Las dos Am¨¦ricas
Hubo un tiempo, cuando reinaban los primeros Borbones, en que la diversidad americana parec¨ªa un hecho incontrovertible. Entonces, la Am¨¦rica espa?ola estaba dividida en cuatro virreinatos: el de la Nueva Espa?a, el del Per¨², el del R¨ªo de la Plata y el de la Nueva Granada. Luego del reconocimiento de la independencia de Estados Unidos por Espa?a, en 1783, el conde de Aranda lleg¨® a proponer a Carlos III, en su famoso Memorial, que, para contener a la naciente potencia norteamericana, aquellos virreinatos se reagruparan en tres reinos aut¨®nomos -el del R¨ªo de la Plata y el de la Nueva Granada deb¨ªan fundirse en la monarqu¨ªa de Costa Firme- y que Espa?a s¨®lo retuviera como colonias las islas de Cuba y Puerto Rico.
Con las independencias, sin embargo, se consolid¨® una tradici¨®n intelectual que divid¨ªa el continente americano en dos civilizaciones irreconciliables: la anglosajona, protestante, desarrollada e individualista del Norte, y la latina, cat¨®lica, subdesarrollada y comunitaria del Sur. Durante el siglo XIX, aquella certeza de las dos Am¨¦ricas, basada en la vieja "disputa" del Nuevo Mundo que estudiara Antonello Gerbi, fue el sustrato simb¨®lico de las estrategias americanas de imperios decadentes, como el de Fernando VII, de imperios nacientes, como el de Napol¨¦on III, de casi todas las corrientes monarquistas y conservadoras de la regi¨®n y hasta de ef¨ªmeras ligas europeas como la Santa Alianza. Fue tambi¨¦n esa certeza civilizatoria la que nutri¨® el imaginario providencial de los Estados Unidos desde la guerra de 1847, contra M¨¦xico, hasta la consolidaci¨®n de su hegemon¨ªa en Centroam¨¦rica y el Caribe a mediados del siglo XX.
En el pasado siglo -o m¨¢s espec¨ªficamente, a partir de la guerra de 1898- aquella tradici¨®n antirrepublicana y antiliberal experiment¨® una significativa mutaci¨®n: de informar el repertorio simb¨®lico del conservadurismo pas¨® a nutrir la mentalidad nacionalista, revolucionaria, "antiimperialista", populista e, incluso, comunista, de las izquierdas de la regi¨®n. Autores como el uruguayo Jos¨¦ Enrique Rod¨®, el mexicano Jos¨¦ Vasconcelos y el peruano V¨ªctor Ra¨²l Haya de la Torre fueron le¨ªdos por esas izquierdas como predicadores de una guerra santa de las naciones iberoamericanas contra el imperialismo norteamericano. Curiosamente, las dos referencias que hoy reclaman para s¨ª castristas y chavistas, es decir, Sim¨®n Bol¨ªvar y Jos¨¦ Mart¨ª, tuvieron muy poco que ver en la formaci¨®n de aquellas izquierdas antinorteamericanas del siglo XX por la sencilla raz¨®n de que ninguno de ellos dos, como los republicanos atl¨¢nticos que eran, propuso el enfrentamiento a Estados Unidos.
?Qu¨¦ queda en pie de esa secular contraposici¨®n binaria? Casi nada. Aun as¨ª, no faltan esos pocos aferrados a los paradigmas civilizatorios del siglo XIX, a la mentalidad nacionalista revolucionaria del siglo XX o a la fracasada utop¨ªa comunista, que todav¨ªa sostienen la enemistad entre las dos Am¨¦ricas y, como Fidel Castro y Hugo Ch¨¢vez, hasta gritan "socialismo o barbarie" y "socialismo o muerte", mientras venden petr¨®leo a altos precios y compran comida barata a Estados Unidos. De m¨¢s est¨¢ decir que ese "socialismo" tiene muy poco que ver ya con Rosa Luxemburgo, la autora de la primera frase, o, incluso, con Lenin, y s¨ª mucho que ver con el caudillismo latinoamericano del siglo XIX y, sobre todo, con el autoritarismo populista del XX, cuya f¨®rmula de estatismo interventor les garantiza la corporativizaci¨®n de la sociedad y el control personal del poder.
El reconocimiento de la diversidad racial, religiosa e ideol¨®gica de cualquier sociedad contempor¨¢nea ha socavado las bases de aquellos discursos sobre las identidades "latinas" o "sajonas", "cat¨®licas" o "protestantes", "socialistas" o "capitalistas" de una u otra Am¨¦rica. La propia idea de que existen culturas incompatibles con los valores e instituciones universales del mercado, la democracia y el derecho -idea patrimonialista y colonial, si las hay, y que es m¨¢s herencia de Montesquieu que de Marx-, es abandonada, en la pr¨¢ctica cultural, por las mismas comunidades en nombre de las cuales hablan esas izquierdas autoritarias. ?Qu¨¦ queda en pie, reiteramos, de aquella polarizaci¨®n entre las dos Am¨¦ricas? Tan s¨®lo la evidencia del desarrollo asim¨¦trico de econom¨ªas m¨¢s y menos crecientes, de sociedades m¨¢s y menos libres, de administraciones de justicia m¨¢s y menos eficaces y de instituciones democr¨¢ticas m¨¢s y menos s¨®lidas.
Los fantasmas de aquellos estereotipos binarios reaparecieron durante la pasada IV Cumbre de las Am¨¦ricas, en Mar del Plata. La mayor¨ªa de los medios iberoamericanos rese?¨® las principales diferencias de la reuni¨®n argentina como si evidenciaran una polarizaci¨®n irresoluble entre el bloque del TLCAN (Estados Unidos, Canad¨¢ y M¨¦xico) y el del MERCOSUR (Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay). Las dificultades para avanzar en la firma del Acuerdo de Libre Comercio para las Am¨¦ricas (ALCA) se atribuyeron, fundamentalmente, a esa tensi¨®n, cuyo fundamento decisivo es el rechazo de pa¨ªses como Brasil y Argentina a los subsidios agropecuarios de Estados Unidos. Esos pa¨ªses, sin embargo, no se opusieron al ALCA doctrinariamente, sino que demandaron una negociaci¨®n m¨¢s equitativa del mismo.
Aunque dicha tensi¨®n es real, dif¨ªcilmente puede afirmarse que sea binaria y, mucho menos, que paralice las din¨¢micas de integraci¨®n comercial en la regi¨®n. Chile tiene un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Los pa¨ªses centroamericanos, m¨¢s Rep¨²blica Dominicana, tambi¨¦n. Naciones andinas, como Per¨² y Ecuador, est¨¢n elaborando las bases preliminares para un tratado semejante. Esa tendencia a la negociaci¨®n bilateral del libre comercio, con Estados Unidos, por parte de pa¨ªses o regiones del hemisferio, es ilustrativa de una voluntad mayoritaria de avanzar hacia un esquema de liberalizaci¨®n econ¨®mica continental, ajena a los modelos nacionalistas y confrontacionales que todav¨ªa defienden los viejos y nuevos populismos.
Desde el punto de vista comercial, la polarizaci¨®n de las Am¨¦ricas, si existe, ser¨ªa, como lo sostuvo el presidente mexicano, Vicente Fox, en Mar del Plata, entre una gran mayor¨ªa de 29 naciones que desea el ALCA y unas seis que se oponen al mismo por motivos diferentes: los cuatro del MERCOSUR, m¨¢s Venezuela y Cuba, que son, hasta ahora, los dos ¨²nicos que defienden la llamada Alternativa Bolivariana para las Am¨¦ricas (ALBA), una estrategia de confrontaci¨®n comercial y pol¨ªtica con Estados Unidos, ideada por Ch¨¢vez. Ni el Brasil de Lula ni la Argentina de Kirchner, dos importantes econom¨ªas emergentes encabezadas por gobiernos de izquierda, han endosado el ALBA y prefieren mantenerse en la l¨®gica de integraci¨®n regional, no hemisf¨¦rica, que representa el MERCOSUR, mientras se avanza en una negociaci¨®n m¨¢s equitativamente del ALCA.
El hecho de que pa¨ªses, como M¨¦xico, que pertenecen al Tratado de Libre Comercio de Am¨¦rica del Norte tambi¨¦n est¨¦n interesados en sumarse al MERCOSUR es revelador del car¨¢cter pragm¨¢tico, no ideol¨®gico, de las nuevas estrategias de integraci¨®n comercial. El comportamiento respetuoso del presidente George W. Bush, para con sus hom¨®logos argentino y brasile?o, tambi¨¦n se enmarca en el avance, lento y conflictivo, de una diplomacia interamericana que, finalmente, deje atr¨¢s los enconos y las suspicacias de la guerra fr¨ªa y que promueva un claro discernimiento entre gobiernos leg¨ªtimos y razonables de la nueva izquierda democr¨¢tica, como los de Kirchner, Lula, V¨¢zquez o Torrijos, y el enclave neopopulista de Castro, Ch¨¢vez y Morales.
Si, desde el punto de vista comercial, las Am¨¦ricas est¨¢n divididas entre pa¨ªses que desean el ALCA, tal y como est¨¢, y pa¨ªses que proponen una negociaci¨®n m¨¢s equitativa del mismo, desde el punto de vista pol¨ªtico, la polarizaci¨®n americana es m¨¢s evidente: entre una Am¨¦rica democr¨¢tica de 33 naciones de la regi¨®n y una Am¨¦rica autoritaria de, hasta ahora, s¨®lo dos naciones, Cuba y Venezuela. No por ser democr¨¢ticos, aquellos 33 pa¨ªses dejan de ser soberanos y, en momentos decisivos, como el de la guerra de Irak, los gobiernos de cuatro de ellos -M¨¦xico, Chile, Brasil y Argentina- se opusieron a Washington. Los otros dos, en cambio, privan de derechos pol¨ªticos a sus ciudadanos en nombre de una fantasiosa lucha contra el "imperialismo yanqui".
Rafael Rojas es escritor y ensayista cubano, codirector de la revista Encuentro.
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