Problema espa?ol
Decenas o quiz¨¢ miles de veces hemos o¨ªdo hablar del problema catal¨¢n para definir las no siempre f¨¢ciles relaciones pol¨ªticas y a veces tambi¨¦n sociales en el encaje pol¨ªtico y cultural de Catalu?a en Espa?a. La utilizaci¨®n reiterada del problema catal¨¢n ha tenido tradicionalmente, y sigue teniendo, tres connotaciones. La primera es que est¨¢bamos ante una cuesti¨®n problem¨¢tica, no pac¨ªfica. A alguien le puede parecer ¨¦ste un aspecto intrascendente, pero no lo es. Probablemente esta connotaci¨®n es la que hist¨®ricamente est¨¢ en la base de las respuestas militares y represivas m¨¢s importantes, como el golpe de Estado que acab¨® con la II Rep¨²blica y dio pie a la Guerra Civil y posterior dictadura, y a buena parte de las intentonas golpistas del periodo de la transici¨®n democr¨¢tica de la segunda mitad de los setenta e inicios de los ochenta.
La segunda connotaci¨®n de eso que definen como el problema catal¨¢n es que el origen o la base de ese problema somos los catalanes. Hemos sido hist¨®ricamente los responsables de crear de manera artificial ese problema. Y l¨®gicamente lo somos tambi¨¦n de plantearlo. Por si esto no fuera poco, nuestra particular psicolog¨ªa como pueblo nos ha hecho acreedores de una tercera convicci¨®n: los que tenemos el aut¨¦ntico problema somos nosotros, los catalanes. Hasta el momento hemos sido incapaces de plantear la cuesti¨®n que subyace en el fondo de lo que se ha etiquetado como problema catal¨¢n como algo que interesa e incumbe a buena parte de los espa?oles.
Estos d¨ªas estamos teniendo ejemplos muy valiosos que nos indican hasta qu¨¦ punto esas connotaciones siguen estando presentes, la pregunta es hasta cu¨¢ndo. Es evidente que seguimos sin poder apreciar en el subsconsciente colectivo de los espa?oles, como m¨ªnimo de aquellos que tienen una capacidad para liderar opini¨®n p¨²blica, ning¨²n indicio que nos diga que la percepci¨®n que tienen sobre toda esta cuesti¨®n no es ya la de un problema catal¨¢n. De la misma manera, en Catalu?a tenemos muchos indicios de la existencia de amplios sectores que probablemente tienen la convicci¨®n de que el debate actual es el resultado de una actuaci¨®n, hasta cierto punto caprichosa, de nuestros pol¨ªticos, que de alguna manera han creado artificialmente los motivos para tanta tensi¨®n.
Con estas actitudes, se intuye muy dif¨ªcil el camino que habr¨¢ que recorrer en los pr¨®ximos meses en todo el debate estatutario. Sin embargo, no es un debate imposible, a pesar de todo el ruido medi¨¢tico que nos rodea. No lo es porque por primera vez la propuesta que ha emergido de las instituciones catalanas puede permitir plantear la cuesti¨®n desde una ¨®ptica diferente a la que ha sido tradicional. Es evidente que puede ser dif¨ªcil creer que se puede dar un vuelco a todo lo que est¨¢ aconteciendo y a todo lo que estamos oyendo.
Es cierto que la reacci¨®n espa?ola a la propuesta de nuevo estatuto ha sido m¨¢s propia de una situaci¨®n de emergencia nacional que de un debate pol¨ªtico y social planteado en los m¨¢s estrictos cauces de la legalidad y por los procedimientos institucionales constitucionalmente previstos. La reacci¨®n ha dado lugar a la creaci¨®n de facto de una gran coalici¨®n donde banqueros y sindicalistas, militares y defensores del pueblo, l¨ªderes de la derecha y de la izquierda e intelectuales de todos los pesebres existentes han aprovechado para dar su opini¨®n sobre el problema catal¨¢n que, seg¨²n ellos, la propuesta de nuevo Estatuto plantea.
Hay motivos para el optimismo en la medida en que dif¨ªcilmente todas esas voces se van a mantener en la misma actitud en los pr¨®ximos meses. ?Cu¨¢l es el motivo de este razonamiento? Por una parte, la mayor¨ªa de ellos saben que lo que hoy Catalu?a ha planteado mediante su Parlamento no puede se rechazado sin que las consecuencias de ese rechazo generen un problema mayor. Pero, por otra, saben que lo que esconde la propuesta del Parlament no es s¨®lo un modelo para Catalu?a, es decir, para resolver el problema catal¨¢n, sino que es una propuesta para el conjunto de Espa?a.
No deja de ser sorprendente que hasta el momento el presidente del Gobierno espa?ol haya sido uno de los pocos pol¨ªticos que, a mi modo de ver, se han situado ya en esa otra dimensi¨®n del debate y la reflexi¨®n sobre el presente y el futuro de Espa?a. Es evidente que el ruido de todos estos ¨²ltimos d¨ªas le ha obligado a mostrarse m¨¢s prudente de lo que se hab¨ªa mostrado con anterioridad. Qui¨¦n sabe si uno de los objetivos ¨²ltimos de tanto ruido haya sido precisamente aislar a Zapatero y debilitar su predisposici¨®n a afrontar el debate que el nuevo Estatuto lleva impl¨ªcito.
Pero probablemente en las pr¨®ximas semanas ser¨¢n otros los que se sumar¨¢n a Zapatero, porque de otro modo va a ser muy dif¨ªcil salir de la situaci¨®n actual. Ya no estamos ante el tradicional problema catal¨¢n. Hoy Espa?a tiene un reto de primer orden en su agenda pol¨ªtica, un reto que no puede menospreciar sin graves consecuencias. La normalidad democr¨¢tica de 30 a?os de funcionamiento institucional ofrece a este debate un marco hist¨®rico ¨²nico y es el elemento determinante para comprender el alcance del proyecto de nuevo Estatuto. Esa normalidad democr¨¢tica es lo que lo hace irresistible, lo que le confiere capacidad de transformaci¨®n de las bases hist¨®ricas del conflicto pol¨ªtico entre Catalu?a y Espa?a como nunca antes ning¨²n proyecto de Estatuto se hab¨ªa propuesto. Reconozcamos que hoy el mal denominado problema catal¨¢n es ya un problema espa?ol.
Jordi S¨¢nchez es polit¨®logo.
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