Muros de verg¨¹enza e impotencia
Muros de acero separan importantes tramos de la frontera entre Estados Unidos y M¨¦xico al objeto de impedir el paso de los emigrantes llegados desde cualquier punto de Am¨¦rica Latina. Muros de hormig¨®n se construyen entre Israel y los territorios palestinos para evitar que los habitantes de estos ¨²ltimos puedan transitar libremente por la frontera. Muros de arena levant¨® el ej¨¦rcito marroqu¨ª en el desierto para impedir que los saharahuis pudieran hostigarle y acercarse a las tierras de las que hab¨ªan sido expulsados. Muros electrificados separan, en muchas ciudades del mundo, los barrios de las clases m¨¢s acomodadas de aquellos otros en los que vive la mayor¨ªa de la poblaci¨®n, despose¨ªda de casi todo. Muros de hambre y de alambre se alzan, en fin, entre Europa y ?frica, en Ceuta y Melilla, una vez comprobado que toda el agua del estrecho de Gibraltar no es suficiente para separar los dos continentes.
Durante siglos, la humanidad se ha dedicado a levantar muros. Muros concebidos siempre para separar propiedades, pa¨ªses, personas. Cuentan que la ¨²nica construcci¨®n humana que los astronautas distinguen desde las naves espaciales es precisamente una muralla: la de China. Algunos muros y murallas fueron levantados para impedir o dificultar la entrada en un lugar determinado, para protegerlo de supuestas amenazas externas. Otros, por el contrario, fueron construidos para evitar la salida, convirtiendo el territorio en c¨¢rcel colectiva. De entre estos ¨²ltimos, el de Berl¨ªn fue sin duda el m¨¢s conocido. Se le llam¨® muro de la verg¨¹enza, subray¨¢ndose as¨ª el car¨¢cter ominoso de una construcci¨®n erigida para impedir que la gente pudiera abandonar libremente el supuesto para¨ªso en que viv¨ªa. Bien mirado, aquel muro era en realidad un monumento a la impotencia, pues eso y no otra cosa era lo que demostraban los jerarcas del r¨¦gimen estalinista de la RDA al levantarlo.
Hoy volvemos a levantar nuevos muros de la verg¨¹enza, que son muros de impotencia, para impedir que los parias de la tierra pongan en peligro nuestro para¨ªso occidental. Pero, de pronto, comprobamos que miles de seres desesperados deciden lanzarse en tromba para intentar saltarlos. No les importa el peligro que corren al hacerlo. Algunos mueren en el intento. Entonces sentimos el acoso de la verg¨¹enza. Sabemos que esa no es la soluci¨®n, y basta con asomarse a los peri¨®dicos o escuchar cualquier emisora de radio para o¨ªr la misma cantinela: que es l¨®gico que la gente huya de la miseria, que los que vienen lo hacen porque no tienen nada que perder, que deber¨ªamos hacer un mundo m¨¢s justo para que la gente no tuviera necesidad de buscar desesperadamente otros horizontes, que hay que ir al fondo de los problemas y no seguir poniendo parches..... Y si hay que buscar culpables, ¨¦stos, por supuesto, son siempre nuestros gobernantes, a los que, al parecer, nadie ha elegido.
Sin embargo, para alivio de la mayor¨ªa, tarde o temprano cambiar¨¢ el foco de atenci¨®n informativa, y otro tipo de noticias pasar¨¢ a acaparar la atenci¨®n de la gente. Entonces, durante unos d¨ªas, no tendremos que hacernos tantas reflexiones, ni tantas preguntas. Nuestra impotencia seguir¨¢ en pie, al igual que los muros que hemos ido levantando. Miles de desheredados seguir¨¢n rondando en torno a ellos esperando una oportunidad para saltarlos. Pero mientras nada de eso trascienda, al menos durante un tiempo, no sentiremos tanta verg¨¹enza. Nuestra preocupaci¨®n estar¨¢ en otros lugares. Tal vez en otros muros, levantados en otros pa¨ªses, por otras personas, que se convertir¨¢n en objeto de nuestra indignaci¨®n y nuestra ira. Clamaremos contra ellos se?alando su car¨¢cter vergonzoso. Y ello nos permitir¨¢, siquiera por unos d¨ªas, olvidar nuestra propia verg¨¹enza e impotencia.
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