El pasado nos persigue
En el d¨ªa de Todos los Santos, los polacos recuerdan a sus muertos. Es un espect¨¢culo asombroso. El martes pasado, a mediod¨ªa, el centro de Poznan estaba desierto, como una ciudad inglesa a la hora de la comida el d¨ªa de Navidad. En cambio, en el cementerio central, situado en medio de bosques oto?ales a las afueras de la ciudad, vastas muchedumbres recorr¨ªan lentamente los caminos, cada familia con flores y velas especiales, en portavelas resistentes al viento, para colocarlas en las tumbas de sus seres queridos. A la hora de comer, pr¨¢cticamente todas las l¨¢pidas estaban adornadas con flores frescas y velas ardiendo, un jard¨ªn parpadeante que llegaba hasta donde se perd¨ªa la vista.
C¨®mo era Europa hace 60 a?os es uno de los argumentos m¨¢s poderosos -quiz¨¢ el mayor de todos- para seguir construyendo una Uni¨®n Europea
Tanto alemanes como polacos culpan a sus pol¨ªticos del alto ¨ªndice de paro, el crimen y la inseguridad social. Les falta perspectiva hist¨®rica
Necesitamos monumentos conmemorativos. Ahora bien, estos monumentos p¨²blicos, financiados por el Estado, tambi¨¦n acarrean sus peligros
He presenciado esta fiesta popular de la memoria en Polonia en varias ocasiones, y siempre es inolvidable. Al anochecer, mientras cae la escarcha, 10.000 velas forman un archipi¨¦lago de llamas entre las oscuras siluetas de las l¨¢pidas y los ¨¢rboles. En la distancia, un coro canta un viejo himno patri¨®tico. Si, en ese momento, uno no se estremece, es que algo no le funciona bien.
Eso es lo que significa ser una naci¨®n europea: una comunidad imaginaria formada por los muertos, los vivos y los que a¨²n no han nacido, que se mantiene unida gracias a una cola llamada memoria. ?sa es la fuerza que permiti¨® a los polacos soportar casi dos siglos de partici¨®n y ocupaci¨®n extranjera. Seg¨²n una encuesta realizada en 1995, 98 de cada 100 polacos visitaban las tumbas el d¨ªa de Todos los Santos. Tal vez la proporci¨®n haya bajado ligeramente hoy, a medida que Polonia se convierte en un pa¨ªs de consumidores al estilo occidental, m¨¢s "normal" y contempor¨¢neo. Es posible que, en lugar de ir al cementerio, un joven de Poznan se quede en casa viendo un DVD o se vaya de compras al Tesco local (Tesco [cadena inglesa de supermercados] tiene mucho ¨¦xito en Poznan).
Hasta cierto punto, esa normalizaci¨®n es saludable, pero s¨®lo hasta cierto punto. Porque si uno no sabe de d¨®nde procede, no sabe qui¨¦n es. Cualquiera que haya visto a un anciano de su familia perderla poco a poco, comprende que una persona sin memoria es un ni?o. Una naci¨®n sin memoria no es una naci¨®n. Y una Europa sin memoria no seguir¨¢ siendo Europa por mucho tiempo.
En realidad, ¨¦ste es uno de los problemas m¨¢s fundamentales que tiene hoy Europa, menos visible que nuestras dificultades econ¨®micas o la crisis de nuestros Estados de bienestar, pero no menos profundo. C¨®mo era Europa hace 60 a?os es uno de los argumentos m¨¢s poderosos -quiz¨¢ el m¨¢s poderoso de todos- para seguir construyendo una Uni¨®n Europea. Pero si nadie se acuerda de c¨®mo era Europa hace 60 a?os, es un argumento que no tiene fuerza.
De Berl¨ªn a Poznan
Pensemos en la franja de Europa que he recorrido en los ¨²ltimos d¨ªas, de Berl¨ªn a Poznan. Al mirar por la ventanilla del tren, se ven establos de madera, s¨®lidas granjas de ladrillo y preciosos bosquecillos de pinos, hayas rojizas y abedules plateados. En un d¨ªa soleado de oto?o es un paisaje id¨ªlico. Pero quien conozca la historia sabe que esos ¨¢rboles tienen sus ra¨ªces en un rico fermento de cad¨¢veres. Cad¨¢veres de polacos que murieron luchando contra la ocupaci¨®n alemana. Cad¨¢veres de jud¨ªos que murieron mientras intentaban escapar de los transportes nazis a los campos de la muerte. Cad¨¢veres de alemanes que murieron mientras hu¨ªan, hacia el oeste, del Ej¨¦rcito Rojo que se acercaba. Sin olvidarnos de los cad¨¢veres de cientos de miles de j¨®venes soldados rusos que murieron durante el avance hacia Berl¨ªn. Esas casas que se ven, casi siempre, han pasado de unos due?os a otros por la fuerza. A lo largo del camino estuvieron el Muro de Berl¨ªn (cuya l¨ªnea ya es dif¨ªcil encontrar), el tel¨®n de acero, la Stasi y la ley marcial.
Es evidente que recordar demasiado tambi¨¦n tiene sus inconvenientes. En el caso individual de un hombre o una mujer, lo llamamos estr¨¦s postraum¨¢tico. El pasado nos persigue. Pero en Polonia y Alemania, como en el resto de Europa, suele haber m¨¢s tendencia a olvidar. La gente s¨®lo piensa en sus quejas actuales. Algunos alemanes acusan a los polacos de quitarles los puestos de trabajo. Algunos polacos se sienten explotados por empresas alemanas. Tanto alemanes como polacos culpan a sus pol¨ªticos del alto ¨ªndice de paro, el crimen y la inseguridad social. Les falta la perspectiva que s¨®lo puede aportar la historia.
Por eso, adem¨¢s de las lecciones de historia, necesitamos monumentos conmemorativos. En Berl¨ªn, mi mujer y yo paseamos entre las losas de cemento de color gris oscuro -las stelae- del monumento al Holocausto, que ocupa toda una manzana justo al sur de la Puerta de Brandeburgo. Caminando por los estrechos pasajes de adoquines que recorren esos bloques inmensos y oscuros, se tiene una inquietante sensaci¨®n de amenaza, que se disipa al ver a los ni?os risue?os que corren y juegan al escondite en el laberinto. Se pasa de pensar en los muertos a pensar en los vivos, para volver luego a los muertos.
Ahora bien, estos monumentos p¨²blicos, financiados por el Estado, tambi¨¦n acarrean sus peligros. Hoy, uno de los principales motivos de controversia entre Alemania y Polonia es un plan -ideado por las organizaciones de alemanes expulsados de lo que ahora es Polonia, al acabar la Segunda Guerra Mundial- para crear un museo de las expulsiones. Siempre que surge un caso as¨ª, la pregunta es: ?por qu¨¦ tiene que conmemorar el Estado esta tragedia y no aquella otra? Otros pa¨ªses, grupos religiosos u orientaciones sexuales, que se consideran v¨ªctimas, exigen el reconocimiento de sus propios "holocaustos".
En el Reino Unido, mucha gente lleva encima amapolas cuando se aproxima el 11 de noviembre, el D¨ªa del Recuerdo. La ceremonia central es la colocaci¨®n de una corona de flores en el cenotafio de Whitehall, y tradicionalmente se ha considerado que se trataba de recordar, sobre todo, a los soldados, marinos y aviadores que murieron para que nuestro pa¨ªs siguiera siendo libre. Luego, hace un tiempo, se erigi¨® en Park Lane un espl¨¦ndido monumento para conmemorar a los animales que fueron v¨ªctimas de la guerra. M¨¢s recientemente a¨²n apareci¨® tambi¨¦n en Whitehall, cerca del cenotafio, un monumento a las mujeres que murieron en la Segunda Guerra Mundial. El orden de conmemoraci¨®n me parece muy propio de los brit¨¢nicos: primero las fuerzas armadas, luego los animales y despu¨¦s las mujeres.
Muchas veces, lo mejor son los monumentos peque?os, relacionados con una comunidad local concreta o incluso en casas particulares. En una peque?a plaza de lo que era el barrio jud¨ªo en Berl¨ªn este hay un monumento a los jud¨ªos deportados que no es m¨¢s que una simple escultura en bronce de una mesa y dos sillas de cocina, una de ellas derribada en el suelo. En Hamburgo tienen, en el suelo, adoquines en los que figuran los nombres y las fechas de los jud¨ªos concretos que vivieron en cada casa.
Espectro
Hoy d¨ªa, con una ligera excavaci¨®n virtual, cualquiera puede hacerse su propio monumento. Escribo este art¨ªculo en el hotel Rzymski -es decir, el hotel Roma- de Poznan. Su arquitectura responde a ese neoclasicismo mon¨®tono que podr¨ªa ser polaco de los a?os treinta, nazi de principios de los cuarenta o estalinista del final de esa misma d¨¦cada. En el rellano del primer piso he encontrado, enmarcados, los planos del hotel de Rome de Posen (nombre alem¨¢n de Poznan) realizados por el arquitecto Franz B?hmer. Est¨¢n fechados en 1941. De modo que, sentado con mi port¨¢til en el renovado caf¨¦ del hotel, con sus posmodernas columnas romanas truncadas, utilizo la conexi¨®n inal¨¢mbrica a Internet para buscar Franz B?hmer en Google. Resulta que fue uno de los arquitectos de Hitler, y tambi¨¦n estuvo a cargo de convertir el palacio imperial que est¨¢ un poco m¨¢s all¨¢ en el cuartel general del f¨¹hrer cuando viniera a supervisar sus territorios orientales. Mi ordenador se estremece. En esta m¨¢quina hay un espectro.
www.freeworldweb.net. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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