Y alumnos envalentonados
(Continuaci¨®n del pasado domingo)
Dije entonces que abordar¨ªa hoy el principal motivo de preocupaci¨®n, des¨¢nimo y depresi¨®n de los profesores de Ense?anza Secundaria, seg¨²n la carta enviada por dos mil de ellos a la Ministra de Educaci¨®n. Porque en esa misiva, las dos primeras cl¨¢usulas, de un total de cuatro, est¨¢n dedicadas al mismo problema, que no es otro que el de la disciplina. Nuestra ¨¦poca es tan ?o?a y rid¨ªcula que ha convertido esta palabra en poco menos que tab¨², cuando sin ella no se consigue hacer absolutamente nada: ni escribir un libro, ni tocar un instrumento musical, ni utilizar un ordenador, ni jugar al f¨²tbol, ni ser cantante ni ser actor. Y para lograr cualquiera de esas cosas se necesitan el ambiente adecuado y unas circunstancias que lo permitan. Si yo no puedo escribir un libro en Madrid con el estr¨¦pito de las obras municipales a mi alrededor, es de suponer que los profesores no puedan impartir sus ense?anzas -ni la mayor¨ªa de los alumnos recibirlas- en medio de un alboroto constante o, a¨²n es m¨¢s, rodeados de boicoteadores que campan a sus anchas.
"Los profesores han de 'demostrar' que les insultan"
Boicoteadores de las clases los ha habido siempre en los colegios, pero las Leyes de Educaci¨®n no se pon¨ªan de su parte ni les daban la raz¨®n, como sucede desde la LOGSE en adelante, en el mayor desatino imaginable. Hasta hace no demasiado tiempo, un profesor no pod¨ªa expulsar del aula a un boicoteador, ni a un chulo, ni a un acosador, ni a quien insultaba al propio profesor. ?stos lo ten¨ªan prohibido, los estudiantes lo sab¨ªan y desafiaban sin cesar la autoridad de aqu¨¦llos, atados de pies y manos. Una amiga m¨ªa, que durante diez a?os trat¨® de dar clases en un Instituto de Getafe, ante la imposibilidad de cumplir con su obligaci¨®n y de poner freno a los envalentonados boicoteadores, acab¨® expuls¨¢ndose a s¨ª misma, y anunciando al conjunto de los alumnos que no regresar¨ªa hasta que una mayor¨ªa acordara que se deseaba continuar con las lecciones e impusiera su voluntad a los alborotadores. Eso se ha reformado levemente, y ahora s¨ª es posible expulsar, pero el profesor debe salir de la clase con el expulsado, dirigirse a la Jefatura de Estudios, abrir all¨ª un expediente y no s¨¦ cu¨¢ntos tr¨¢mites m¨¢s. Para cuando el docente vuelve al aula, la hora suele haberse evaporado, y adem¨¢s se corren riesgos. Otra amiga m¨ªa vio entrar a una alumna veinte minutos tarde y cantando a voz en cuello. Invitada a sentarse, ¨¦sta prosigui¨® su cante en el pupitre. Mi amiga la cogi¨® del brazo (ni siquiera la agarr¨®) y se encaminaron las dos a la Jefatura en cuesti¨®n. Por la tarde, se le present¨® una familia gitana dispuesta a ajustarle las cuentas, pues la adolescente hab¨ªa contado en casa que la profesora le hab¨ªa pegado.
Una de las locuras de las actuales Leyes de Educaci¨®n es que conceden el mismo valor a la palabra de los alumnos que a la de los profesores, los cuales han de demostrar, como si vivieran ante un tribunal, que tal o cual estudiante los ha insultado o les ha agredido, como ocurre con m¨¢s frecuencia de la que imaginamos. Para ello necesitan testigos, y los ¨²nicos de que suelen disponer son los compa?eros del falt¨®n o del agresor. Cualquiera con un poco de memoria de sus a?os escolares recordar¨¢ lo mal visto que est¨¢ el chivatazo a esas edades, y lo desagradable que adem¨¢s es fomentarlo. S¨¦ de un profesor que mand¨® a los muchachos abstenerse de llevar sus gorras puestas en clase (norma b¨¢sica y convencional de educaci¨®n, aunque hoy la incumplan cada vez m¨¢s adultos). Un estudiante se neg¨®, recurri¨® ante el consejo escolar y ¨¦ste le dio la raz¨®n, aduciendo que la obligatoriedad de descubrirse bajo techo era "un atentado contra la libertad". Supongo que tambi¨¦n lo ser¨¢, seg¨²n eso, impedir que los chicos acudan en traje de ba?o o en calzoncillos, o descalzos, o que orinen donde les venga en gana, o que se preparen un porro en el aula. Otra cosa que los profesores tienen vedada es forzar a abrir la mano a un alumno, as¨ª sospechen que en ella se esconde una china o una navaja. Ante cualquiera de estas eventualidades, han de llamar a la "Polic¨ªa Tutora", para que ella intervenga y, claro est¨¢, jam¨¢s pille a nadie con las manos en la masa.
La situaci¨®n es al parecer tan desesperante y demencial que yo a¨²n no me explico c¨®mo quedan personas dispuestas a ense?ar. A los pol¨ªticos se les llena la boca con palabras bonitas sobre la importancia y dignidad de los docentes. Pero sus Leyes hacen todo lo posible por privarlos de esa dignidad, mermarles su autoridad real y moral, y, lo que es peor, por obstaculizarles su tarea de educar. Esto ¨²ltimo lo llevan a cabo cada vez menos padres (pero de esto hablar¨¦ otro d¨ªa, quiz¨¢), y a los ense?antes no se les deja. La carta de los dos mil termina pidiendo a la Ministra que su Partido reconozca su ya prolongad¨ªsimo error y que lo rectifique antes de que sea demasiado tarde. Pero como el PSOE es en algunas cuestiones el m¨¢s ?o?o y rid¨ªculo de los partidos (bueno, en re?ida competici¨®n con IU), es de temer que no se enmiende y que debamos resignarnos a carecer de ciudadanos c¨ªvicos y semieducados durante unas cuantas generaciones.
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