La torre del reloj
Ingmar Bergman ha estrenado otra pel¨ªcula, a sus 87 a?os, informaba ayer este peri¨®dico. Desde luego esa noticia parece llegar desde muy lejos, y a los lectores de varias generaciones nos invita a recordar Fresas salvajes, de 1956, pel¨ªcula grave y exaltadamente l¨ªrica que en los a?os setenta se proyect¨® en el hoy desaparecido cine Savoy. Pero quiz¨¢ me confundo y la echaban en alguna de las sesiones de cine foro que se celebraban en mi colegio, en las que el conductor del debate, un cura posconciliar con jersey de cuello alto, nos induc¨ªa h¨¢bilmente a pensar que el tema verdadero y ¨²ltimo de esa y todas las dem¨¢s grandes pel¨ªculas era el Silencio de Dios, mientras que en otros foros m¨¢s clandestinos y politizados se postulaba que el verdadero tema de todas las pel¨ªculas era la injusticia del capitalismo monopolista de Estado. Sin duda, uno y otro ma?tres ¨¤ penser acertaban en parte, y en parte se equivocaban; benditas sesiones de cine, en todo caso, ya que nos daban la ilusi¨®n de ser puertas para salir del mundo de las chiquilladas e ingresar de una vez en la realidad, a trav¨¦s de sus mejores representaciones.
Fresas salvajes cuenta el viaje en coche que el anciano y eminente profesor de qu¨ªmica Isak Borg emprende para recibir un homenaje en la universidad donde curs¨® estudios, y en ese viaje hacia el pasado va revisando su vida y sus afectos. El lector sin duda recordar¨¢ la escena m¨¢s impactante, el sue?o del reloj, del que reproducimos aqu¨ª un fotograma. La voz en off del protagonista dice: "So?¨¦ que durante mi paseo matutino me perd¨ª por un desconocido barrio de la ciudad, de calles desiertas y casas decr¨¦pitas...". En una de esas calles Isak ve un reloj colgado de una pared; asombrosamente, no tiene agujas. Saca del bolsillo su reloj: tampoco las tiene. En ese momento pasa a su lado un carro funerario tirado por un penco. El carro tropieza con el bordillo. Un ata¨²d cae al suelo y la tapa se desplaza. Del interior asoma la mano del muerto. La mano agarra al protagonista. Y ¨¦ste descubre, naturalmente horrorizado, que el cad¨¢ver en el ata¨²d es ¨¦l mismo...
Esta escena en formidable crescendo, deudora de las dos pel¨ªculas de Bu?uel y Dal¨ª, y tambi¨¦n de los cuadros de Magritte y de Delvaux, resulta inolvidable y ha dejado su huella en otros cineastas excelentes. Baste recordar el gran reloj contra el que corre en vano el protagonista de Europa, de Lars von Trier. O el homenaje par¨®dico que en 1997 dedic¨® Woody Allen a la pel¨ªcula de Bergman, bajo el t¨ªtulo Desmontando a Harry. Si a Isak su g¨¦lida nuera le dice: "Por mucho que digan que eres un amigo de la humanidad, los que te conocemos bien sabemos qui¨¦n eres", a Harry, su hermana le recrimina: "T¨² no tienes valores, toda tu vida es nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo".
Tambi¨¦n Harry emprende un viaje en coche hacia la universidad en la que estudi¨® y donde se le va a rendir un homenaje. Pero ¨¦l no es un eminente profesor que se inclina reverente ante los m¨¢s delicados y entra?ables episodios de su pasado, tambi¨¦n ante los m¨¢s tristes y amargos, sino un neur¨®tico escritor de best sellers. Y se presenta en la universidad acompa?ado de un ni?o, su hijo, al que ha secuestrado en el camino porque su ex esposa no le dejaba verle; de una prostituta analfabeta, vestida con top y minifalda de cuero rojo, cuyos servicios ha contratado para que le entretenga durante el viaje, y de un amigo que yace, v¨ªctima de un infarto letal, en el asiento trasero. ?Menudo cortejo!...
El reloj mide el tiempo y es el s¨ªmbolo palmario de su fugacidad irreversible, como nos recuerdan los esqueletos que blanden relojes de arena en El triunfo de la muerte de Brueghel, y las sentencias t¨¦tricas escritas en las filacterias que sol¨ªan decorar los relojes de sol: "mors certa sed hora incerta", "vulnerant omnes ultima necat", "redibo tu nunquam" ("la muerte es segura, la hora no"; "todas las horas hieren, la ¨²ltima mata"; "yo regresar¨¦, t¨² nunca"). De ah¨ª su eficacia inquietante en la escena del sue?o. Yo recuerdo Fresas salvajes cuando tomo el caf¨¦ en la terraza al lado de mi casa, frente a la relojer¨ªa Ballester: tiene un gran reloj sobre el escaparate, que debe de estar conectado a la electricidad. A las dos de la tarde, cuando el se?or Ballester, con su pulcra bata blanca y puntual como uno de sus relojes suizos, echa el cierre para irse a almorzar, las agujas se detienen, y siguen siendo las dos en punto hasta que el due?o regresa, entra en su tienda, prende la luz y las agujas se ponen a dar vueltas enloquecidas hasta alcanzar las cuatro en punto.
Aunque todos llevamos uno de esos mecanismos en la mu?eca, y ¨²ltimamente otro en el tel¨¦fono m¨®vil, el reloj tambi¨¦n nos sale al paso en la v¨ªa p¨²blica: en la torre de la iglesia de Nuestra Se?ora de los ?ngeles, en la calle de Balmes junto a la de Mallorca, bajo la forma del reloj de sol; en la relojer¨ªa Maurer, que hab¨ªa sido unas de las tiendas m¨¢s elegantes de la ciudad, ¨²ltimamente remozada para adecuar su espacio a los tiempos que corren; en la plaza de Catalunya, en la fachada del antiguo Banco Central, y adem¨¢s coronando el edificio del BBVA, girando sobre su eje y pregonando a los cuatro vientos la hora, as¨ª como las siglas del banco; en la fachada de la Universidad y en la del Ayuntamiento; en las cruces de ne¨®n de las farmacias. Es tan evidente que no lo vemos, salvo cuando remata un monumento como el de la linterna de los pescadores, el faro dieciochesco de la Barceloneta, Big Ben de bolsillo, de secci¨®n cuadrada y figura de obelisco, tan extra?o, desplazado y achatado por las nuevas construcciones que lo rodean -la f¨¢brica de hielo del Gremio de Pescadores, las torres met¨¢licas del funicular y la que lo ilumina por las noches, los cines junto al puerto, etc¨¦tera.
De momento conserva sus agujas, pero las perder¨¢ inevitablemente, seg¨²n la ley de la entrop¨ªa que rige el universo; y si lo alcanzamos a ver entonces nos recordar¨¢ todav¨ªa m¨¢s el jard¨ªn infantil de las fresas silvestres que vuelve a visitar, lleno de emoci¨®n, el profesor Isak Borg en la magn¨ªfica pel¨ªcula de Bergman, o sea "el goce que hay en lo pasajero y lo pasajero que hay en el goce", seg¨²n la bella formulaci¨®n del seren¨ªsimo Junger.
museosecreto@hotmail.com
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.