En pos de la pintura
Como broche acorde a un periodo que ha estado marcado por el bien hacer, como por un siempre atinado y bien particular criterio, viene ahora a cerrar una etapa de la historia del CGAC esta soberbia muestra antol¨®gica de Xes¨²s V¨¢zquez. Y una muestra que, adem¨¢s, resulta tanto m¨¢s pertinente, tambi¨¦n, por ser parad¨®jicamente la primera revisi¨®n de envergadura que al fin nos llega de uno de los nombres de peso de aquella aventura generacional que, en el tr¨¢nsito de los ochenta, despleg¨® en nuestra escena pl¨¢stica una vigorosa y enrevesada indagaci¨®n en torno a la pertinencia e insondable potencial de la pintura.
De ah¨ª que, por m¨¢s que la andadura creativa de Xes¨²s V¨¢zquez (Pentes, Ourense, 1946) arranque de hecho en el tercio final de los a?os sesenta, acierte de lleno el comisario de la exposici¨®n, Juan Manuel Bonet, al haber situado en este caso el punto de partida en ese v¨®rtice de tensi¨®n mayor de los ochenta, que es donde eclosiona en ya plena madurez y significaci¨®n el hacer del artista para evaluar, a partir de ¨¦l, su evoluci¨®n hasta el presente. Y para ello despliega en la primera de las tres salas que, a modo de otros tantos actos, estructuran el recorrido expositivo, una contundente selecci¨®n de las series alumbradas en ese tiempo cat¨¢rtico. Son obras, las de entonces, de poderosa teatralidad -a modo de la deslumbrante Atalaya Goethe III de 1987, que se impone como eje central del recorrido-, de fragante sensualidad y densas resonancias (Mi caverna de 1986), que adopta registros m¨¢s inquietantes con los fondos espectrales y las tipograf¨ªas superpuestas de los lienzos de batallas.
XES?S V?ZQUEZ
Centro Gallego de Arte Contempor¨¢neo
Santiago de Compostela
Hasta el 11 de diciembre
Luego, a partir del p¨®rtico
que flanquean, en estricta simetr¨ªa, dos monumentales ideogramas de la III Internacional de 1993, la cadencia que modula la b¨²squeda de Xes¨²s V¨¢zquez en pos del cambio de siglo se torna m¨¢s abrupta y radical, ya sea con el desenfado mordaz de la secuencia de microrretratos "picabianos" o las digresiones experimentales que desnudan y fracturan el andamiaje del lienzo, y que proyectan en el espacio et¨¦reos y desafectados artefactos constructivos.
Como, al igual, el eje medular de la pintura, a medida que se adentra en el incipiente milenio, parece dejar atr¨¢s en la obra de Xes¨²s V¨¢zquez todo rastro de enso?aci¨®n complaciente en favor, se dir¨ªa, de una compulsiva y creciente voluntad de riesgo, que persigue en el retorno a la abstracci¨®n abrir un surco de libertad intempestiva, un impulso en la invenci¨®n, tanto sea en el desbocado arabesco de la l¨ªnea o en el maridaje del color, que no elude la disonancia ni los umbrales m¨¢s agrios. Con lo que emerge en la obra m¨¢s cercana, en esa serie de los "campos" que rememora en los enclaves del Holocausto la m¨¢s ignominiosa toponimia alumbrada por la especie, un canto que parece fundir por igual desgarro y emancipaci¨®n extrema, una suerte de fuga de la expresi¨®n m¨¢s all¨¢ del estremecimiento del horror y la belleza.
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