25 de noviembre de 1960
El sol deb¨ªa haberse puesto, aunque la luz del d¨ªa todav¨ªa guardaba intensidad para iluminar el cielo anaranjado del atardecer, sus l¨¢grimas, como cada vez que regresaban de la prisi¨®n donde la dictadura encarcel¨® a sus maridos, tambi¨¦n habr¨ªan ca¨ªdo ya en el abismo del horizonte dejado a sus espaldas, el silencio reflexivo callaba sus palabras, y el pensamiento no pod¨ªa ir m¨¢s all¨¢ del recuerdo. Todo era como cada semana, todo igual, hasta que en la estrecha y tortuosa carretera de La Cumbre un coche se cruz¨® en su camino y las hizo detenerse. Cuatro hombres se aproximaron y las obligaron a bajar. No debieron pronunciarse muchas palabras. Fueron asesinadas a golpes, introducidas de nuevo en su veh¨ªculo y arrojadas por un acantilado. Eran las siete y media de la tarde del d¨ªa 25 de noviembre de 1960, y nunca m¨¢s amaneci¨®.
Las hermanas Mirabal, Patria, Mar¨ªa Teresa y Minerva, encabezaban la lucha contra la dictadura de Trujillo desde la reivindicaci¨®n de la igualdad de las mujeres, y por ello fueron asesinadas. Transcurridos 45 a?os de su muerte, muchas mujeres siguen sufriendo la violencia y muriendo a manos de hombres que sienten amenazada, cuestionada o atacada su posici¨®n de poder, y hoy, en pleno siglo XXI, seguimos buscando una soluci¨®n, quiz¨¢s sin ser conscientes de que no puede haberla para las manifestaciones de la violencia si previamente no se resuelven las circunstancias que las originan, y con la paradoja de que el simple reconocimiento de su existencia no sea suficiente para acabar con ella.
Esta realidad traducida en una convivencia con la violencia sobre las mujeres, ya nos indica que debe existir algo que la presenta como una expresi¨®n diferente a su verdadero sentido. La fragmentaci¨®n conceptual respecto a sus manifestaciones y la divisi¨®n perceptiva en cuanto a su significado son las que mantienen separadas y alejadas las piezas de un rompecabezas que esconde la verdadera imagen de una sociedad que habla de igualdad, justicia y paz, pero que a¨²n defiende valores en contra de su materializaci¨®n.
Son esos valores protegidos en lo m¨¢s profundo de la cultura los que levantan la mano contra la igualdad y luego enfundan el arma en la justificaci¨®n o contextualizaci¨®n, y lo que en apariencia se presenta como una forma de apartar la violencia del escenario de las relaciones sociales al relacionarla con elementos marginales (alcohol, drogas, paro, descontrol,...) en la pr¨¢ctica consigue mantener la amenaza de la violencia como una realidad al integrarla como posibilidad bajo unas circunstancias cambiantes que pueden afectar a cualquier hombre en una determinada situaci¨®n. El planteamiento que se presenta es claro: la violencia sobre las mujeres no existe, pero se puede presentar en cualquier momento, y cuando ocurre, la interpretaci¨®n que se hace a trav¨¦s de las referencias culturales que otorgan a lo sucedido un significado para transformarlo en percepci¨®n, la integran como parte de la normalidad o la anormalidad; ya no es que un hombre ha matado a su mujer, sino que "un marido, en pleno arrebato por los celos, ha cometido un crimen pasional".
Ah¨ª es donde reside una de las claves, en la necesaria transformaci¨®n del c¨®digo que permite interpretar la violencia de g¨¦nero sobre lo extraordinario y desviado cuando alcanza una determinada intensidad, y sobre lo normal cuando no supera unos l¨ªmites marcados m¨¢s por la habitualidad que por la fuerza, de manera que, bien por exceso o por defecto, la violencia sobre las mujeres como tal no existe.
La violencia de genero es un proceso, necesita construirse de forma progresiva, levantar una estructura en la que las manifestaciones vayan integr¨¢ndose como parte de lo posible y justific¨¢ndose alrededor de determinadas circunstancias, pero al mismo tiempo ha de ser ocultada, revestida de normalidad en un paisaje arm¨®nico en el que la actitud del hombre que controla, limita, critica o cuestiona a su pareja se presenta bajo los colores c¨¢lidos del afecto, y no con los matices fr¨ªos de la violencia. El an¨¢lisis de la situaci¨®n hist¨®rica desde la posici¨®n actual nos muestra que cuando algo visible quiere ser ocultado, es m¨¢s f¨¢cil fragmentarlo en partes que esconderlo como un todo, pues la ocultaci¨®n de lo evidente s¨®lo pasa por la negaci¨®n de lo objetivo, y para conseguirlo hace falta m¨¢s fe que voluntad, algo que no siempre est¨¢ al alcance de quien persigue dicho fin, ni aparece con las garant¨ªas suficientes para alcanzarlo. Por ello, para que la violencia contra las mujeres haya sido sin ser, es decir, para aceptar la existencia de casos, pero no el significado de los mismos, ni tomarla como una situaci¨®n que va m¨¢s all¨¢ de los hechos conocidos, se plantea dividirla en contextos, circunstancias, v¨ªctimas y agresores, y se responsabiliza a las desviaciones de estos elementos para que la realidad est¨¦ formada tan s¨®lo por esos sucesos, y lo real, la violencia hist¨®rica producto de la desigualdad, contin¨²e en la zona oscura del conocimiento. De este modo, una sociedad dalt¨®nica en valores prefiere ver el tono gris homog¨¦neo de la desigualdad en lugar de los contrastes de la diferencia, y cuando la objetividad se presenta como problema, reacciona d¨¢ndole un significado diferente para hacer de lo percibido algo distinto a lo observado, y as¨ª seguir entendiendo que un cielo gris corresponde a un d¨ªa luminoso ante el contraste de la noche.
No basta el rechazo frente las manifestaciones de la violencia, como no fue suficiente la reacci¨®n ante el asesinato de las hermanas Mirabal, hace falta un posicionamiento cr¨ªtico ante el significado de la violencia de g¨¦nero, ante el hecho de que se est¨¦n utilizando la fuerza y el poder para mantener una situaci¨®n de desigualdad a consta de las mujeres. El rechazo s¨®lo es la respuesta emocional ante unos hechos y como tal termina disip¨¢ndose en el tiempo, y cuando todos los d¨ªas del a?o son divisibles por 25, no basta con la reacci¨®n afectiva, es necesaria una actitud cr¨ªtica basada en el conocimiento que lleve a la modificaci¨®n de los valores que amparan la violencia.
Miguel Lorente Acosta es director del Instituto de Medicina Legal de Granada y autor de Mi marido me pega lo normal.
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