Ruido digital
En pleno ruido comunicativo, aparece lo digital. ?Qui¨¦n sabe qu¨¦ es lo digital? "?Usted, se?ora, no tiene m¨®vil?", me pregunt¨® el operario que instalaba el conmutador de televisi¨®n digital en mi casa. Y me mir¨®, naturalmente, como quien contempla a un diplodocus cuando le dije que no ten¨ªa tel¨¦fono m¨®vil. Un total de 35 millones de espa?oles tienen un m¨®vil, m¨¢s del 90% de la poblaci¨®n, record¨¦. No utilizar un m¨®vil es ya una excentricidad que marca a los disidentes como gente de poco fiar.
El buen hombre quer¨ªa explicarme c¨®mo convertir mi inexistente m¨®vil en mando de una televisi¨®n transformada en Internet, en videoconferencia, GPS y en la torre de Babel completa. "Eso que me pierdo", le dije. "Y m¨¢s", me respondi¨®, "si tuviera tel¨¦fono m¨®vil podr¨ªa ver tambi¨¦n en ¨¦l todos los canales de televisi¨®n que en 2007 ser¨¢n much¨ªsimos m¨¢s gracias a lo digital". Me contempl¨® con compasi¨®n y sabidur¨ªa de vendedor experto: "No se preocupe, ahora este conector digital le permitir¨¢ sintonizar mucho mejor los canales que ya tiene. ?Lo ve?".
Mejora cierta aunque, claro, tuve que tirar definitivamente el v¨ªdeo y los v¨ªdeos, incompatibles con lo digital. Nada que no estuviera previsto en la era del DVD, lo digital y la quinta generaci¨®n de m¨®viles. Pero, al d¨ªa siguiente, la conexi¨®n digital (a trav¨¦s de una famosa compa?¨ªa cuyo nombre no viene al caso porque todas est¨¢n en la misma situaci¨®n) mostraba sus primeras debilidades: rayas moradas, verdes y negras, personajes con caras como tomates en mi televisi¨®n. "Estamos empezando", hab¨ªa dicho el operario, "si tiene problemas nos llama". El segundo operario que lleg¨® diagnostic¨® que todo estaba correcto y que pod¨ªa haber alteraciones dada la fase experimental de la cosa. A d¨ªa de hoy, Maragall sale azul, Carod verde y Mas rojo en el telediario, aunque les ocurre algo parecido a Zapatero, a Rajoy y hasta a Jane Fonda y Lorenzo Mil¨¢. ?Lo digital cambia el color de las cosas o es al rev¨¦s?
De nuevo esa sensaci¨®n de ser conejillo de Indias. He tardado a?os -con paciencia de santo- en poder conectar con Internet correctamente; la ¨²ltima vez, a trav¨¦s de radio: una gran mejora, tecnolog¨ªa sin hilos. Tambi¨¦n ah¨ª se me pregunt¨® si quer¨ªa conectar el m¨®vil al ordenador y el chaval que manejaba la cosa me advirti¨®: "No tendr¨¢ m¨¢s remedio que tenerlo alg¨²n d¨ªa, pi¨¦nselo". ?l utilizaba 10 m¨®viles a la vez y constato que s¨®lo ten¨ªa dos orejas, dos ojos y cinco dedos en cada mano. "Bah, 10 m¨®viles no es nada, un compa?ero m¨ªo utiliza 50", me dijo.
Los franceses cuentan que estamos ante una generaci¨®n de mutantes: gentes que oyen con los ojos, ven con las orejas y sienten con las puntas de los dedos sobre botones. Un nuevo ser humano extasiado ante la miniaturizaci¨®n del mundo, que s¨®lo se orienta en el territorio con un GPS y desarrolla nuevas capacidades perceptivas y sensoriales. Los que no somos capaces de percibir estas nuevas dimensiones del tiempo y del espacio somos freakies de feria. Generaci¨®n I, llaman en Francia a los que hoy tienen 20 a?os y desde los 10 conviven con Internet. Una generaci¨®n de adictos al m¨®vil y a la Red, acostumbrada a que todo -hasta los diarios en papel- se les d¨¦ gratis si saben cuatro trucos para bajar lo que les interesa, sea m¨²sica, paisaje, personas o letra.
Una generaci¨®n a la que sigue otra que los estadounidenses llaman generaci¨®n conectada: entre 12 y 17 a?os, el 74% de adolescentes est¨¢n ah¨ª. Se caracteriza por no distinguir entre estar online u offline: otro paso en la confusi¨®n entre realidad y ficci¨®n. En vez de matar marcianitos en su play, matan a compa?eros de colegio tan tranquilos. Colgados del m¨®vil, adictos a la Red, son herederos de esa utop¨ªa de la comunicaci¨®n que Armand Mattelart defini¨® como "el sue?o de hablar todos con todos". Empezamos a ver el resultado: nadie escucha, todos hablan a la vez. Ruido digital.
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