Mundo, demonio y... carne
El otro d¨ªa, en la iglesia de Santa Maria del Mar, escuch¨¦ una historia muy interesante contada por el rector, Albert Taul¨¦. No es que estuviera oyendo misa, sino algo completamente distinto. Lo cierto es que el rector ofrec¨ªa algo parecido a una homil¨ªa pero sin misa, y el tema de su discurso era poco sagrado. Lo que ensalzaba Taul¨¦ era nada m¨¢s y nada menos que la carne, cosa que pod¨ªa confundir a los visitantes que un s¨¢bado por la tarde se acercan a orar a la espl¨¦ndida iglesia. Dec¨ªa el rector que la carne estaba en el orden de la creaci¨®n, que los animales se comen los unos a los otros y que el cuchillo del carnicero es un utensilio ambiguo y que puede ser utilizado como un arma, como hizo Ca¨ªn cuando mat¨® a su hermano Abel. Mientras hablaba, no pod¨ªa dejar de pensar en los tres pecados capitales que me inculcaron en el colegio de monjas: mundo, demonio y carne. Y me hac¨ªa cruces de c¨®mo cambian los tiempos y me parec¨ªa fant¨¢stico que un cura alabara las maravillas de tan suculento manjar. Por cierto que la carne no deja de producir placer, lo cual, como saben, se aleja de los planes y dogmas de la Iglesia oficial.
La nueva cofrad¨ªa acoge a los que alaban las cualidades de las carnes y contribuyen a su mayor gloria: la cr¨ªan, elaboran, cocinan o degustan
Lo que fui a presenciar en Santa Maria del Mar era la creaci¨®n de una cofrad¨ªa de maestros carniceros de Catalu?a. Se llama la Confraria del Gras i el Magre y es una asociaci¨®n creada para acoger a los que alaben p¨²blicamente las cualidades de las carnes, las defiendan de sus detractores y contribuyan a su mayor gloria criando, elaborando, cocinando o degustando. Vestidos con capa y sombrero de media copa, con el tois¨®n que los distingue como el Gras i el Magre, esos 80 hombres y mujeres, m¨¢s un nutrido n¨²mero de invitados, escuch¨¢bamos con atenci¨®n las palabras del rector. Nos cont¨® que Santa Maria de Mar estaba destinada a los gremios y cofrad¨ªas que ya por el siglo XIV llenaban estas calles del barrio de la Ribera. Las 34 capillas (ahora 32) que llenan los laterales de la iglesia serv¨ªan para albergar esas cofrad¨ªas, que supl¨ªan la entonces inexistente Seguridad Social. All¨ª, por ejemplo, se ayudaba a las viudas que quedaban desamparadas, se recaudaban fondos para las familias, y los sacerdotes estaban siempre a disposici¨®n de esta gente. Albert Taul¨¦ record¨® que aunque la sociedad se organiza de forma diferente, los sacerdotes siguen estando al servicio de los feligreses.
Terminado el discurso, el rector invit¨® a los asistentes a levantarse para hacer m¨¢s solemne el acto de bendecir el s¨ªmbolo de los carniceros: la broca con que afilan los cuchillos y que servir¨ªa para investir a los cofrades. La ten¨ªan colocada en un pedestal, al lado del p¨²lpito, y era objeto de los flases de periodistas, carniceros y sus familiares, que llenaban la iglesia. Tras la bendici¨®n, se rez¨® un padrenuestro y un avemar¨ªa que me trasladaron a tiempos remotos de mi infancia, y aun as¨ª fui capaz de seguirlos, porque a base de machacarnos con sus rezos las monjas consiguieron que su legado quedara bien fijo en mi subconsciente. Guardaron la broca y la comitiva se fue en procesi¨®n hasta la Llotja, donde les esperaba un ¨¢gape a la altura de las circunstancias.
Los peatones se quedaban pasmados ante los se?ores cofrades, disfrazados con sus capas y sombreros. Bajando por la calle de la Espaseria, los turistas sacaban fotos y algunos preguntaban que a qu¨¦ grupo coral pertenec¨ªan. La sala principal de la Llotja parec¨ªa el comedor de una boda. Los comensales buscaban su nombre en las mesas y se sentaban, esperando el banquete. Me qued¨¦ un poco aturdida cuando me di cuenta de que mi vecino era nada m¨¢s y nada menos que el rector que hab¨ªa escuchado hac¨ªa unos minutos. Lo reconoc¨ª por el clergyman. A su lado estaba el di¨¢cono, as¨ª que confiaba en un jugoso di¨¢logo que luego, como ver¨¢n, no existi¨®. Faltaba bastante para que nos sirvieran la cena, porque antes deb¨ªan ser investidos los 80 cofrades. El jefe de ceremonias, el se?or Josep Dolcet, veterinario y profesor de la Escola d'Oficis de la Carn de Barcelona, explic¨® que cada cuchillo tiene sus caracter¨ªsticas propias, pero que la broca es el utensilio que los une a todos. Mientras, mi otro vecino de mesa, Eladio Guti¨¦rrez, jefe de prensa de la asociaci¨®n, me explicaba que los charcuteros son un gremio muy din¨¢mico, que investigan constantemente y est¨¢n al d¨ªa (su uniforme es de Toni Mir¨®). "Existen algunos Ferran Adri¨¤ en este gremio", afirma, "pero trabajan en voz baja". Me cuenta que el sector consta de 5.000 empresas, la mayor¨ªa familiares, y que da trabajo a unas 14.000 personas. El gran maestro cofrade, Joan Estap¨¦, un charcutero de Barcelona con solera, invest¨ªa a los 80 cofrades, que sub¨ªan al estrado con toda solemnidad. Les colocaba la punta de la broca en cada hombro y encima de la cabeza mientras pronunciaba unas palabras rituales. Ellos, al final, recitaban la promesa de defender y alabar la carne. Joan Estap¨¦ les colocaba la insignia en la solapa y se dirig¨ªan a sus mesas. Hubo discursos y tambi¨¦n se invisti¨® al consejero Antoni Siurana y al presidente de la C¨¢mara de Comercio, Miquel Valls. Empez¨® la cena, pero de pronto me di cuenta de que mi vecino, el rector de Santa Maria del Mar, hab¨ªa desaparecido con el di¨¢cono. Ya sin su cuello de clergyman, se hab¨ªan instalado con las autoridades y empezaban a comer. L¨¢stima. Por lo dem¨¢s, como era de suponer, la cena fue una maravilla.
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