Modos de la insurgencia
De entre sus coet¨¢neos, nadie como Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald ha hecho de su poes¨ªa un edificio en permanente estado de obras, muy cercano en esto a su maestro Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, quien, venteando ya la muerte, confesaba su ilusi¨®n de poder reescribir todos sus t¨ªtulos el ¨²ltimo d¨ªa de su vida. Las sucesivas recreaciones de sus poemas los van alejando en la superficie de las experiencias vitales que los originaron, hasta convertirlos en artefactos ling¨¹¨ªsticos y alucinatorios que parecen suplantar a la biograf¨ªa. Pero, aunque celada art¨ªsticamente tras las cortezas formales, la biograf¨ªa subyace bajo estos versos, no como un asunto del que siempre se habla, sino como un motor que estimula el ejercicio de la escritura. En este proceso interesa mucho la funci¨®n que tiene cada nueva edici¨®n de sus poes¨ªas completas, desde el ya lejano Vivir para contarlo (1969) hasta Somos el tiempo que nos queda (2004). A la luz de lo dicho, podr¨¢ entenderse mejor la importancia de Manual de infractores, un libro aut¨¦nticamente nuevo, cuyas composiciones no recrean otras anteriores, ni mucho menos son reba?aduras o reiteraciones automim¨¦ticas, como es frecuente en tantos poetas amortizados a los que les perdonamos lo poco que nos dan a cuenta de lo mucho que nos dieron.
MANUAL DE INFRACTORES
Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald
Seis Barral. Barcelona, 2005
144 P¨¢ginas. 15 euros
El primer libro de Caballero Bonald, Las adivinaciones (1952), abri¨® la compuerta a algunos t¨ªtulos extraordinarios con los que otros poetas de su generaci¨®n aparecieron en la palestra literaria (Claudio Rodr¨ªguez, Jos¨¦ ?ngel Valente...). A partir de entonces, el poeta fue ascendiendo por un camino que lo conducir¨ªa a una primera plenitud (Descr¨¦dito del h¨¦roe, 1977), tras sortear airosamente los escollos de la poes¨ªa comprometida (Pliegos del cordel, 1963) en que tropezaron quienes confundieron la protesta civil con la depauperaci¨®n ling¨¹¨ªstica y con la formalizaci¨®n de los contenidos. A las espl¨¦ndidas estampas en prosa de Laberinto de Fortuna (1984) sigui¨®, tras un largo silencio po¨¦tico, Diario de Arg¨®nida (1997), que presentaba sucintamente, bajo la c¨²pula del para¨ªso que para el poeta supone el Coto de Do?ana, la historia de un hombre como un recuelo de la existencia a trav¨¦s del cedazo inmisericorde de la memoria. En Manual de infractores, Caballero Bonald parece recluir la iron¨ªa en el t¨ªtulo, que presenta los modos de la transgresi¨®n como un sistema ordenado m¨¢s propio de los c¨®digos del acatamiento y de la buena conducta. Pero la iron¨ªa, instalada en los versos de su primera madurez, tiene poco sitio en estos poemas, dada la firmeza con que se formulan aqu¨ª los espasmos del miedo, las escombreras de la historia, la complicidad mansurrona "de los siempre obedientes", los estertores de la vejez, las furias, los infortunios y las abominaciones. El libro conecta con los logros del anterior, y compendia admirablemente los mejores rasgos de la poes¨ªa de Caballero Bonald: comparecencia del pasado, de cuyo naufragio general se salvan algunos recuerdos conmovedores, sumidos finalmente en "una sombra / cruz¨¢ndose en la noche con mi sombra"; soberan¨ªa del lenguaje, a menudo adobada con referencias culturalistas e injertos intertextuales (Evangelios, Quevedo, Antonio Machado, Mallarm¨¦, Juan Ram¨®n, Cernuda...); y, desde luego, insurgencia contra un Estado de Cosas caracterizado por los "consorcios de falsarios, p¨²lpitos / execrables, compraventas de armas, / eufemismos que s¨®lo encubren / cr¨ªmenes".
Si, en los a?os en que comenz¨® a escribir, los interrogantes existenciales estaban dejando paso al socialrealismo m¨¢s llano y comunicativo, ahora Caballero Bonald parece desandar ese camino y desplegar al aire una pregunta habitual por entonces (cierto que aqu¨ª sin los viejos desgarrones expresionistas) a la que nadie responde: "?A qui¨¦n / le pediremos cuentas?". Pero el poeta es un resistente, es "aquel que no quiso / recurrir al recurso del silencio / cuando ya no quedaban palabras por aqu¨ª". Incluso si la poes¨ªa debiera dimitir de su empe?o de transformar el mundo (Marx), y del m¨¢s ambicioso af¨¢n de cambiar la vida (Rimbaud), le cabe a¨²n transmutar la iniquidad del universo en unos poemas aquilatados, duraderos y hermosos, como los de este libro excelente y ejemplar. Puede que esta operaci¨®n sorprenda a algunos e incluso mortifique a otros, pero la aleaci¨®n entre el cielo y el suelo est¨¢, recordaba Mart¨ª, en el huevo de la literatura: escribir es como uncir un c¨®ndor a un carro.
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