n, dicha al reincorporarse a su c¨¢tedra en la Universidad de Salamanca, luego de pasar cuatro a?os entre rejas por los excesos de la intolerancia, se me clav¨® entre ceja y ceja cuando me di cuenta de que el tiempo ha pasado pero las respuestas a lo que, como Fray Luis, dec¨ªamos ayer todav¨ªa no han llegado, incluso se han alejado: ?qu¨¦ dir¨¢n hoy -dentro de tan pocos d¨ªas que ya es hoy- los pol¨ªticos que se reunir¨¢n en la eterna Salamanca de Fray Luis cuando se hable del destino cultural del mundo que ellos representan desde sus altos cargos? ?Sabr¨¢n interpretar que ni los diversos documentos discutidos y aprobados por ellos de cumbre en cumbre, durante 15 a?os, o m¨¢s a¨²n, que ni siquiera las transnacionales de la cultura, la corriente quemante de la globalizaci¨®n o la democr¨¢tica Internet est¨¢n siendo capaces de superar la balcanizaci¨®n y banalizaci¨®n cultural iberoamericana que estamos viviendo y que nos incomunica y estupidiza cada d¨ªa m¨¢s?
Dicebamus hesterna die... S¨ª, porque parece que fue ayer, aunque me remonte hasta el a?o 1927, aquel tiempo fogoso en que los c¨ªrculos intelectuales latinoamericanos viv¨ªan la ola vanguardista-nacionalista que, entre sus m¨²ltiples beneficios, conducir¨ªa a la creaci¨®n de una literatura y un arte capaz de "redescubrir" todo un continente, para redefinirlo despu¨¦s. Fue en esa atm¨®sfera cuando el semanario madrile?o La Gaceta Literaria lanz¨® la piedra con un pol¨¦mico art¨ªculo que provocar¨ªa olas de indignaci¨®n entre numerosos artistas del lado americano del Atl¨¢ntico. En aquel art¨ªculo, donde se abogaba por un siempre necesario panhispanismo que englobara las culturas hisp¨¢nicas de una y otra ribera oce¨¢nica, se comet¨ªa el imperdonable exceso, para aquellos tiempos (y para los actuales), de afirmar que "es una necesidad urgente proponer y exaltar Madrid como meridiano cultural de Hispanoam¨¦rica", como soluci¨®n equilibrante destinada a frenar el avance penetrador de otras culturas, especialmente la francesa, en unos tiempos en que Par¨ªs era, sin duda alguna, el meridiano cultural de todo occidente.
Alejo Carpentier, entonces un joven periodista, estuvo entre los escritores que mostraron su desacuerdo con establecer un hipot¨¦tico meridiano cultural hispanoamericano en Madrid y as¨ª lo manifest¨® en una carta abierta enviada al habanero Diario de la Marina, que por entonces dirig¨ªa el espa?ol Manuel Aznar. Sin llegar a las exaltaciones y gritos (boutades, los califica Carpentier) que lanzaron, entre otros, los j¨®venes escritores nucleados en la revista bonaerense Mart¨ªn Fierro, Carpentier deja claro la impertinencia de la necesidad expresada por La Gaceta Literaria, y afirma que "Am¨¦rica tiene, pues, que buscar meridianos en s¨ª misma, si es que quiere alg¨²n meridiano".
Durante las pr¨®ximas tres d¨¦cadas, en las que se suceden acontecimientos hist¨®ricos que marcar¨ªan hitos del siglo XX, Madrid se vio imposibilitada de sostener cualquier pretensi¨®n de erigirse como meridiano cultural panhisp¨¢nico, aun cuando en los d¨ªas de la Rep¨²blica y la Guerra Civil funcion¨® como meridiano pol¨ªtico no s¨®lo de Espa?a, sino de toda la Am¨¦rica espa?ola y de buena parte del mundo.
Mientras tanto, los artistas americanos, en su af¨¢n de reafirmaci¨®n cultural y nacional, generaron por esos a?os todo un movimiento creativo y reflexivo que, abierta la d¨¦cada de 1960, fraguar¨ªa en fen¨®menos como el conocido boom de la narrativa hispanoamericana, que, curiosa y casi sorpresivamente, tuvo su meridiano cultural (o al menos editorial)... en Barcelona.
Los intentos realizados durante ese periodo -desde los a?os veinte a los cincuenta de la pasada centuria- por conseguir una unificaci¨®n de voluntades culturales en Am¨¦rica Latina ciertamente hab¨ªan rendido notables frutos que ayudaron a cultivar, tambi¨¦n, las decenas de intelectuales espa?oles exiliados a Am¨¦rica tras la derrota de las fuerzas republicanas en la Pen¨ªnsula. Ciudad de M¨¦xico, Buenos Aires y en cierta medida La Habana, se convirtieron en centros de la actividad cultural y, sobre todo las dos primeras, de la industria cultural hispanoamericana, a trav¨¦s de casas editoriales o productoras cinematogr¨¢ficas que distribu¨ªan obras por todo el continente y, en el caso de La Habana, como sal¨®n de prueba y gestaci¨®n del movimiento musical de Am¨¦rica y hasta de Espa?a.
El meridiano cultural hispanoamericano, movido por los vientos de la historia varios grados al occidente de donde pretend¨ªa colocarlo La Gaceta Literaria, tuvo incluso un momento de intensidad pol¨ªtica cuando en los a?os sesenta la capital cubana, exhibiendo los colores de su revoluci¨®n triunfante, atrajo la atenci¨®n y hasta los empe?os de la intelectualidad hispanoamericana y funcion¨®, por varios a?os, como un importante meridiano de reafirmaci¨®n y acercamiento cultural, a trav¨¦s de proyectos culturales concretos que agilizaron la comunicaci¨®n entre sitios remotos de la geograf¨ªa hispanoamericana.
La historia cultural de las ¨²ltimas tres d¨¦cadas no ha sido, en cambio, especialmente amable con esa intenci¨®n integracionista que tuvimos en la punta de los dedos en esos a?os sesenta. Factores de esencia pol¨ªtica, primero, y de desoladoras consecuencias econ¨®micas, despu¨¦s, terminaron por frustrar un proyecto unitario, a nivel de producci¨®n art¨ªstica y de comunicaci¨®n entre creadores, con el que se so?¨® por largos a?os y por el cual blandieron sus lanzas los j¨®venes de Mart¨ªn Fierro o los de la cubana Revista de Avance, a la cual estuvo vinculado Alejo Carpentier.
La existencia de una comunidad cultural iberoamericana, con sus congruencias y divergencias, con sus puntos en com¨²n y sus especificidades, es algo que existe sin lugar a las dudas. Sin embargo, los canales de distribuci¨®n y realizaci¨®n de muchas obras, otra vez movidos por los vientos de la historia (pero m¨¢s por los de la econom¨ªa), se han asentado ahora en Madrid y Barcelona sin que nadie se escandalice demasiado por ello: la fuerza de la realidad y del dinero se ha impuesto con su grosera preponderancia.
Desde su origen, hace 15 a?os, las cumbres iberoamericanas de jefes de Estado y Gobierno han dedicado un espacio (no sabr¨ªa decir si realmente importante) a la b¨²squeda de mecanismos de comunicaci¨®n en el terreno donde m¨¢s cercanos estamos o deber¨ªamos estar: el de la identidad y la cultura, que, a pesar de las particularidades nacionales o regionales, existe como un fen¨®meno multinacional de origen hist¨®rico y de presencia indiscutible. La necesidad de encontrar mecanismos de cooperaci¨®n, de comunicaci¨®n, de fortalecimiento y preservaci¨®n del patrimonio tangible e intangible ha sido una preocupaci¨®n permanente en estos fo-ros que, incluso, se proponen ahora la firma de una Carta Cultural Iberoamericana "que fortalezca el espacio cultural com¨²n a nuestros pa¨ªses", y con la cual se aspira a "establecer un instrumento innovador de cooperaci¨®n cultural iberoamericana, sustentado en los principios de reconocimiento, protecci¨®n y pleno ejercicio de los derechos culturales; de universalismo, solidaridad, apertura y equidad; de transversalidad de la cultura; de la especificidad de las actividades, bienes y servicios culturales; del derecho y responsabilidad de los Estados para dise?ar y aplicar pol¨ªticas culturales que protejan y promuevan la diversidad y el patrimonio culturales; y de contribuci¨®n de la cultura al desarrollo sostenible, la cohesi¨®n y la inclusi¨®n social", seg¨²n declararon en C¨®rdoba, cuatro meses antes de la reuni¨®n de Salamanca, los ministros y responsables de pol¨ªticas culturales de este universo espiritual.
Como es f¨¢cil observar, ya no se pretende colocar meridianos en ninguna parte, sino en todas. Pero ante la realidad en que vivimos no puedo dejar de preguntarme: ?ser¨¢n capaces esa pretenciosa Carta Cultural y los otros intentos integracionistas de la pr¨®xima Cumbre de Salamanca de dar algunos pasos de fusi¨®n ante el proceso de balcanizaci¨®n que nos aqueja? Pienso que nunca, en sus cinco siglos de historia com¨²n, los pa¨ªses de esta parte del mundo han estado a mayor distancia cultural unos de otros, al menos en lo que a posibilidades de consumo de arte y cultura se refiere e, incluso, en el terreno de la relaci¨®n entre creadores. La inexistencia de un mercado com¨²n del libro, por ejemplo, impide el tr¨¢fico de estos bienes culturales que, hoy por hoy, dependen casi siempre de las editoriales espa?olas (muchas de ellas convertidas en grupos empresariales transnacionales) para alcanzar una difusi¨®n que m¨ªnimamente escape de los ¨¢mbitos nacionales (lo que se publica en M¨¦xico no se conoce en Colombia y lo que se edita en Colombia no existe en Santiago de Chile y viceversa), pero con la dolorosa agravante de que, econ¨®micamente, esos bienes culturales, cuando existen, est¨¢n fuera del alcance de la mayor¨ªa potencial de sus consumidores, quienes, al menos en Latinoam¨¦rica, no parecen estar en cifras crecientes.
Mientras los artistas pl¨¢sticos buscan su meridiano (su mercado, debemos decir) en Europa y Estados Unidos, mientras las casas disqueras de cualquier m¨²sico que aspire a un m¨ªnimo de difusi¨®n son transnacionales sin rostro y a veces sin alma, mientras las industrias cinematogr¨¢ficas nacionales viven de crisis en crisis, estamos sufriendo la invasi¨®n de ofertas seudoculturales, sin patria ni coraz¨®n, que ocupan cada vez mayor espacio en las posibilidades e intenciones de consumo masivo de los iberoamericanos. Literatura con ba?o de esoterismo, telenovelas lacrimosas, comedias vac¨ªas, revistas del coraz¨®n (de producci¨®n local o internacional) o la monoton¨ªa grosera del reggaeton, llenan ahora mismo las expectativas de millones de personas imposibilitadas, muchas veces aun queri¨¦ndolo, de acercarse a la verdadera creaci¨®n pl¨¢stica, literaria, teatral de sus vecinos, sus primos hermanos culturales y espirituales.
Papeles son papeles, cartas son cartas, reza otra vieja sentencia, desconfiada y descre¨ªda de la capacidad de lo escrito para convertirse en realidad. Papeles y cartas existen, muchos, llenos de las mejores intenciones. Lo que faltan ahora (y desde hace muchos a?os) son las acciones concretas capaces de alimentar esa comunidad espiritual y cultural magn¨ªfica a la que pertenecemos y que hoy corre el peligro de desintegrarse o cuando menos de banalizarse ante la falta de meridianos propios y verdaderamente culturales, en un mundo en el que cada vez m¨¢s el arte y su consumo son parte de un negocio y, peor a¨²n, de una estrategia de estupidizaci¨®n masiva. Lo que dec¨ªamos ayer sigue sin respuesta o, m¨¢s grave a¨²n, tiene hoy una respuesta que da pavor. ?Lo saben los pol¨ªticos?
Leonardo Padura Fuentes es escritor cubano.
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