El hombre que no quiere ser inmortal
CABALLERO BONALD es un caso raro en un pa¨ªs que no acostumbra a gastar dos etiquetas distintas en un mismo autor. De hecho, ¨¦l ha jugado siempre en la primera divisi¨®n de la liga de los poetas y, a la vez, en la misma categor¨ªa de la liga de los novelistas. En los a?os setenta incluso simultane¨® estrictamente la escritura narrativa y la po¨¦tica. El resultado fue la novela ?gata ojo de gato (1974) y el poemario Descr¨¦dito del h¨¦roe (1977). Cada uno de esos libros obtuvo el Premio de la Cr¨ªtica en su a?o correspondiente. En 1992 public¨® Campo de Agramante (Anagrama) y el escritor jerezano afirma que, aburrido del g¨¦nero, no volver¨¢ a la novela. El cap¨ªtulo de la prosa narrativa lo cerr¨® con unas memorias -Tiempo de guerras perdidas (Anagrama, 1995) y La costumbre de vivir (Alfaguara, 2001)- en las que repasaba su intensa vida -de Jerez a Madrid pasando por Colombia y Palma de Mallorca, donde trabaj¨® con Camilo Jos¨¦ Cela- y en las que separaba el grano de la literatura de la paja de la vida literaria. Una operaci¨®n de la que no sali¨® bien parada buena parte del santoral de las letras hisp¨¢nicas. Cuando se le pregunta qu¨¦ autores quedar¨¢n del siglo XX espa?ol, el autor de Diario de Arg¨®nida responde: "Si quedan tres novelas ya son muchas. S¨ª, pueden quedar tres... y no voy a decir cu¨¢les". Pero las tiene en la cabeza, ?no? "S¨ª". ?Alguna es suya? "Ja, ja. La pregunta me encanta". ?Y poetas? "S¨ª, en poes¨ªa van a quedar Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, Luis Cernuda y Claudio Rodr¨ªguez. Claudio escribi¨® su gran libro a los 17 a?os. Un caso como el suyo se da muy de tarde en tarde en la literatura universal". Galardonado en 2004 con el Premio Reina Sof¨ªa, una suerte de Cervantes de la poes¨ªa iberoamericana, Caballero Bonald public¨® ese mismo a?o Somos el tiempo que nos queda (Seix Barral), su poes¨ªa reunida hasta ese momento. Reunida y revisad¨ªsima, por supuesto, fiel a un ejercicio -la reescritura- que ya forma parte de su respiraci¨®n. "Nunca he dejado de preguntarme si el hecho de alterar una sola palabra de un poema no implica una cierta manipulaci¨®n de la experiencia que lo alent¨®", dec¨ªa en el pr¨®logo a aquella recopilaci¨®n. Hoy afirma que la duda le sigue asaltando, pero que "es superior el deseo de mejorar el texto que el respeto a esa presunta experiencia que iba a trastornar si lo correg¨ªa. Un poema no se termina nunca de corregir. Llevar¨ªa una eternidad llegar a la perfecci¨®n ut¨®pica, considerando la utop¨ªa como una esperanza largamente aplazada. A veces pienso que he perdido la salud buscando un adjetivo". En un poema de Manual de infractores se dice que un c¨®digo no escrito afirma que el que sobrevive a tres naufragios tiene asegurada la inmortalidad. Cuando habla del futuro, el escritor recuerda ese poema y afirma ir¨®nico: "Como yo ya he tenido dos naufragios -uno en el r¨ªo Guadalquivir y otro en el Magdalena, en Colombia-, no quiero otro m¨¢s. Me convertir¨ªa en inmortal, y eso me resultar¨ªa bastante inc¨®modo".
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