El p¨¢jaro solitario
Y sin embargo la vida sigue. Como de hecho siguen vivas las obras que nos deja, sus rosas, sus vasos de agua, sus paisajes y homenajes junto a las rosas, vasos, lugares y homenajes que le sirvieron de modelo. Vivos igualmente estuvieron para ¨¦l, y siguen est¨¢ndolo, no s¨®lo sus amigos y seres queridos o quienes admiraron sus pinturas y escritos, sino su Murillo y su Vel¨¢zquez (a quien dedic¨® las p¨¢ginas m¨¢s memorables), su Tiziano, su Rembrandt, sus pintores chinos, su Juan Ram¨®n Jim¨¦nez y su Cernuda, su Tolst¨®i y Gald¨®s, su Van Gogh y Picasso, su Stravinski, su Mozart o Victoria de los ?ngeles, su Pastora Imperio o Manolete, formando entre todo ellos, los seres vivos y estas obras y testimonios excepcionales, una peque?a y verdadera familia para quien, como ¨¦l, solo y errante, estuvo durante tantos a?os necesitado de una, despu¨¦s de que un bombardeo criminal sobre Figueras destruyera la ¨²nica que ten¨ªa.
Arte con sentimiento y naturalidad, dos palabras que sonaban a provocaci¨®n
Desaparece uno de los creadores m¨¢s extraordinarios del siglo XX, una de las personas m¨¢s puras que hayamos conocido, alguien en verdad superior, y ese tr¨¢nsito viene rodeado de una extra?a aura: la de la irrealidad. ?C¨®mo creernos que ha muerto quien deja tras de s¨ª tantas obras vivas, llamadas a pervivir entre nosotros? Y de ese modo damos en creer que nada de esto, su muerte, el no encontr¨¢rnoslo ya nunca en carne mortal, el no poder hablar con ¨¦l, el saber que ya no nos esperar¨¢ aqu¨ª, a unos metros, en su casa de Madrid, o all¨ª, a miles de kil¨®metros, en su casa de Roma, damos en creer, dec¨ªa, que nada de todo esto es enteramente cierto. La propia vida, que ¨¦l am¨® por encima de todas las cosas con una alegr¨ªa singular, y la vida de su obra se encargan de confirm¨¢rnoslo. A menudo nos hemos preguntado quienes con ¨¦l compartimos este ¨²ltimo tramo de su vida, el m¨¢s sereno y acaso el m¨¢s hondo y fecundo en el que no es ocioso recordar el nombre de su mujer, Isabel Verdejo, Cuca, a quien en buena parte se debi¨® tal edad dorada, nos hemos preguntado, dec¨ªa, c¨®mo ha podido llevar a t¨¦rmino no ya una obra tan excepcional, sino c¨®mo ha podido haberla llevado a cabo en las circunstancias en que lo ha hecho, en medio de adversidades, tan discreta como aristocr¨¢ticamente minimizadas por ¨¦l.
Raro espa?ol que jam¨¢s recurri¨® a la queja, teniendo mil motivos para quejarse. Su propia naturaleza, como no pod¨ªa ser de otro modo en un creador original, le llev¨® a entrar en el arte por la puerta m¨¢s estrecha: la de la libertad. Pong¨¢mosnos en su lugar. Llega Gaya a Par¨ªs en 1927. Viene desde un remoto, polvoriento, provinciano rinc¨®n del sureste espa?ol. Tiene 17 a?os y pisa Par¨ªs ebrio de vanguardias. De cerca, esa modernidad le decepciona, y m¨¢s moderno, m¨¢s vanguardista y valeroso que ninguno de sus compa?eros, en la patria del cubismo, Gaya admite con discreci¨®n y firmeza, y un poco triste, lo que considera un enga?o: todo ese arte le parece muerto, no ya el nacimiento de una criatura muerta, sino la fabricaci¨®n de unos tristes artefactos, trastos destinados al mercadeo internacional. Pagar¨ªa muy caro esta insumisi¨®n, as¨ª como el haber descrito la tragedia de los cr¨ªticos, "que entienden de lo que no comprenden".
Le esperaban, s¨ª, en la org¨ªa vanguardista del arte, que durar¨ªa m¨¢s de medio siglo, la soledad m¨¢s absoluta y una incomprensi¨®n que ¨²nicamente en el ¨²ltimo tercio de su vida empezaba a disiparse, como muchos de los malentendidos que se cern¨ªan sobre su modo de ver la pintura y el arte. ?Y cu¨¢l era ese modo? Resum¨¢moslo con dos palabras que le fueron queridas: sentimiento y naturalidad. Una obra de arte ha de conmover y ¨²nicamente por emociones el hombre puede comunicar lo m¨¢s ¨ªntimo y valioso de s¨ª mismo, pero nada de esto ser¨¢ posible como no se haga desde la naturalidad. Transparencia y misterio en ¨¦l fueron adem¨¢s dos modos de manifestarse esa naturalidad. En un siglo tan ret¨®rico y racionalista como el XX, esas dos palabras hab¨ªan necesariamente de sonar a una provocaci¨®n. Desde ese momento su biograf¨ªa pas¨® a un segundo t¨¦rmino. Dir¨ªamos que, al contrario que tantos contempor¨¢neos que en parecidas circunstancias trataron de beneficiarse de la guerra, de la derrota o del exilio, Gaya se dedic¨® en cuerpo y alma, de manera inflexible, sin apartarse ni un cent¨ªmetro, a la pintura, a la escritura. Una dedicaci¨®n heroica en muchos momentos. Creo que desde esa remota fecha, 1927, su vida podr¨ªa resumirse en pocas l¨ªneas. A los 10 a?os le pidi¨® a su padre, obrero anarquista, dejar la escuela. C¨®mo se lo pedir¨ªa, que el padre accedi¨®. Desde entonces Gaya empez¨® a pintar. Se relacion¨® con todos los poetas y artistas del 27, pero el 27 le gust¨® siempre poco. Fue amigo, sin embargo, de los mejores, dif¨ªciles como ¨¦l, solitarios: Juan Ram¨®n, Cernuda, Gil-Albert, Bergam¨ªn, Mar¨ªa Zambrano, Rosa Chacel. Vivi¨® 14 a?os en M¨¦xico, exiliado, dando tumbos por pensiones y viviendo como pod¨ªa, pintando mucho, siempre lo hizo.
La vida que llev¨® en el exilio americano o europeo, en Italia o en Espa?a se parec¨ªa mucho. Discreta, al margen de todo y de todos, pero no de su reducida familia, esa hermandad de personas y obras elegidas por ¨¦l. Su casas, cuando dej¨® de vivir en pensiones y habitaciones alquiladas, se parec¨ªan todas un poco. Nunca tuvo estudio. El estudio iba con ¨¦l a una calle de Venecia o de Florencia, a un jard¨ªn, a las orillas del Sena, a un rinc¨®n de la huerta murciana o de la Albufera, a un caf¨¦, al museo; o se quedaba en el mismo lugar donde com¨ªa, donde charlaba con sus amigos, donde pasaba su vida. Una vida como tantas, de no haber sido la de quien encarn¨® los m¨¢s altos valores del arte. Tuvo desde ni?o el convencimiento de que al creador le elige la propia vida, y que no puede sustraerse a esa llamada, por habitar en ¨¦l lo sagrado. As¨ª pues, la del pintor vendr¨ªa a ser "una mano desnuda, de mendigo" que se abre paciente, esperando el don que la vida acaba por poner en ella. No hay lugar, pues, para la vanidad o el ruido. Todo ha de hacerse silenciosa, discreta, pobremente. Todo lo contrario de lo que conoci¨® a lo largo de un siglo que atraves¨® de extremo a extremo sin otro pasaporte que el de la pintura. Pero Gaya, que era un hombre vitalista, nietzscheano, nacido para la alegr¨ªa y la plenitud, no quiso jam¨¢s caer en la desesperaci¨®n. ?C¨®mo podr¨ªa desesperarse quien cree profundamente en la vida, como ¨¦l crey¨®? Por eso las ¨²ltimas palabras que salieron de su mano no pod¨ªan ser otras que ¨¦stas: "Lo que en realidad sucede hoy -en todo lo que va de siglo- es m¨¢s bien que ese impulso ha ca¨ªdo en un comp¨¢s de espera... necesario y descomunal. Pero un d¨ªa aparecer¨¢ en el aire una especie de arco iris inmenso y volveremos a tener poes¨ªa, m¨²sica, pintura y escultura verdaderas, limpias, desnudas...".
Desnudo como los hijos de la mar, tras muy larga vida buscando lo esencial, ha muerto quien esperaba hablarle a Dios un d¨ªa. En estos versos nos ha dejado la ¨²nica biograf¨ªa que podr¨ªa resumirle: "Pintar es asomarse a un precipicio, / entrar en una cueva, hablarle a un pozo / y que el agua responda desde abajo. Pintura no es hacer, es sacrificio, / es quitar, desnudar, y trozo a trozo / el alma ir¨¢ acudiendo sin trabajo".
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