Ch¨¢vez declara la guerra a los terratenientes
Viaje a una de las haciendas intervenidas por el Gobierno de Venezuela y entregadas en parte a los campesinos sin tierra
Detenerse en cualquier punto de la modesta carretera que une a las poblaciones de Tinaco y El Ba¨²l, en el Estado de Cojedes, y mirar en redondo, es una excelente manera de comprender lo que quiso decir el escritor R¨®mulo Gallegos cuando, en su inmortal obra Do?a B¨¢rbara, escribi¨® la frase: "Llanura venezolana, toda horizonte como la esperanza y toda caminos como la voluntad". La met¨¢fora dibuja un territorio alucinante que se extiende hasta donde alcanza la vista s¨®lo perturbado en su rectitud por alguna colina enana. Las tensas relaciones entre propietarios de hatos, campesinos sin tierra, un Gobierno que se ha declarado en guerra contra el latifundio y fuerzas militares llamadas a actuar como ¨¢rbitros, han dado una nueva dimensi¨®n a las palabras de Gallegos. Hoy, m¨¢s que nunca, en medio del sofocante calor de las llanuras de Venezuela andan desbocadas las voluntades, son enga?osos los caminos, dudosos los horizontes, inciertas las esperanzas.
"Hay demasiada confusi¨®n, una gran anarqu¨ªa", afirma Alejandro Branger, director de Agropecuaria San Francisco, hasta nuevo aviso propietaria del Hato Paraima, un predio de 53.000 hect¨¢reas que ha sido declarado latifundio por el Instituto Nacional de Tierras (INTI). Como consecuencia de ese dictamen, buena parte de la hacienda ha sido tomada por personas que, organizadas en cooperativas y asociaciones civiles, aspiran a asentarse all¨ª y dedicarse al trabajo del campo.
?reas improductivas
Branger, perteneciente a una dinast¨ªa venezolana de hombres de negocios, explica que el INTI decidi¨® que la finca deb¨ªa ser intervenida por tener extensas ¨¢reas improductivas. "Presentaron un plano del hato (hacienda ganadera) en el que otorgan diversas secciones a 15 cooperativas, a pesar de que algunas de esas zonas est¨¢n en plena producci¨®n. Cada cooperativa arm¨® un ranchito y all¨ª est¨¢ viviendo esa gente", explica.
Los ranchos (armaz¨®n de troncos, paredes y techos de ramas, cart¨®n, pl¨¢stico o zinc), est¨¢n dispersos en la enorme finca, que se extiende varios kil¨®metros a ambos lados de la carretera. Las autoridades han exigido a sus ocupantes que no realicen construcciones m¨¢s s¨®lidas, hasta tanto haya una decisi¨®n definitiva sobre el futuro de estas tierras. La ¨²nica estructura permanente la ha edificado el Gobierno: la escuela que ha de ser, en pocos meses, centro de Pueblo Paraima, una ciudadela que s¨®lo existe en la maqueta que reposa en la gobernaci¨®n de Cojedes, en la vecina ciudad de San Carlos, y, desde luego, en las esperanzas de los cooperativistas, que son infinitas como la misma sabana.
En medio de la nada surge la peque?a escuela y un monolito con la efigie de Ezequiel Zamora, caudillo que dirigi¨® la Guerra Federal en la segunda mitad del siglo XIX. Su lema era: "Tierras y hombres libres, ?oligarcas, temblad!".
Pueblo Paraima cobijar¨¢ a 120 familias, dotadas de todos los servicios y ser¨¢, seg¨²n el gobernador Johnny Y¨¢nez Rangel, "modelo de asentamiento campesino propio del socialismo del siglo XXI que impulsa el presidente Hugo Ch¨¢vez". Tendr¨¢ un centro de acopio de la producci¨®n agr¨ªcola, m¨®dulo policial, centro de salud, mercado de alimentos e instalaciones culturales y deportivas.
Pero, si la esperanza es infinita, tres a?os viviendo como ocupantes precarios comienzan a hacer mella en la paciencia de algunos. "Tal vez el presidente Ch¨¢vez crea que Pueblo Paraima est¨¢ casi listo, pero esto est¨¢ muy atrasado, la burocracia nos est¨¢ consumiendo", sentencia uno de los campesinos sin tierra, durante una conversaci¨®n en las afueras de la escuela. No dice nada m¨¢s, no da su nombre ni acepta ser fotografiado. Igual que varios de sus compa?eros, desconf¨ªa de quienes llegan hasta all¨ª diciendo ser periodistas. Podr¨ªan ser agentes encubiertos de los Branger, ya les ha pasado, dicen. El recelo en estos lares tambi¨¦n tiene un lejano horizonte.
"No ha sido f¨¢cil, al principio fue violento. Los campovolantes nos persegu¨ªan y nos disparaban", afirma Luisa Guilarte, l¨ªder de la Asociaci¨®n Civil Lanceros de San Antonio. Los campovolantes son vigilantes armados, empleados o contratados por los due?os de la hacienda que hacen recorridos a caballo o en todoterreno.
Cambiar de vida
Guilarte, igual que sus compa?eras Mary Castro y Alexandra Castro, no son tan suspicaces como los del otro grupo, tal vez porque en realidad no son campesinas, sino que proceden de barriadas pobres de Caracas y del Estado de Vargas, destruido casi por completo por los aludes torrenciales de 1999. "Nosotras decidimos cambiar de vida, venirnos a trabajar la tierra y de aqu¨ª no nos vamos, seguiremos hasta que nos construyan nuestras casas y nos den nuestras parcelas", dice Alexandra Castro.
La desconfianza no es injustificada. En una reciente marcha de campesinos, el vicepresidente de la Rep¨²blica, Jos¨¦ Vicente Rangel, dijo que desde la entrada en vigor de la Ley de Tierras, 150 dirigentes rurales han sido asesinados por sicarios contratados por terratenientes. La muerte, pues, anda tambi¨¦n merodeando en la extensa pampa.
Hasta ahora, en Paraima no ha habido nada que lamentar, en buena medida por el trabajo cumplido por la Guardia Nacional, que ha impuesto cierta disciplina en medio del desenfreno de las voluntades. Los militares han sido mediadores entre las partes en conflicto.
Entre hacendados y cooperativistas est¨¢n los trabajadores al servicio de la hacienda y empresas conexas. El ingeniero agr¨®nomo Rodolfo Barrios, gerente del Hato Paraima, aboga por ellos. "Somos 120 familias que vivimos de esto, no s¨®lo campesinos, sino tambi¨¦n de t¨¦cnicos y profesionales universitarios. Y todos somos de los pueblos cercanos. En cambio, los que han invadido vienen de otros Estados, de las grandes ciudades, ni siquiera tienen experiencia trabajando la tierra", afirma.
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
Llega la conciliaci¨®n
El Hato Paraima es uno de los 21 que hasta la fecha han sido calificados de latifundios por el INTI. De todos, ha sido quiz¨¢ el que m¨¢s pol¨¦mica ha generado. Un caso anterior, el de la Hacienda La Marquese?a, ubicada en el Estado de Barinas, cerca de Sabaneta, el pueblo natal del presidente Ch¨¢vez, parec¨ªa encaminado a un final conflictivo, pero ha terminado resolvi¨¦ndose mediante la conciliaci¨®n directa entre el propio Ch¨¢vez y el propietario, Carlos Azpurua. El mandatario bautiz¨® esta manera de resolver el problema como el M¨¦todo CHAZ, un acr¨®nimo de su apellido con el del ganadero.
Despu¨¦s de varias semanas, los Branger tambi¨¦n accedieron a aplicar el M¨¦todo CHAZ. De hecho, estaban dispuestos ya hace tres a?os a ceder al Estado entre 15.000 y 18.000 hect¨¢reas y a ayudar a sus ocupantes con asesor¨ªa t¨¦cnica. La noche del viernes un Ch¨¢vez euf¨®rico anunci¨® al pa¨ªs que 30.000 de las hect¨¢reas de Hato Paraima ser¨¢n entregadas voluntariamente al Estado, mientras los Branger continuar¨¢n laborando en las ¨¢reas que ten¨ªan en producci¨®n.
Ch¨¢vez indic¨® que los empresarios insistir¨¢n en reclamar sus derechos por v¨ªa judicial, a lo que, enfatiz¨®, "tienen perfecto derecho". "Lo que tememos es que esto se les vaya de las manos a los gobernantes y terminemos como en Chile en la ¨¦poca de Allende, en enfrentamientos violentos", ha dicho Alejandro Branger a EL PA?S.
A las puertas de la escuela, embri¨®n de Pueblo Paraima, los cooperativistas aseguran que tampoco quieren violencia. S¨®lo sue?an con viviendas y un pedazo de tierra. A ratos, como el viernes, parece que la esperanza se har¨¢ realidad, pero la mayor parte del tiempo se ve tan lejos como el horizonte.
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