Los nuestros
Qu¨¦ c¨®modo, qu¨¦ f¨¢cil, qu¨¦ tranquilizador ser de los nuestros, haberse conocido, haberse presentado en este mundo y haberse ca¨ªdo bien desde el primer momento y haber reconocido desde el primer segundo, desde el primer encuentro, a nuestros fraternales compa?eros de viaje, tan iguales a nosotros mismos, tan indiferenciados de nuestra propia sombra. Qu¨¦ delicia ser uno entre iguales. Qu¨¦ orgasmo ser id¨¦ntico entre los diferentes. Qu¨¦ bueno ser mejor. Qu¨¦ maravilla pertenecer al club. Qu¨¦ ilusi¨®n ostentar el carn¨¦ que atestigua nuestra filiaci¨®n, nuestro n¨²mero y nombre y domicilio, nuestra coloraci¨®n y nuestra patria.
"Sin color ni grito". El viejo lema de los liberales fundadores de El Sitio de Bilbao es mera arqueolog¨ªa. Hay que tener color y hay que tener muy claro en la garganta nuestro grito, el grito de la tribu que nos da de pensar y comer. Hay que gritar y no desafinar. No hay que decolorarse, puede ser peligroso, porque puede que uno le confundan con otro, es decir, con los otros, y eso ser¨ªa grave, puede que desastroso, a lo peor letal. Somos payasos en la lavadora. Moral centrifugada, aclarado de ideas. El caso es salir limpios del tambor, relucientes, con nuestro traje de payaso azul o rojo igual que una bandera inmarcesible. "Enhorabuena", escrib¨ªa Elvira Lindo la semana pasada en estas mismas p¨¢ginas hablando de los nuestros, de los otros, de los payasos en la lavadora. Una de esas columnas para leer con el sombrero puesto para despu¨¦s quit¨¢rselo: "Enhorabuena a los que escribimos porque nos hemos alineado en uno u otro equipo con una fidelidad y una vehemencia que parece que estemos siempre en la final de un campeonato de futbito; enhorabuena a los que saben decir lo que su clientela cautiva est¨¢ esperando. Enhorabuena a los que desean que los periodistas est¨¦n al servicio del equipo A o del equipo B. Lo que es de tontos es no estar suscrito a ninguno de los dos equipos".
Es cierto. Es malo, pero es cierto lo que nos cuenta Elvira Lindo en su columna. Rigurosamente cierto. Otra cosa es que no deseemos cre¨¦rnoslo. El autoenga?o va desde la zafiedad del disfraz de payaso a la comedia refinada del arte. Caballero Bonald -lo dec¨ªa en las p¨¢ginas de Babelia el s¨¢bado pasado- no cree en la verdad (no se la cree a sus casi ochenta a?os), pero cree que ser consecuente con uno mismo nos puede, al menos, alejar de la mentira. "En eso creo que he sido coherente, en no mentirme a m¨ª mismo, en no decir lo que no pienso". Por eso mismo Caballero Bonald nunca fue de los suyos del todo. Para ser de "los nuestros" uno debe mostrarse sin fisuras, sin la m¨ªnima sombra de duda. No se puede dudar de que en los nuestros, en la sede incorp¨®rea de lo nuestro, radican la verdad y la raz¨®n (que, por cierto, son nombres de peri¨®dicos, qu¨¦ extra?o), la cifra de la vida y el abec¨¦ del mundo.
Luego dice Caballero Bonald (que no se calla, igual que Juan Mars¨¦) que en el libro que gan¨® el Premio de Novela Ciudad de Torrevieja, en el que ¨¦l ejerc¨ªa de jurado, la Revoluci¨®n Francesa aparece como una historia de maleantes maltratando a los pobrecitos ricos. El autor de ese libro es de los suyos (¨¦l dir¨¢ "de los nuestros"), un perfecto prototipo del periodista del equipo A (o del equipo B, no me aclaro muy bien con la designaci¨®n de los equipos) de los que hablaba Lindo en su columna. Especialista en echar le?a a la caldera de la pol¨ªtica nacional.
Sin embargo, se equivoca Caballero Bonald (no le daremos siempre la raz¨®n, porque no es de los nuestros, ni falta que le hace) cuando afirma que no hizo un juicio literario de la obra, sino que denunci¨® su deleznable ideolog¨ªa. Pues no. Tengo buenas razones para sospechar que lo m¨¢s deleznable de esa novela es precisamente su arquitectura y materialidad literaria. Las ideas del ciudadano Sade no eran precisamente edificantes, ni el antisemitismo de C¨¦line, ni las soflamas desde Radio Roma del genial Ezra Pound. Pero me temo que el se?or que ha ganado ese premio millonario de novela no es ni Sade (Dios m¨ªo), ni C¨¦line, ni Ezra Pound.
En todo caso, es bueno equivocarse, equivocarnos, confundir a los nuestros. No ser nunca del todo de los nuestros. Pensar contra uno mismo, como dec¨ªa Cioran, o contra esto y aquello, como el insoportable y querido Unamuno. Los "hunos y los otros". En los ¨²ltimos tiempos, en Espa?a, s¨®lo se les oye a ellos.
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