Entre tirano y padre de la patria
El d¨ªa 11 de octubre de 1962, el embajador en Estados Unidos, Antonio Garrigues, dirig¨ªa a Franco una carta inform¨¢ndole de la campa?a destinada a dar una imagen de Espa?a que fuera "real y verdadera y al mismo tiempo eficaz para la mentalidad dominante en aquel poderoso pa¨ªs". Con tal prop¨®sito, escrib¨ªa el embajador, "frente a la idea de una Rep¨²blica democr¨¢tica, destruida por un levantamiento militar, presento la de una Rep¨²blica dominada por el comunismo y vencida por un Movimiento Nacional"; frente a la idea, "aqu¨ª arraigad¨ªsima, de una dictadura de tipo totalitario, la de un leadership pol¨ªtico que trata de conducir a Espa?a
[...] a una f¨®rmula de libertad con orden". Tratar¨ªa, en definitiva, concluye Garrigues, "de derribar el mito del dictador Franco para sustituirlo por el del padre de la patria y restaurador de las libertades p¨²blicas".
Viejos mitos, que repite hoy P¨ªo Moa en su Franco. Un balance hist¨®rico. Convertido en el m¨¢s correoso y pelmazo propagandista del r¨¦gimen y de la persona de Franco, lo que escribe no es m¨¢s que reiteraci¨®n actualizada de lo que desde siempre han dicho los servidores de Franco y de su pol¨ªtica: el general derrot¨® a la revoluci¨®n, libr¨® a Espa?a del comunismo y devolvi¨® a los espa?oles la libertad. Es el esquema can¨®nico de la propaganda cuyo origen se remonta a la primera biograf¨ªa de Franco, escrita en 1937 por Joaqu¨ªn Arrar¨¢s, con una salvedad: entonces el dictador presentaba expresamente su r¨¦gimen dentro de "un amplio concepto totalitario". Cuando tal concepto sucumbi¨® en 1945, la propaganda gir¨® 180 grados para presentarlo como caudillo por la gracia de Dios y campe¨®n de la libertad dentro del orden.
Fue cuando subieron al poder los cat¨®licos y, luego, los tecn¨®cratas e inventaron la democracia org¨¢nica. Tecn¨®cratas: tal es la denominaci¨®n que prefiere hoy Luis Su¨¢rez, en su Franco , para sustituir lo que en la edici¨®n de 1984 llamaba "opusde¨ªstas" o "miembros del Opus Dei"¡¤ Si hace veinte a?os se refer¨ªa a la "batalla entre azules y opusde¨ªstas", ahora habla del "enfrentamiento entre azules y tecn¨®cratas"; si antes detectaba la presencia en el Gobierno de "miembros del Opus Dei", ahora, aunque aclara que Castiella proced¨ªa de la "cantera de la ACN de P" (Asociaci¨®n Cat¨®lica Nacional de Propagandistas), se guarda mucho de informar sobre la cantera de la que vienen L¨®pez Rod¨®, Ullastres o Navarro Rubio (comp¨¢rese volumen VI, p¨¢gina 325 de la edici¨®n de 1984 con p¨¢ginas 495 y 496 de la actual). De hecho, el sintagma latino "Opus Dei" y su derivado "opusde¨ªsta" se evaporan en esta edici¨®n. Sin otra consecuencia que privar al lector de una clave fundamental para entender la Espa?a del desarrollo porque ni la visi¨®n de fondo, ni el entra?able fervor hacia la persona y la significaci¨®n hist¨®rica del Caudillo -"hombre de afectos persistentes"- han cambiado nada.
Tampoco cambia la correspondencia que bajo el t¨ªtulo Las cartas de Franco ofrece Jes¨²s Palacios con un pr¨®logo de Stanley Payne. Ambos saben que buena parte de estas cartas no era desconocida ni in¨¦dita, como se dice en el subt¨ªtulo y en el pr¨®logo, pues el mismo Palacios las hab¨ªa publicado en otros libros suyos. Custodiadas en los archivos de la Fundaci¨®n Francisco Franco, y reproducidas otras de las memorias de Sainz Rodr¨ªguez y de L¨®pez Rod¨®, su inter¨¦s no radica en su condici¨®n de in¨¦ditas sino en su contenido y en la diversa personalidad de los autores, como puede apreciarse por la del embajador Garrigues. Es l¨¢stima, sin embargo, que algunas de las notas introductorias est¨¦n plagadas de errores que afean el conjunto, como ocurre en la dirigida por Jos¨¦ Antonio a Franco el 24 de septiembre de 1934.
M¨¢s que en las cartas, es en las Conversaciones donde est¨¢ Franco todo entero y la ¨²nica pena es que su primo Pac¨®n, como era conocido, no comenzara a escribirlas hasta 1954 y se cansara de hacerlo a finales de 1970. En todo caso, es el momento en que se ha reconocido la verdad de Espa?a y Franco saborea las mieles del triunfo en el exterior y de su vitalicia jefatura en el interior. Si al embajador brit¨¢nico le hab¨ªa transmitido en 1943, d¨ªas despu¨¦s de la ca¨ªda de Mussolini, la sensaci¨®n de hombre confiado en su propio futuro, pose¨ªdo de s¨ª mismo, ya se puede comprender que diez o doce a?os m¨¢s tarde, Franco no necesitaba de ninguna propaganda para ser el primer convencido de su condici¨®n de padre de la patria y restaurador de las libertades, las de verdad, no las defendidas por aquellos liberales que abrieron las puertas al comunismo, como le dice a Pac¨®n el 15 de marzo de 1965.
Entre militares
Una intimidad, la de Franco, vac¨ªa, expresi¨®n de un personaje mediocre aunque extraordinariamente dotado para el mando. Lo pone de manifiesto en sus relaciones con la instituci¨®n que habr¨ªa de ser durante cuarenta a?os la columna vertebral de su r¨¦gimen, el Ej¨¦rcito. Alonso Baquer es reputado conocedor de sus entresijos y sabe qui¨¦n es quien en su Estado Mayor General. Lo sabe y lo clasifica en Franco y sus generales : por antig¨¹edad; por adscripci¨®n ideol¨®gica (mon¨¢rquicos, cat¨®licos, falangistas); por la diferente posici¨®n ante el futuro: restauracionistas, instauracionistas. Este ejercicio taxon¨®mico deb¨ªa haber servido de estructura para su estudio, pero no es as¨ª, sino que a partir de la clasificaci¨®n, lo mezcla todo y lo que promet¨ªa ser una exposici¨®n bien estructurada se convierte en un peque?o laberinto de informaciones superpuestas que vuelven algo fatigoso el recorrido.
Lo m¨¢s grave es que nos quedamos casi en ayunas en un asunto de inter¨¦s central para la pervivencia del r¨¦gimen. Pues por m¨¢s vueltas que se le d¨¦, la larga duraci¨®n del franquismo tiene todo que ver con su construcci¨®n sobre las amplias espaldas del Ej¨¦rcito y de la Iglesia. El episcopado en pleno y su brazo pol¨ªtico, la Acci¨®n Cat¨®lica, en 1945, el Opus Dei luego, en 1957, fueron decisivos para su consolidaci¨®n. Y los militares, por su parte, no s¨®lo se ocuparon de pol¨ªtica exterior, de la Gobernaci¨®n y de la pol¨ªtica militar: administraron tambi¨¦n la justicia del r¨¦gimen y dirigieron hasta avanzados los a?os cincuenta su econom¨ªa. Despu¨¦s, cuando a partir de la crisis de 1957 se "profesionalizaron", mantuvieron sin embargo amplias parcelas de "poder militar" y una indiscutida capacidad de veto. Habr¨ªa sido estupendo haber indagado un poco en c¨®mo, sobre qu¨¦ cuestiones y con qu¨¦ resultados se ejerci¨® esa capacidad hasta su paulatino declive en los a?os de la transici¨®n.
Otro militar, que ya hab¨ªa publicado un libro dedicado a demostrar que Franco era incompetente para la guerra (?pues menos mal!), vuelve ahora sobre sus pasos para presentarnos a un ni?o inseguro y vulgar, falto de afecto y comprensi¨®n, al que le falla la figura del padre, con pobre presencia f¨ªsica y voz aflautada. Tal c¨²mulo de desventuras provoc¨®, nos dice Blanco Escol¨¢, "la aparici¨®n del trastorno de la personalidad conocido por el nombre de psicopat¨ªa". La cual enfermedad explica el af¨¢n de notoriedad, la incoherencia, y "la seudolog¨ªa fant¨¢stica que afecta a los embusteros y a los farsantes patol¨®gicos": esto se llama construir al personaje a partir de los rasgos de una personalidad determinada por un trastorno mental llamado psicopat¨ªa.
?Por ser un psic¨®pata habr¨ªa sido Franco, despu¨¦s de ni?o, conspirador? No parece deducirse tal cosa del retrato que dibuja en Franco. Historia de un conspirador Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez, a quien debemos algunos estudios fundamentales sobre la extrema derecha en Espa?a. Franco aparece aqu¨ª como un aut¨¦ntico manipulador: si la pol¨ªtica fuese mera propaganda, escribe, Franco ser¨ªa uno de los mayores genios de la historia. Valiente en la guerra colonial y efectivo en la civil, reservado y fr¨ªo, escurridizo en la pol¨ªtica, astuto aunque en alguna ocasi¨®n se mostrara menos cauto de lo que se cree. Ocurri¨® durante los a?os en que se sinti¨® llamado a la gloria universal, sum¨¢ndose al Nuevo Orden que Hitler y Mussolini impon¨ªan en Europa. Fue lo que Massimiliano Guderzo llam¨®, en Madrid e l'arte della diplomazia, la m¨¢s completa investigaci¨®n sobre Espa?a en la guerra mundial hasta hoy publicada, la grande tentazione dell'intervento.
Franco y Churchill
Tentaci¨®n, y m¨¢s que tentaci¨®n, deseos exaltados de intervenir no le faltaron. Los gobiernos de Franco colaboraron con las potencias fascistas no s¨®lo suministrando mercanc¨ªas y ofreciendo puertos y avituallamientos, sino enviando la Divisi¨®n Azul y convirtiendo Espa?a en para¨ªso de esp¨ªas nazis. En alg¨²n momento, cuando Italia entr¨® en guerra, Espa?a pas¨® de su ben¨¦vola neutralidad a la no beligerancia, un estadio que Franco entendi¨® como p¨®rtico de una inmediata declaraci¨®n de guerra. Pero si tal era la tentaci¨®n y tan grande el deseo ?por qu¨¦ no dio el paso definitivo?
A los muchos debates suscitados por esta cuesti¨®n se suman hoy los dos ¨²nicos libros que en esta avalancha de publicaciones pueden presumir de investigaciones originales. En Churchill y Franco , Richard Wigg se centra sobre todo en la figura del embajador brit¨¢nico en misi¨®n especial en Espa?a, Samuel Hoare, autor por cierto de unas estupendas memorias con muy agudas observaciones sobre Franco. Con Franco frente a Churchill , Enrique Moradiellos, por su parte, escribe una especie de continuaci¨®n de La p¨¦rfida Albi¨®n, el mejor estudio disponible sobre la pol¨ªtica brit¨¢nica hacia Espa?a durante los a?os de la Guerra Civil. Ambos destacan el papel que la diplomacia brit¨¢nica jug¨® en su empe?o por impedir que Franco cediera a la tentaci¨®n de entrar en guerra. Pol¨ªtica del palo y la zanahoria, dice Moradiellos, las amenazas de bloqueo del comercio atl¨¢ntico por la armada brit¨¢nica habr¨ªan arrastrado consecuencias catastr¨®ficas para una poblaci¨®n hambrienta y desesperada, como la espa?ola de 1940. Si a eso se a?ade que Hitler no mostr¨® m¨¢s que impaciencia ante las astron¨®micas compensaciones que Franco exig¨ªa como pago a su entrada en la guerra y el escaso beneficio que de tal entrada esperaba obtener, se explica que, por un golpe de la fortuna m¨¢s que de la virtud, Franco pudiera capear el temporal en las aguas de la pol¨ªtica internacional sin verse obligado a abandonar la nave.
Se mantuvo, en efecto, para gran consternaci¨®n de algunos generales que no entend¨ªan la pasividad del Reino Unido ante su permanencia en el poder. En una dram¨¢tica apelaci¨®n dirigida a Churchill en el oto?o de 1944 (reproducida por Wigg), el general Aranda calificaba al r¨¦gimen como "tiran¨ªa que se oculta tras de la farsa y que es tan s¨®lo la tr¨¢gica caricatura del nazismo y del fascismo, aunque hoy lo nieguen sus beneficiarios por temor a participar en su mismo fin". Tr¨¢gica caricatura, Franco consigui¨® presentarse como abanderado de la lucha contra el comunismo y por la defensa de la civilizaci¨®n cristiana occidental. El grueso de los generales y de los obispos espa?oles tuvieron mucho que ver en esta maniobra, pero Churchill y luego Attlee, sostenidos de inmediato por Truman, remataron la faena y Paquito pudo conversar durante a?os sin fin con Pac¨®n ri¨¦ndose para sus adentros de quienes le aborrec¨ªan como tirano o le exaltaban como padre de la patria.
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