Retratar el jazz
William Claxton, uno de los fot¨®grafos m¨¢s apreciados del mundo del jazz, recorri¨® en 1960 Estados Unidos. En compa?¨ªa de un music¨®logo alem¨¢n, zigzague¨® por el pa¨ªs en busca de los m¨²sicos y de las ciudades que hab¨ªan determinado la evoluci¨®n de aquel arte. Ahora, un inmenso libro recupera las im¨¢genes y los sonidos captados durante aquella aventura.
William Claxton tiene ese aire p¨ªcaro y sano de la vieja bohemia californiana. Irradia la satisfacci¨®n de alguien que ha vivido haciendo exactamente lo que quer¨ªa, y que, adem¨¢s, ahora recibe el reconocimiento general. Claxton cre¨® las im¨¢genes ic¨®nicas de Chet Baker y Steve McQueen, a los que ha dedicado maravillosos libros. Nunca crey¨® que hac¨ªa arte, pero ha comprobado, maravillado, que su fotoperiodismo se ha revalorizado. Edita tiradas limitadas de algunas de sus fotos, que se venden ahora entre 1.000 y 1.700 d¨®lares por copia, "m¨¢s de lo que me pagaban originalmente por un reportaje completo o la portada de un elep¨¦".
En los anales de la fotograf¨ªa estadounidense, Claxton es "el fot¨®grafo del jazz en la Costa Oeste". Un t¨ªtulo que le hace re¨ªr: "Contado as¨ª no tiene mucho m¨¦rito. Tuve la fortuna de estar cerca cuando California empez¨® a ser alguien en el mundillo del jazz, a principios de los cincuenta. No es s¨®lo que comenzaran a visitarnos los m¨²sicos de Nueva York o Chicago: al mismo tiempo naci¨® el West Coast jazz, que ten¨ªa una sensibilidad especial, muy cool. Yo era un estudiante de psicolog¨ªa en la UCLA [Universidad de California en Los ?ngeles] e intim¨¦ con m¨²sicos como Chet Baker o Shorty Rogers, que eran un poco mayores que yo".
"Chet Baker fue el James Dean del jazz. Era perfecto, como su m¨²sica"
Le gustaba captar a los m¨²sicos de jazz al aire libre, en su salsa
En Las Vegas actuaba Armstrong como telonero de Marlene Dietrich
Memphis Slim y Muddy Waters los recibieron con su 'blues' urbano
"Mis fotograf¨ªas son jazz para los ojos", dec¨ªa Claxton a los m¨²sicos
La habilidad de Claxton consist¨ªa en insinuarse en su c¨ªrculo, mostrarse amistoso y ganarse la tolerancia de personajes encerrados en posturas altivas. Aquellos m¨²sicos se sab¨ªan diferentes y respond¨ªan con estudiada indiferencia a la incomprensi¨®n de los squares, los ciudadanos convencionales. Su jazz ya no serv¨ªa para bailar y tampoco como m¨²sica de fondo. Hab¨ªa ocurrido la explosi¨®n del be-bop, que fue acompa?ada tambi¨¦n por un descubrimiento generacional de la hero¨ªna: "Si Bird se pone y toca as¨ª, yo tambi¨¦n deber¨ªa probarlo". Bird era Charlie Parker, con el que Claxton supo establecer un v¨ªnculo: "Recuerdo una noche en que, despu¨¦s de una interminable jam session, me le llev¨¦ a mi casa; es decir, a la casa de mis padres. All¨ª desayunamos, y Charlie se port¨® como un caballero".
Claxton no se dej¨® seducir por la hero¨ªna. Tuvo oportunidad de retratar a Art Pepper cuando el desdichado saxofonista sal¨ªa de cumplir una condena de prisi¨®n: "Le hab¨ªan destrozado como ser humano, pero no perdi¨® su talento musical". Tambi¨¦n vio la ca¨ªda a los infiernos de Chet Baker, al que llamaban "el James Dean del jazz": "Yo ayud¨¦ a crear su imagen, con aquellas fotos en las que se le ve¨ªa en un velero, con su novia o en su descapotable. Era perfecto: apol¨ªneo, melanc¨®lico, l¨ªrico?, todo lo que te suger¨ªa su m¨²sica. Hab¨ªa entonces un jefe de la Oficina de Narc¨®ticos que despreciaba el jazz y que se propuso hacer un escarmiento con los m¨²sicos. Aqu¨¦l era un mundillo muy peque?o, y les bastaba con esperar un chivatazo para entrar en una habitaci¨®n de hotel y detener a cualquier figura. Chet termin¨® por exiliarse a Europa".
Los m¨²sicos eran, ten¨ªan que ser, muy desconfiados; pero se habituaban a la presencia de Claxton, al que consideraban un grato compa?ero de viaje. Del cari?o ganado por Claxton dan testimonio los t¨ªtulos de temas que se refieren a ¨¦l: Sound Claxton! (Al Cohn), Clickin' with Clax (Shorty Rogers), Claxography (Dan St. Marseille). Su instrumento de trabajo, una Speed Graphic, era un armatoste que le hac¨ªa parecer uno de aquellos fot¨®grafos de sucesos que veneraban al neoyorquino WeeGee. Disparaba en los locales, en los camerinos, en los estudios?, pero insist¨ªa en captarles al aire libre, en la playa o en las monta?as del para¨ªso californiano. En un ejercicio de modestia, reclamaba para s¨ª el estatus de "fot¨®grafo de barrio"; s¨®lo que ha vivido desde siempre en Benedict Canyon, en la zona alta de Beverly Hills, y sus vecinos han sido algunas de las criaturas m¨¢s famosas de la industria del entretenimiento.
Pero el trabajo del que hoy hablamos aqu¨ª le llev¨® por todo Estados Unidos. A finales de 1959, Claxton recibi¨® una llamada desde la Rep¨²blica Federal de Alemania. Joachim-Ernst Berendt, un radiofonista y productor de discos, quer¨ªa recorrer el pa¨ªs del jazz en busca de los practicantes de lo que ¨¦l consideraba "el gran arte americano". Deseaba visitar las ciudades claves en su evoluci¨®n, conocer los festivales de Newport y Monterrey, ver los restos del pasado y la realidad del presente. Ten¨ªa presupuesto para tres meses. Necesitaba un fot¨®grafo introducido en el mundillo, y todos hablaban maravillas de Claxton: los m¨¢s enterados coleccionaban las portadas que hac¨ªa para la compa?¨ªa Pacific Jazz.
Quedaron en Nueva York, adonde Claxton lleg¨® con muchas horas de retraso, tras equivocarse y tomar un avi¨®n rumbo a San Francisco. Berendt era un erudito, pero, ante todo, un entusiasta. Se emocion¨® de alojarse en el hotel Alwyn, un establecimiento deteriorado al que acud¨ªan m¨²sicos yonquis y sus proveedores. Se impresion¨® cuando Claxton le facilit¨® entrevistas con los hermanos Ertegun y dem¨¢s responsables de sellos neoyorquinos dedicados al jazz, que a su vez le proporcionaron la v¨ªa de entrada a diferentes m¨²sicos. Los jazzmen tambi¨¦n se quedaron fascinados con Berendt: ya hab¨ªan conocido a estudiosos franceses y brit¨¢nicos, pero ¨¦ste ven¨ªa de un pa¨ªs que 15 a?os atr¨¢s estaba en guerra con Estados Unidos. ?Y sab¨ªa m¨¢s sobre la historia del jazz que muchos de ellos! Inevitablemente, lo de Joachim-Ernst qued¨® reducido a "Joe" o "Joe el Alem¨¢n". Hasta alg¨²n peri¨®dico se hizo eco de su expedici¨®n, asombrado ante el fervor por una m¨²sica que los estadounidenses consideraban simplemente parte del paisaje.
A bordo de un Chevrolet Impala alquilado subieron ellos y sus m¨¢quinas. El europeo, con su magnetof¨®n Nagra; el californiano, con su Leica, su Nikon y la Rolleiflex que Richard Avedon le hab¨ªa regalado (y muchos rollos de pel¨ªcula, en blanco y negro o en color). Ambos, urbanitas y sofisticados, chocaron inmediatamente con realidades desagradables. Berendt hab¨ªa o¨ªdo que en las islas Sea, en la costa de Georgia, exist¨ªan herm¨¦ticas comunidades negras que manten¨ªan ritos y m¨²sicas de fuerte sabor africano; localizarlas result¨® dif¨ªcil. Si se cruzaban con blancos, ¨¦stos les miraban con desprecio y se negaban a orientarles; pero si paraban cerca de negros, desaparec¨ªan corriendo: para ellos, unos blancos montados en un coche inmenso s¨®lo pod¨ªan traer problemas, hermano. Fueron mejor recibidos en las iglesias negras, donde se desataba el frenesi.
El sur de Estados Unidos fue tan estimulante y tan terror¨ªfico como hac¨ªa suponer su reputaci¨®n. En Nueva Orleans disfrutaron de la mejor hospitalidad sure?a, y pudieron fotografiar los famosos entierros festivos, con vecinos y deudos bailando detr¨¢s de la brass band. Pero luego fueron a la cercana penitenciar¨ªa de Angola, un campamento en las profundidades de Luisiana. Dec¨ªan que era la c¨¢rcel m¨¢s grande de Estados Unidos? y la m¨¢s inhumana. Llegaron con todas las recomendaciones, pero el director no quiso garantizarles la seguridad: les encerr¨® sin protecci¨®n en el sector negro, donde fueron bien acogidos por varios m¨²sicos de blues que recordaban la leyenda de Leadbelly, condenado por asesinato, que se supone fue indultado tras tocar para visitantes blancos. En Memphis comprobaron que todav¨ªa funcionaban las jug bands, r¨²sticas agrupaciones que usaban una jarra soplada como instrumento r¨ªtmico.
Llegaron a St. Louis, donde no hallaron mucha actividad jazz¨ªstica. Siguiendo un pista incierta terminaron en un club donde, vestidas con trajes masculinos, una cantante y una saxofonista interpretaban blues muy malamente; tardaron en advertir que aquello era un local de lesbianas donde la m¨²sica no ten¨ªa gran prioridad. Kansas City, otra de aquellas "ciudades del pecado" que tan acogedoras resultaron para los m¨²sicos de jazz, tambi¨¦n result¨® decepcionante, aunque visitaron a la desconsolada madre de Charlie Parker y fotografiaron su tumba.
Aunque tuvieron la oportunidad de conocer al elegante Ramsey Lewis Trio, pronto vieron que los barrios negros de Chicago estaban dominados por el blues urbano. Berendt, que ignoraba las barreras establecidas en Estados Unidos entre los sofisticados jazzmen y los proletarios bluesmen, tuvo acceso a los reyes del gueto. Les recibieron Memphis Slim y Muddy Waters. El segundo no estaba habituado a tratar con extranjeros que apreciaran su m¨²sica; pasar¨ªan todav¨ªa cuatro a?os antes de que aparecieran unos respetuosos melenudos brit¨¢nicos, los Rolling Stones, que confesaron que su nombre derivaba de un tema suyo.
El Chevrolet recorri¨® todo el pa¨ªs hasta llegar al sur de California, el hogar de Claxton. El fot¨®grafo quer¨ªa mostrar a su compadre germano el concepto hedonista del estilo de vida de su tierra. Le llev¨® al Lightouse, un club en Hermosa Beach donde los clientes pod¨ªan ba?arse en el Pac¨ªfico y volver al club, a¨²n mojados, para disfrutar de Miles Davis o Lee Konitz. Claxton tambi¨¦n ayud¨® a montar una reuni¨®n de jazzmen que se celebr¨® una tarde de domingo alrededor de una piscina. Hac¨ªa a?os que la mayor¨ªa de aquellos m¨²sicos, criaturas nocturnas, se hab¨ªa puesto un traje de ba?o, pero, en honor al visitante, incluso terminaron montando una jam session.
Joe Berendt se qued¨® enamorado de San Francisco, como ocurre con todos los europeos. All¨ª coincidieron con un amplio abanico de m¨²sicos: desde Wes Montgomery, el hombre que reinventar¨ªa la guitarra de jazz, hasta Cal Tjader, un descendiente de escandinavos con el veneno de los ritmos latinos en la sangre. Todav¨ªa quedaban en lo que se llama el ¨¢rea de la bah¨ªa muchos supervivientes de la primera quinta beat, todos con sus historias de primera mano sobre Jack Kerouac, otro viajero incansable, fascinados por el jazz.
Las Vegas no parec¨ªa un destino muy jazz¨ªstico, pero William Claxton insisti¨®: unos a?os antes le hab¨ªan encargado fotografiar all¨ª a Marlene Dietrich -"una anciana que sab¨ªa transformarse en una mujer atractiva"-, y conservaba contactos. En aquella ciudad inventada, Berendt pudo comprobar lo injusto que pod¨ªa ser el mundo del espect¨¢culo: Louis Armstrong, lo m¨¢s parecido al padre del jazz, era el telonero de la Dietrich. Pero el viejo Satchmo al menos actuaba en un recinto pensado para los espect¨¢culos. Simult¨¢neamente, la orquesta del colosal Duke Ellington tocaba en el hall de otro hotel, cuatro horas cada noche, ante la indiferencia de los jugadores y el estruendo de las m¨¢quinas tragaperras.
Berendt comprendi¨® que Las Vegas importaba artistas, pero no creaba arte. Por el contrario, la estancia en Detroit le ense?¨® que una ciudad que depend¨ªa de la industria automovil¨ªstica pod¨ªa generar un ambiente competitivo, un deseo general de modernidad que repercut¨ªa en la m¨²sica. All¨ª se top¨® con un m¨²sico prodigioso, Roland Kirk, un ciego que tocaba tres saxos a la vez y que conservaba suficiente aliento para, entre tema y tema, hacer chistes y contar historias. Claxton tambi¨¦n le col¨® en la fiesta de un pol¨ªtico local, donde los animadores eran titanes como Freddie Hubbard y J. J. Johnson. En Boston vieron los prodigios de la Berklee School of Music: el jazz, un arte que naci¨® clandestino, empezaba a ser acad¨¦mico.
Todav¨ªa les quedaba energ¨ªa para otra estancia en Nueva York. All¨ª volvieron a encontrarse con lo mejor y lo peor de la sociedad estadounidense. Claxton quiso fotografiar al actor Ben Caruthers, que tambi¨¦n tocaba el saxo tenor como si fuera un m¨²sico callejero. Durante la sesi¨®n se les acercaron tres polic¨ªas diferentes, exigiendo un misterioso permiso o sugiriendo una compensaci¨®n econ¨®mica (se les pag¨®, uno tras otro). Pero tambi¨¦n conocieron iniciativas particulares para ayudar a m¨²sicos necesitados, o el lugar exacto de Central Park donde Gerry Mulligan, incapaz de alquilar un local apropiado, hac¨ªa ensayar a su big band, ante el pasmo de las ardillas y las parejas de enamorados. Atraparon a Ray Charles, Thelonius Monk, Miles Davis?
El alem¨¢n y el americano se despidieron. Para Berendt, la experiencia fue iluminadora: entendi¨® que aquellos gigantes del jazz, mitificados en Europa, eran tambi¨¦n peones de la industria del espect¨¢culo, cuyas decisiones art¨ªsticas pod¨ªan estar determinadas por cuestiones tan pedestres como la mayor paga en tal local o el talante tolerante de equis jefe. Conjug¨® el respeto por el mecanismo de precisi¨®n de las grandes orquestas con la admiraci¨®n por los j¨®venes rebeldes. Vivi¨® el drama y la alegr¨ªa. Animador de sellos como MPS, Berendt tuvo una notable influencia en la escena jazz¨ªstica europea, con art¨ªculos y libros que ensalzaban el mestizaje intercultural, la experimentaci¨®n y hasta la aceptaci¨®n de las energ¨ªas del rock. Muri¨® en el a?o 2000, victima de un accidente.
Sin renunciar a su pasi¨®n por el jazz, William Claxton sigui¨® ampliando su campo de actuaci¨®n. Con la que ser¨ªa su esposa, la modelo Peggy Moffitt, se adentr¨® en la fotograf¨ªa de moda, formando ambos equipo con Rudi Gernreinch, un modista que tambi¨¦n fue uno de los iniciadores del movimiento de liberaci¨®n gay. Su trabajo con Chet Baker fue la inspiraci¨®n de una celeb¨¦rrima campa?a publicitaria, realizada por Bruce Webber para Calvin Klein (Webber contar¨ªa con Claxton para Let's get lost, su agridulce documental de 1989 sobre el desdichado trompetista y cantante). El mismo Claxton ha sido objeto de un par de documentales, uno de ellos alentado por uno de sus grandes admiradores, un actor con vocaci¨®n de fot¨®grafo: Dennis Hopper.
Hasta tiempos relativamente recientes, William Claxton sigui¨® fotografiando a m¨²sicos de jazz. Pero lleg¨® un momento en que dej¨® de ser estimulante: "Era frustrante ver fotograf¨ªas buenas reducidas a miniaturas, como corresponde al tama?o del libreto de un CD". Tambi¨¦n cambi¨® el procedimiento: "Antes qued¨¢bamos el m¨²sico y yo. Le hac¨ªa ver que conoc¨ªa su trabajo y le ped¨ªa que se fiara de mis instintos: 'Mis fotograf¨ªas son jazz para los ojos', le dec¨ªa. Ahora tienes que pasar por el director de arte, el manager, el abogado, el ejecutivo de la discogr¨¢fica, el maquillador, el estilista. Sencillamente, dej¨® de ser divertido".
El libro 'Jazz life', que incluye un CD con grabaciones 'remasterizadas', est¨¢ publicado por Taschen.
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