Palabra de Rey
Un protocolo no escrito, pero rigurosamente guardado por los m¨¢s, invita a no revelar el contenido de las conversaciones que el Rey de Espa?a mantiene en su despacho con los variopintos visitantes que le frecuentan. Esta regla de discreci¨®n s¨®lo ha sido verdaderamente vulnerada por un pariente en segundo o tercer grado del propio don Juan Carlos, que public¨® hace ya a?os una entrevista con el Monarca, reproduciendo algunas afirmaciones de ¨¦ste que muchos consideraron entonces imprudentes o, cuando menos, inoportunas. Pero no falta quien, en conversaciones particulares o en c¨ªrculos m¨¢s o menos sociales, comente el contenido de las charlas regias, que suelen ser de una franqueza considerable. No pienso yo inscribirme en esa n¨®mina de chismosos, por lo que no espere el lector revelaciones espectaculares de secretos que no guardo, ni confidencias m¨¢s o menos enjundiosas sobre hechos centrales de la reciente historia de Espa?a. Sin embargo, tres d¨¦cadas es tiempo suficiente para analizar la coherencia de comportamiento de don Juan Carlos respecto a sus expresiones p¨²blicas o privadas, por lo que me parece posible narrar algunos de mis encuentros con ¨¦l, sin sucumbir a ning¨²n tipo de infidencia, si eso sirve para comprender mejor el papel del rey en la vida pol¨ªtica espa?ola.
La primera vez que tuve ocasi¨®n de o¨ªrle expresarse en un ambiente m¨¢s o menos reducido fue durante su viaje de Estado a Jap¨®n, como Pr¨ªncipe de Espa?a, en 1972. Los periodistas que cubrimos informativamente el evento viajamos en el mismo avi¨®n que los pr¨ªncipes, lo que permiti¨® frecuentes di¨¢logos informales en un momento en el que ya se hablaba de la sucesi¨®n de Franco y del futuro de la Monarqu¨ªa, aunque todav¨ªa no hab¨ªa sido asesinado el almirante Carrero. Alguno de los presentes en dichas conversaciones manifest¨® su inter¨¦s por los planes de don Juan Carlos una vez se cumplieran las previsiones sucesorias (t¨¦rmino ¨¦ste acu?ado para hablar el¨ªpticamente de la muerte del dictador). El Pr¨ªncipe contest¨® con celeridad, ante m¨¢s de una docena de personas: "Yo quiero una monarqu¨ªa a la danesa, con un primer ministro socialista proclamando a Margarita como nueva reina". En 1972, el socialdem¨®crata Jens Otto Kragg hab¨ªa entronizado, efectivamente, a la actual reina de Dinamarca, poco antes de lograr la inclusi¨®n de su pa¨ªs en la Comunidad Europea. La imagen de aquella joven y bella treinta?era, aclamada ante las puertas de palacio por el pueblo dan¨¦s, tan desinhibido entonces a los ojos del espa?ol medio, resultaba desde luego algo bastante envidiable para cualquiera que deseara un proceso democr¨¢tico en Espa?a. Como las familias reales europeas han tendido hasta hace bien poco a practicar una endogamia galopante, la reina Margarita era, por su parte, cu?ada del rey Constantino de Grecia, hermano a su vez de la entonces princesa Sof¨ªa. Tiempo antes de que en Copenhague se celebraran los fastos de la coronaci¨®n, Constantino II de Grecia hab¨ªa sido destronado por los mismos militares a los que ¨¦l hab¨ªa entregado poco juiciosamente el poder. Forzado a exiliarse, se instal¨® a?os despu¨¦s en el hotel Claridges de Londres, con su familia y algunos cortesanos, probablemente a la espera del deseado momento de recuperar el trono, que nunca hasta ahora le lleg¨®. Un d¨ªa, al entrar en el vest¨ªbulo del hotel londinense, me encontr¨¦ all¨ª sentado a don Juan Carlos y me acerqu¨¦ a saludarle. "Estoy aguardando a mi cu?ado", explic¨®. Me vino entonces a la memoria el recuerdo de aquella conversaci¨®n sobre los socialistas y las monarqu¨ªas que mantuvimos durante el viaje a Oriente y supuse que el Pr¨ªncipe habr¨ªa de valorar en su fuero interno experiencias tan distintas, y tan cercanas en el tiempo, sobre el papel de la Corona en los pa¨ªses n¨®rdicos y en la Europa meridional.
En 1974, tras el asesinato del presidente del Gobierno por ETA y la llegada al poder de Arias Navarro, algunos franquistas moderados capitaneados por P¨ªo Cabanillas quisieron promover una apertura del r¨¦gimen que facilitara, quiz¨¢s, un proceso democr¨¢tico ulterior a la muerte de Franco, al que se le ve¨ªa ya muy disminuido. En ese ambiente, personas tan significativas como Francisco Fern¨¢ndez Ord¨®?ez, Enrique Fuentes Quintana o Juan Antonio Ortega y D¨ªaz-Ambrona decidieron incorporarse a altos cargos de la Administraci¨®n. Acept¨¦ entonces asumir la direcci¨®n de los servicios informativos de Televisi¨®n Espa?ola, en circunstancias tan forzadas y vergonzosas que ped¨ª una audiencia a don Juan Carlos para explicarle mi decisi¨®n. "Yo creo que el futuro pr¨®ximo de este pa¨ªs pasa por usted, le dije, si es capaz de producir una reforma democr¨¢tica. El franquismo est¨¢ acabado y es importante que quienes tenemos fe en ese futuro ocupemos lugares que permitan orientar a la opini¨®n". Dur¨¦ ocho meses en el puesto, durante los cuales asistimos a la revoluci¨®n portuguesa y a la famosa flebitis del caudillo, que llev¨® al Pr¨ªncipe a ocupar de forma interina la Jefatura del Estado. Eran tiempos de grandes conspiraciones, en que los falangistas apoyaban con descaro la alternativa din¨¢stica del primo de don Juan Carlos -a la saz¨®n casado con la nieta de Franco-; la oposici¨®n al r¨¦gimen y la izquierda integraban la Junta Democr¨¢tica mientras Isidoro, el Felipe Gonz¨¢lez de la clandestinidad, se hac¨ªa con el control del partido socialista; en Par¨ªs, Santiago Carrillo vaticinaba sobre el pr¨®ximo futuro rey que la Historia le llamar¨ªa Juan Carlos el Breve. La experiencia que viv¨ª en RTVE fue m¨¢s que amarga, pero sirvi¨® para convencerme de que el franquismo no podr¨ªa tener continuidad ni aun mediante una reforma, habida cuenta de las poderosas fuerzas reaccionarias que operaban en su seno y de la debilidad de los llamados aperturistas. Ser¨ªa preciso un proceso democr¨¢tico constituyente si el pa¨ªs quer¨ªa salir adelante. Volv¨ª a visitar a don Juan Carlos, al que hab¨ªan devuelto a su condici¨®n de sucesor, despu¨¦s de apearle de la Jefatura de Estado en funciones, y le dije abiertamente lo que pensaba. Hablamos durante algo m¨¢s de una hora. ?l evoc¨® la dureza del exilio de su familia, tuvo palabras de amistad para quienes hab¨ªan ayudado y apoyado a su padre, y me confes¨® que cuando asumiera el trono no contar¨ªa con gentes de la generaci¨®n de sus mayores. Sal¨ª convencido de que el Pr¨ªncipe ten¨ªa, ya entonces, muy claro que quer¨ªa ayudar a traer la democracia.
An¨¦cdotas como ¨¦stas permiten ilustrar las teor¨ªas sobre c¨®mo y cu¨¢ndo se gest¨® la Transici¨®n y permiten celebrar, tambi¨¦n, los treinta a?os de la proclamaci¨®n al trono de don Juan Carlos, incluso si este acto sucedi¨® en el marco de las leyes de la dictadura. El Rey recibi¨® todos los poderes del caudillo y tuvo el acierto, y la honradez, de devolv¨¦rselos a la soberan¨ªa popular, pese a que no eran pocos quienes, en su entorno, le recomendaban que no lo hiciera. Fueron los mismos que fraguaron la criminal aventura del 23-F, fecha en la que don Juan Carlos demostr¨® valerosamente su compromiso personal con la democracia. Es curioso se?alar que los cabecillas del golpeeran ilustres generales mon¨¢rquicos, cuyas familias acumulaban t¨ªtulos nobiliarios y prosapias m¨²ltiples. El Rey tuvo, y tiene, el apoyo de millones de republicanos, porque simboliza el triunfo de la libertad recuperada. Todo ello puede parecer una paradoja, pero no es la ¨²nica ni la m¨¢s grande de cuantas vivimos en la Transici¨®n. Al fin y al cabo, el hacedor del nuevo r¨¦gimen fue nada menos que el antiguo secretario general del partido fascista espa?ol, y Santiago Carrillo, al que todav¨ªa se le injuria desde las ondas de la nada caritativa emisora episcopal, llam¨¢ndole el asesino de Paracuellos, fue presentado en sociedad en Madrid por el mism¨ªsimo don Manuel Fraga Iribarne, hoy presidente de honor del partido aznarista.
Durante todos estos a?os, don Juan Carlos ha demostrado en repetidas ocasiones su instinto pol¨ªtico y su respeto a los procedimientos de la ley, en el cumplimiento de un deseo de normalidad democr¨¢tica para nuestro pa¨ªs. Su enso?aci¨®n de ver a la izquierda aclamando a la Corona se ha cumplido numerosas veces, pero quiz¨¢s no inclu¨ªa la suposici¨®n de que las cr¨ªticas, las conspiraciones y las traiciones vendr¨ªan precisamente de los herederos pol¨ªticos del franquismo, hoy atrincherados en los medios de comunicaci¨®n afines al Partido Popular. Treinta a?os despu¨¦s de la muerte del dictador y de la llegada al trono de nuestro actual Rey, sectores caracterizados de la derecha espa?ola siguen practicando el filibusterismo aventurero que en el siglo pasado nos arrastr¨® a la Guerra Civil. Para su desgracia y nuestra ventura, ni la Monarqu¨ªa ni el Ej¨¦rcito de ahora son los que eran, el mundo del dinero se ha modernizado y no todos los obispos parecen dispuestos a echarse al monte.
Por lo dem¨¢s, este siglo XXI nos obliga a gestionar la complejidad y las contradicciones de que es pasto. Cuando escribo estas l¨ªneas me entero de que una princesa japonesa ha perdido los derechos a la sucesi¨®n en el trono del imperio por casarse con un plebeyo. En Espa?a, al contrario, el matrimonio del Pr¨ªncipe con una periodista divorciada ha servido para que algunos vean en ello una integraci¨®n positiva de la Corona con los ciudadanos de a pie, afianzando la continuidad de la dinast¨ªa. Quiz¨¢s el Rey encuentre inc¨®modo reconocer a diario que la estabilidad del trono es fruto, en gran medida, de la amplitud del sentimiento republicano de este pa¨ªs, aunque no es el ¨²nico caso en la historia. Yo s¨®lo he querido dar testimonio personal de que aqu¨ª la democracia no vino por casualidad ni fue fruto improvisado de las circunstancias. La reclamaba el pueblo y, mucho antes de que muriera Franco, don Juan Carlos de Borb¨®n so?aba con ella. Gusta ver que ha cumplido su palabra.
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