La revuelta de los superfluos
Las lentes conceptuales para comprender la naci¨®n est¨¢n cambiando. No basta con limitarse a Francia para localizar las causas de la quema de los suburbios franceses, ni sirven los conceptos en principio incuestionables de "desempleo", "pobreza" y "j¨®venes inmigrantes". De hecho, se est¨¢ produciendo un nuevo tipo de conflicto del siglo XXI. La pregunta clave es la siguiente: ?qu¨¦ ocurre con los que quedan excluidos del maravilloso nuevo mundo de la globalizaci¨®n?
La globalizaci¨®n econ¨®mica ha llevado a una divisi¨®n del planeta que ha quebrado las fronteras nacionales, con lo que han aparecido centros muy industrializados de crecimiento acelerado al lado de desiertos improductivos, y ¨¦stos no est¨¢n s¨®lo "ah¨ª fuera" en ?frica, sino tambi¨¦n en Nueva York, Par¨ªs, Roma, Madrid y Berl¨ªn. ?frica est¨¢ en todas partes. Se ha convertido en un s¨ªmbolo de la exclusi¨®n. Hay un ?frica real y muchas otras metaf¨®ricas en Asia y en Suram¨¦rica, pero tambi¨¦n en las metr¨®polis europeas donde las desigualdades del planeta en su tendencia globalizada y local van dejando su impronta tan particular. Y las definiciones de "pobre" y "rico", que parec¨ªan eternas, se est¨¢n transformando.
Los ricos de antes necesitaban a los pobres para convertirse en ricos. Los nuevos ricos de la globalizaci¨®n ya no necesitan a los pobres. Por eso los j¨®venes franceses son inmigrantes africanos y ¨¢rabes que soportan, adem¨¢s de la pobreza y del desempleo, una vida sin horizontes en los suburbios de las grandes metr¨®polis. Porque las nociones de "pobreza" y de "desempleo", tal como nosotros las entendemos, proceden de las tensiones de poder de la sociedad de clases propia de un Estado nacional. Es de suponer que, para grupos cada vez m¨¢s extensos de la poblaci¨®n a lo ancho del planeta, es cada vez menos v¨¢lido que la pobreza es una consecuencia de la explotaci¨®n y que en este sentido ¨¦sta sea ¨²til -la pobreza de unos crea la riqueza de otros-. Esta premisa hist¨®rica se ha roto.
A la sombra de la globalizaci¨®n econ¨®mica, cada vez m¨¢s personas se encuentran en una situaci¨®n de desesperaci¨®n sin salida cuya caracter¨ªstica principal es -y esto corta la respiraci¨®n- que sencillamente ya no son necesarios. Ya no forman un "ej¨¦rcito en la reserva" (tal como los denominaba Marx) que presiona sobre el precio de la fuerza de trabajo humano. La econom¨ªa tambi¨¦n crece sin su contribuci¨®n. Los gobernantes tambi¨¦n son elegidos sin sus votos. Los j¨®venes "superfluos" son ciudadanos sobre el papel, pero en realidad son no-ciudadanos y por ello una acusaci¨®n viviente a todos los dem¨¢s. Tambi¨¦n quedan fuera del mundo de las reivindicaciones de los trabajadores. ?Qu¨¦ son para la sociedad? "?Un factor de gastos!". La "poca utilidad" que les queda es que se mueven por el odio y una violencia sin sentido; al final incluso provocan destrozos, y con este drama real que asusta a los ciudadanos ofrecen a los movimientos y pol¨ªticos de derechas la posibilidad de destacarse.
En Alemania, pero tambi¨¦n en muchos otros pa¨ªses, se cree de manera realmente obsesiva que hay que buscar las causas que llevan a los j¨®venes inmigrantes alborotadores a la violencia en las tradiciones culturales de origen de estos inmigrantes y en su religi¨®n. Los estudios emp¨ªricos sobre esta cuesti¨®n, realizados por excelentes soci¨®logos, demuestran lo contrario: no se trata de los inmigrantes que no se han integrado, sino de los que s¨ª lo han hecho. Mejor dicho: hay una contradicci¨®n entre la asimilaci¨®n cultural y la marginaci¨®n social de estos j¨®venes, que alimenta su odio y su predisposici¨®n a la violencia. Pues no se trata precisamente de inmigrantes anclados en su cultura de origen, sino de j¨®venes con pasaporte franc¨¦s, que hablan perfectamente el franc¨¦s y que han pasado por el sistema escolar franc¨¦s, pero a los que, al mismo tiempo, la sociedad francesa de la igualdad los ha marginado en aut¨¦nticos guetos "superfluos" en la periferia de las grandes ciudades. Los deseos y las opiniones de estos j¨®venes asimilados cuyos padres eran inmigrantes, apenas se distinguen de los de los grupos de la misma edad de sus pa¨ªses de origen. Al contrario: est¨¢n bastante cerca de ellos, y precisamente por ello se aprecia el racismo que hay en la marginaci¨®n de estos grupos de j¨®venes heterog¨¦neos tan terriblemente agrios y, por lo dem¨¢s, tan escandalosos.
Se puede formular con una paradoja: una escasa integraci¨®n de la generaci¨®n de los padres desactiva los problemas y los conflictos, y una buena integraci¨®n de la generaci¨®n de los hijos los agrava. Los padres de los j¨®venes alborotadores, que emigraron del norte de ?frica y que siguen vinculados a su lugar de origen, compensan su integraci¨®n escasa y la discriminaci¨®n abierta con el ascenso social que, a pesar de todo, han vivido. Aceptan su condici¨®n de marginados mejor que sus hijos, quienes han perdido el contacto con el lugar de origen africano, y ahora, heridos en su dignidad de franceses, est¨¢n creando su propio folclore con una "Intifada francesa". Esto explica que los j¨®venes actores de la revuelta de los suburbios se refieran a su situaci¨®n en t¨¦rminos de dignidad, derechos humanos y marginaci¨®n. Pero de manera sorprendente no se refieren en absoluto al trabajo, aunque no tengan.
Las ¨¦lites de la econom¨ªa y de la pol¨ªtica no desisten de la idea de pleno empleo. Por consiguiente, les afecta un extra?o daltonismo que les impide medir la dimensi¨®n de la desesperaci¨®n que se extiende en los guetos superfluos, los cuales se ven aislados de una vida segura y ordenada mediante un trabajo remunerado. Tanto los partidos de la izquierda como los de la derecha, los nuevos y los viejos socialdem¨®cratas, los neoliberales y los nost¨¢lgicos del Estado social no quieren admitir que en un contexto de aumento del desempleo hace tiempo que el trabajo ha pasado de ser un "gran integrador" a convertirse en un mecanismo de marginaci¨®n. Evidentemente, es falso afirmar que no hay suficiente para todo el mundo, pero el trabajo que anta?o creaba seguridades que se consideraban adquiridas dis-minuye r¨¢pidamente, incluso detr¨¢s de la fachada del pleno empleo. Por todas partes hay nuevas formas de desempleo oculto. Algunos lo llaman '1euro job'; otros, 'formaci¨®n', y aun otros, 'hacerse aut¨®nomo'.
La verdadera miseria se manifiesta en el ¨²ltimo eslab¨®n de la jerarqu¨ªa de la formaci¨®n: los trabajos para j¨®venes con un t¨ªtulo educativo de bajo nivel o sin t¨ªtulo alguno se convierten en trabajos automatizados o se ponen a salvo en pa¨ªses con sueldos m¨¢s bajos. Por eso, en toda Europa la escuela primaria amenaza con convertirse en el muro del gueto, tras el que los grupos con un estatus m¨¢s bajo quedan atrapados en el desempleo permanente y la ayuda social. La formaci¨®n, que de manera previsible acaba siendo "superflua", se convierte en foco de "violencia molecular" (Enzensberger) que ya s¨®lo persigue complacerse a s¨ª misma. Pero la pol¨ªtica y la econom¨ªa, influenciadas por la ortodoxia del pleno empleo, se olvidan de la pregunta clave: ?c¨®mo pueden las personas llevar una vida razonable si no encuentran un empleo?
La intranquilidad que en toda Europa han causado las llamas nocturnas de Par¨ªs se traduce en la siguiente inquietud: ?tenemos que contar con que a partir de ahora, adem¨¢s del peligro de atentados terroristas, existir¨¢ el peligro de incendios intencionados y que ello se convertir¨¢ en una constante de la vida cotidiana y del debate pol¨ªtico? Nadie puede hoy responder a ello. Pero puede tener sentido contrastarlo con la historia relativamente exitosa de Alemania. Aunque en la monoton¨ªa del malestar alem¨¢n el multiculturalismo se haya dado mil veces por muerto, existe en Alemania una extensa clase media turco-alemana que crea puestos de trabajo. Aqu¨ª el t¨ªtulo escolar tampoco facilita ning¨²n trabajo. Pero los j¨®venes que se ven afectados no son de color, no viven apretujados en pisos l¨®bregos y son heterog¨¦neos: hijos de expatriados, turcos que se han criado en Alemania y j¨®venes alemanes sin trabajo cuya rabia se concentra contra todo lo "extranjero" (tambi¨¦n contra los hijos de expatriados y de turcos alemanes).
Por eso mismo no hay que cambiar las soluciones pol¨ªticas -quiz¨¢ habr¨ªa que introducir la "discriminaci¨®n positiva", as¨ª como la contrataci¨®n selectiva de profesores, polic¨ªas, trabajadores sociales conocedores de la inmigraci¨®n-, porque en el fondo se trata de un conflicto de reconocimiento cultural. Los conflictos de reconocimiento son juegos de sumas positivas en los que todos pueden salir ganando, distinto de los conflictos de reparto material, en el que uno sale ganando cuando el otro pierde. Pero esto supone un cambio autom¨¢tico de la propia imagen de la sociedad mayoritaria.
Ocurre lo contrario: que el racismo inocente de los falsos conceptos es tan evidente que nadie se da cuenta de ¨¦l. Se habla de inmigrantes, pero nos olvidamos de que son franceses. Se pone en el punto de mira al islam, pero se ignora que a muchos de los incendiarios les importa un bledo la religi¨®n. Se evoca la importancia del origen y no se quiere admitir que las llamas surgen del haber nacido aqu¨ª, de la exitosa asimilaci¨®n y precisamente de la ?galit¨¦ que han interiorizado.
Se trata de una sublevaci¨®n airada t¨ªpicamente francesa contra la dignidad herida de los superfluos y a favor del derecho a ser iguales y diferentes. Lo m¨ªnimo para reconocerles ser¨ªa que la superficie incendiada del odio que amenaza con declararse en todo el mundo no se minimizara rebaj¨¢ndola a la categor¨ªa de zombi. Pero esto ya parece que es pedir demasiado.
Ulrich Beck es profesor de Sociolog¨ªa en la Universidad de M¨²nich. Traducci¨®n de M. Sampons.
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