Dispersar cenizas no es despreciar personas

Arremete el se?or Gonz¨¢lez de Cardedal en su art¨ªculo de Tribuna (EL PA?S, 25 de octubre) contra la cada vez m¨¢s extendida costumbre de esparcir las cenizas, alegando que supone borrar la existencia de una persona y despreciar la muerte, y advirtiendo de un posterior desprecio a la vida. No he podido comprender su razonamiento, y mucho menos sus conclusiones alarmistas y apocal¨ªpticas. Para dar fe de que una persona ha existido y del momento y lugar de su nacimiento, as¨ª como de su muerte, est¨¢ el Registro Civil: no veo qu¨¦ valor a?adido puede aportar una l¨¢pida. Para conservar la memoria y el respeto por la persona tenemos las cosas que hizo, y sobre todo los recuerdos y sentimientos de quienes le conocieron, independientemente de lo que se haya hecho con sus restos. Para m¨ª una l¨¢pida en un cementerio no tiene ning¨²n significado; son mis actos y mi memoria los que muestran mi respeto hacia las personas, vivas o muertas. Aventar las cenizas puede ser una bonita alegor¨ªa, volverse a mezclar con la naturaleza, pero tampoco le doy m¨¢s valor. No necesito ritos religiosos, trivializados, estos s¨ª, hasta el punto de ser un mero negocio, ni falsas esperanzas de reencuentro. Muchos piensan como yo, y posiblemente en ello radique su temor. Y, por cierto, mi existencia no es una condena, pues tengo esperanza, pero esperanza en este mundo, en hacerlo mejor y m¨¢s libre, y tiene sus hondas ra¨ªces en la memoria de las personas que vivieron y murieron por ello... aunque no tengan l¨¢pida.