Una catedral de la lengua espa?ola
En 1942, Ram¨®n Men¨¦ndez Pidal, al borde de cumplir los ochenta, prologaba en t¨¦rminos encomi¨¢sticos pero escuetos la Historia de la lengua espa?ola de su disc¨ªpulo Rafael Lapesa, con la que tantos fil¨®logos hemos aprendido lo que sabemos del asunto. Muchos, y el propio Lapesa, sab¨ªan que por aquellas fechas, don Ram¨®n hab¨ªa trabajado ampliamente en su propia Historia. ?Obedec¨ªa la relativa displicencia prologal de don Ram¨®n a una traici¨®n del disc¨ªpulo? Creo que no hay lugar para la sospecha. En el mundo de exigencia moral y conciencia patri¨®tica de las gentes del Centro de Estudios Hist¨®ricos, el trabajo ten¨ªa mucho de estratigraf¨ªa colectiva y la generosidad era frecuente: el mismo Lapesa dedicar¨ªa a?os y esfuerzos a completar la obra de su malogrado amigo Amado Alonso, De la pronunciaci¨®n medieval a la moderna en espa?ol, que, por cierto, fue otro empe?o paralelo y subsidiario, pero no por eso rival, de una historia de la lengua como la que ahora nos llega.
Y es que otra pietas ejemplar, comprometida por una voluntad testamentaria, ha llevado a Diego Catal¨¢n Men¨¦ndez-Pidal, nieto del autor y fil¨®logo excepcional, a entregarnos por fin el presente libro. Lo componen dos vol¨²menes que se han editado con sobria belleza tipogr¨¢fica. En el segundo, el responsable de la edici¨®n justifica y razona el proceso editorial de la recomposici¨®n de la Historia y levanta ¨ªndices minuciosos de su contenido. El primero ofrece un libro in¨¦dito de don Ram¨®n (m¨¢s de mil p¨¢ginas), aunque ya desde los a?os treinta su autor hubiera ofrecido alg¨²n anticipo de su contenido. Y el resultado es un memorable acontecimiento en la historia de las humanidades espa?olas, si el abuso de los encomios no ha desgastado ya cada una de estas palabras.
De "una Catedral para la lengua espa?ola" lo califica Diego Catal¨¢n con mucha justeza. Y lo es, entre otras cosas, porque, como todas las catedrales, empez¨® muy temprano (una papeleta de su autor en 1901 ya lo menciona como trabajo en el telar, al lado del manual de gram¨¢tica hist¨®rica, la compilaci¨®n del Romancero o la edici¨®n de las Cr¨®nicas Generales) y su construcci¨®n siempre incompleta ha sobrevivido a quien la concibi¨®. Y lo es tambi¨¦n por ir m¨¢s all¨¢ de lo profesional, como una catedral es algo m¨¢s que un edificio religioso. Pero, si bien se piensa, todo el calculado despliegue estrat¨¦gico de la obra de Men¨¦ndez Pidal abunda en monumentos de esta ¨ªndole, situados en un ¨¢mbito que los ha proyectado en lo que, por abreviar, llamar¨ªamos necesidad hist¨®rica. Muchas personas que no son fil¨®logos advirtieron en Or¨ªgenes del espa?ol (1926) y en La Espa?a del Cid (1929) el h¨¢lito inextinguible de un nacionalismo liberal, infinitamente m¨¢s persuasivo del que ahora se nos quiere colar por tal cosa. Y no debemos olvidar que el texto, gram¨¢tica y vocabulario del Cantar del Cid fue -en 1908-1911- una joya del regeneracionismo intelectual, del mismo modo que los tomitos miscel¨¢neos del autor en la Colecci¨®n Austral fueron, en los lejanos a?os cuarenta y cincuenta, sustentos espirituales muy apreciados en la desolada edad de piedra del franquismo.
El pensamiento de Men¨¦n-
dez Pidal estuvo siempre en concierto con el mejor de su tiempo. No es casualidad, ni mucho menos, que en el Ensayo de presentaci¨®n de una historia de la lengua (redactado en 1939 y que abre el tomo segundo) se cite una frase de Valle-Incl¨¢n en La l¨¢mpara maravillosa ("los idiomas nos hacen, y nosotros hemos de deshacerlos"), porque, aunque no lo parezca, est¨¢ muy cerca de otra de Men¨¦ndez Pidal que resume su propia idea del asunto: "La comunidad ling¨¹¨ªstica es algo m¨¢s que una comunidad social cualquiera: es una comunidad tradicional". Y es llamativo que, al comentar la supervivencia de los sustratos l¨¦xicos prelatinos, en palabras tan nuestras como "vega", "p¨¢ramo", "nava" o "carrasca", se traigan a colaci¨®n unos impresionantes versos de Unamuno en su Cancionero. Para Men¨¦ndez Pidal, ¨¦ste era, sin duda, el lugar del lenguaje: expresi¨®n de una comunidad que se modula al ritmo de la vida de ¨¦sta. Y esto fue, por supuesto, la herencia del legado cient¨ªfico positivista, modificado radicalmente por Karl Vossler y el idealismo ling¨¹¨ªstico, pero tambi¨¦n fue lo vivido por el autor en su pr¨¢ctica nacional cotidiana.
Los expresivos t¨ªtulos de los cap¨ªtulos de esta Historia de la lengua nos recuerdan a menudo ese vigoroso esqueleto intelectual y emocional: lo mismo cuando habla de "La voz lejana de los pueblos sin nombre", que cuando consigna la aprensi¨®n ante la denominaci¨®n lat¨ªn vulgar; cuando titula sin vacilar "Hacia la nacionalizaci¨®n ling¨¹¨ªstica de Espa?a" (?al final de la ¨¦poca visigoda!), como cuando esgrime una de sus met¨¢foras predilectas, "la cu?a ling¨¹¨ªstica castellana", para designar el avance del castellano por entre el mosaico dialectal peninsular. La lengua es un ser vivo y aut¨®nomo, como patentiza, entre muchas, una frase como ¨¦sta, referida al siglo XII: "La lengua era informe a¨²n. Indecisa en su personalidad, admit¨ªa muchos provenzalismos". Pero esa lengua sab¨ªa qu¨¦ hacer: supo que la f- inicial hab¨ªa de desaparecer, y que ten¨ªa que dirimir si usaba o no del ap¨®cope de la -e final, o si la diptongaci¨®n de la o breve latina se resolv¨ªa en -uo- o en -ue-.
Lo que maravilla de este libro es la seguridad apasionada con la que est¨¢ vivido y escrito. El ling¨¹ista moderno se horrorizar¨¢ de que se mezclen los testimonios literarios y la documentaci¨®n com¨²n, la ley fon¨¦tica general y la excepci¨®n individual, pero tal es el secreto de su vitalidad y, a menudo tambi¨¦n, de su modernidad. M¨¢s all¨¢ del pleito entre la ling¨¹¨ªstica idealista y el formalismo pos-estructuralista, Men¨¦ndez Pidal parece venir al encuentro de una nueva antropolog¨ªa cultural. Y, en tal orden de cosas, sus observaciones acerca de una nueva onom¨¢stica personal o su percepci¨®n de la gran renovaci¨®n fon¨¦tica, todo entre 1480 y 1550, componen un cap¨ªtulo admirable. Pero no mejor ni m¨¢s convincente que la historia del ceceo y del seseo (el "sececeo" prefiere decir, con raz¨®n) a lo largo del siglo XVI, o que el templado panorama (e hip¨®tesis) acerca de la evoluci¨®n de las formas de tratamiento t¨²-vos-usted en Espa?a y Am¨¦rica a lo largo de los siglos XVI y XVII.
Decir que todo esto viene adem¨¢s manufacturado en una prosa robusta y sencilla, pero emotiva y estimulante, no es nada nuevo, refiri¨¦ndose a Men¨¦ndez Pidal. Nos hallamos, sin duda, ante una obra de la envergadura de las muy grandes (Or¨ªgenes del espa?ol, La Espa?a del Cid, Romancero hisp¨¢nico) que ya se han citado. Y si en este pa¨ªs guardamos todav¨ªa alguna capacidad de discernir lo verdaderamente importante, habremos de hablar mucho todav¨ªa de este feliz empe?o de la Fundaci¨®n Men¨¦ndez Pidal y la Real Academia y de esa gesta acometida por Diego Catal¨¢n, digno heredero de una saga de hombres y mujeres admirables.
Ram¨®n Men¨¦ndez Pidal. Historia de la lengua espa?ola. Edici¨®n de Diego Catal¨¢n Men¨¦ndez-Pidal. Fundaci¨®n Ram¨®n Men¨¦ndez Pidal y Real Academia Espa?ola, Madrid, 2005. Dos vol¨²menes 1.360+747 p¨¢ginas. Con la colaboraci¨®n de la Fundaci¨®n Ram¨®n Areces y de la editorial Marcial Pons. 90 euros.
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