Berlinesas como bot¨ªn de guerra
En los ¨²ltimos d¨ªas de la Segunda Guerra Mundial, cuando el Ej¨¦rcito Rojo entr¨® en Berl¨ªn -tras cruentas batallas en las que perecieron 300.000 soldados rusos- los vencedores, a la vez que iniciaban la liberaci¨®n de la ciudad, incurrieron en b¨¢rbaros atropellos y se cobraron el bot¨ªn. ?ste consist¨ªa en todo lo que se pudieron llevar y en las mujeres. Unas 110.000 berlinesas fueron sometidas a violaciones durante la semana en la que los rusos fueron los due?os de la ciudad. Los hombres permanecieron escondidos, protegidos y alimentados por las mujeres que consegu¨ªan comida, a pesar de la forzada confraternizaci¨®n.
Un tab¨² ha pesado durante d¨¦cadas sobre los abusos sexuales sufridos por las mujeres alemanas -incluido el secreto de la paternidad de sus hijos nacidos en 1946- y sobre el papel poco honroso de los maridos y novios en esta tragedia. Por esa raz¨®n, Una mujer en Berl¨ªn -un testimonio franco, firme, punzante- no tuvo recepci¨®n alguna cuando en 1959 se puso al alcance de los lectores alemanes (la traducci¨®n inglesa se public¨® en 1954). La sobriedad reflexiva con la que la autora describe sus terribles experiencias remit¨ªa con demasiada claridad a una realidad de explotaci¨®n sexual t¨¢citamente consentida.
UNA MUJER EN BERL?N
An¨®nima
Introducci¨®n de Hans Magnus Enzensberger
Traducci¨®n de Jorge Seca
Anagrama. Barcelona, 2005
323 p¨¢ginas. 18 euros
Medio siglo despu¨¦s de su primera publicaci¨®n, el libro no ha perdido contundencia, en parte porque su depurado estilo, su agudeza anal¨ªtica y su tema rebasan con creces el mero testimonio y, en parte, porque sabemos muy poco de este momento de parpadeo de la historia. La autora refleja en su diario, desde el 20 de abril hasta el 22 de junio, con escandalosa objetividad e iron¨ªa, la galopante depravaci¨®n que se apodera del ciudadano com¨²n durante la improvisada convivencia en los refugios antia¨¦reos y la posterior organizaci¨®n de la vida en una metr¨®poli colapsada. Las mujeres fueron las principales v¨ªctimas del nuevo orden violento, en el que se ve¨ªan reducidas a "un trozo de carne", a una garant¨ªa de supervivencia para los hombres: "En la cola del agua contaba una mujer c¨®mo un vecino la increp¨® en el refugio cuando los Ivanes se la llevaban y ella se resist¨ªa: '?Vamos, vaya de una vez! ?Nos est¨¢ poniendo a todos en peligro!".
Al contrario de muchas otras
compa?eras de sufrimiento que "rezuman bilis y odio", la autora registra sin resentimiento lo que ve. No juzga, ni moraliza, ni se averg¨¹enza de los pillajes y hurtos en los que participa; se horroriza ante la falta absoluta de sentido c¨ªvico (que el autoritarismo nazi hab¨ªa erradicado) de una antigua naci¨®n de cultura. Y reconoce en el derrumbe moral de los hombres un cambio en la imagen de la autoridad masculina: "Una y otra vez voy notando en estos d¨ªas c¨®mo se transforma mi percepci¨®n de los hombres, la percepci¨®n que tenemos las mujeres en relaci¨®n con los hombres. Nos dan pena, nos parecen tan d¨¦biles. El sexo debilucho. Una especie de decepci¨®n colectiva se est¨¢ cuajando bajo la superficie entre las mujeres. (...) En las guerras de anta?o, los hombres pod¨ªan reclamar el privilegio exclusivo de matar y morir por la patria. En los tiempos actuales, las mujeres tambi¨¦n participamos. Este hecho nos modifica, hace que nos volvamos descaradas. Cuando acabe esta guerra tendr¨¢ lugar, junto a otras muchas derrotas, tambi¨¦n la derrota de los hombres en su masculinidad".
Una mujer en Berl¨ªn contie
ne
muchas revelaciones importantes. ?Por qu¨¦ las mujeres callaron durante d¨¦cadas? Si por un lado su silencio constitu¨ªa un ulterior acto de protecci¨®n de sus maridos, amantes, padres o hijos del shock psicol¨®gico, sab¨ªan, por otro lado, que la verg¨¹enza masculina se trocar¨ªa en desprecio y repulsi¨®n hacia las v¨ªctimas. Lo pronostica la autora mientras los rusos est¨¢n todav¨ªa, al reflexionar sobre las diferentes visiones de la historia que se dar¨ªan despu¨¦s: "Y les gustaba contar historietas en las cuales sal¨ªan siempre bien parados. Nosotras, en cambio, tendremos que mantener la boca bien cerrada, tendremos que hacer como si se nos hubiera dejado a un lado, a nosotras, precisamente a nosotras. De lo contrario, al final no querr¨¢ tocarnos ning¨²n hombre".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.