Zozobra sin el m¨®vil
Fue de esos d¨ªas en que uno tiene, antes de salir de casa, la desagradable sensaci¨®n de que se ha olvidado alguna cosa, pero no recuerda qu¨¦. Y me encontraba ya en la calle cuando comprend¨ª lo que ocurr¨ªa. En efecto, faltaba algo en mi diaria impedimenta: me hab¨ªa dejado en casa el tel¨¦fono m¨®vil, el celular, (como dicen en la otra orilla) ese aparato que sirve, seg¨²n cierto anuncio televisivo, para que est¨¦s siempre conectado con tu mundo. "Conectado con tu mundo". La publicidad se ha convertido en una cantera inagotable de met¨¢foras. Pero eso no es nada en comparaci¨®n con su a¨²n m¨¢s importante efecto cultural: idear toda una mitolog¨ªa. La publicidad es responsable de la profusa mitolog¨ªa de nuestro tiempo. Se trata de una mitolog¨ªa formada por relatos y h¨¦roes ef¨ªmeros, fugaces (las campa?as se suceden a velocidad de v¨¦rtigo) pero no por ello deja de ser nuestro particular imaginario mitol¨®gico.
Ahora las nuevas tecnolog¨ªas tambi¨¦n colaboran en el engrandecimiento de ese universo m¨ªtico y as¨ª uno siente el m¨®vil como una extensi¨®n de s¨ª mismo. ?C¨®mo viv¨ªan los seres humanos antes de que se inventara ese artefacto? ?Con qu¨¦ inaceptable naturalidad funcionaba entonces el universo? Aquel d¨ªa en que sal¨ª de casa sin el m¨®vil empec¨¦ a sentir que vagaba como un n¨¢ufrago zaherido por las olas del espacio y el tiempo. Porque iba sin el m¨®vil, y eso s¨®lo pod¨ªa significar que en mi vida, entre mi gente, pod¨ªan estar produci¨¦ndose toda clase de accidentes, cat¨¢strofes y urgencias, sin que yo tuviera la m¨¢s m¨ªnima noticia.
Un amigo m¨ªo asegura que ¨¦l no sabe pasear, que su caminar s¨®lo adquiere verdadera verosimilitud si se dirige con certidumbre a alguna parte. ?Pasear? ?C¨®mo se hace eso?, me pregunta a menudo. ?De qu¨¦ modo acciona uno sus m¨²sculos cuando no se dirige a ning¨²n lugar concreto? Yo me re¨ªa de aquellas aprensiones, pero las comprend¨ª ese d¨ªa en que me vi, por primera vez en muchos meses, quiz¨¢s por primera vez en a?os, en la calle sin mi m¨®vil. ?C¨®mo vivir sin m¨®vil?, me pregunt¨¦ a m¨ª mismo. ?Con qu¨¦ rastro de confianza puede avanzar uno por la calle cuando acaso, a sus espaldas, hay amigos o familiares que le buscan con urgencia? ?Qu¨¦ infartos, qu¨¦ cr¨ªmenes, est¨¢n aconteciendo precisamente ahora, cuando nadie puede avisarnos? ?No se impone una fe absoluta en nuestros seres queridos, en nuestros compa?eros de trabajo, incluso en nuestros enemigos, cuando no podemos conectar con ellos y debemos confiar, sin pruebas telef¨®nicas, en que todo sigue igual? A menudo aludimos a la servidumbre laboral que comporta ese objeto diab¨®lico, pero tambi¨¦n habr¨ªa que aludir al desamparo que comporta ya vivir sin ¨¦l. Porque el m¨®vil nos ayuda a estar alerta, nos asegura un conocimiento instant¨¢neo del entorno, mientras que su ausencia nos transforma en culpables, en seres negligentes. Es como si, privados de nuestro m¨®vil, parte de la responsabilidad por las cosas que pasan nos pudiera ser transmitida.
Aquel d¨ªa en que, por primera vez en mucho tiempo, me vi sin tel¨¦fono m¨®vil era domingo. Fui a hacer esos recados propios del domingo (el pan, el peri¨®dico) que apenas son una excusa para salir de casa en busca de un caf¨¦. Y luego de cumplir los tr¨¢mites regres¨¦ a casa, dubitativo, aprensivo, temeroso de lo que pudiera encontrar en ella. Hab¨ªa sido casi media hora sin el m¨®vil. Y un beso filial, a la entrada de casa, me confirm¨® despu¨¦s que la incomunicaci¨®n hab¨ªa terminado y que durante ese grav¨ªsimo aislamiento no hab¨ªa ocurrido nada malo, nada que exigiera mi presencia. Encontrarme sin m¨®vil no hab¨ªa impedido mi puntual conocimiento de alguna terrible desgracia, ni siquiera el de alg¨²n peque?o contratiempo. De todos modos, lo primero que hice en casa fue localizar el aparato y, despu¨¦s de examinar el buz¨®n de llamadas recibidas (asombrosamente vac¨ªo), volv¨ª a cargar con ¨¦l para lo que quedaba del d¨ªa. Mi mundo volv¨ªa a ser el mismo. Es una idea un poco est¨²pida pero, con el m¨®vil, me sent¨ªa preparado para que el mundo siguiera funcionando, como si las desgracias, teniendo puntual conocimiento de ellas, no lo fueran tanto y los hechos afortunados, conocidos con la misma puntualidad, no perdieran su eficacia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.