Las hogueras del odio
Quemar veh¨ªculos vac¨ªos es un delito. Incendiar autobuses llenos, vaciar bidones de gasolina debajo de los pasajeros y prender una cerilla es un crimen. ?Hace falta ser fil¨®sofo para distinguir entre la violencia contra las cosas y el terror contra las personas? Se ha traspasado un l¨ªmite. Ha llegado la hora del nihilismo. Se toma en serio el eslogan hasta ahora fantasioso de "?Que se joda todo!". Los casos de crueldad no suscitan el menor sentimiento de horror o de repulsa en los insurrectos. Los que deploran con raz¨®n el destino de dos j¨®venes electrocutados no tienen una palabra, ni una mirada para las v¨ªctimas y los muertos que ellos causan. Como si, traspasado el umbral de la dignidad humana, la lucha a muerte se volviese normal.
Un incendio nihilista no perdona a los incendiarios. Son sus barrios los que se queman, los coches de sus vecinos o de sus padres, las guarder¨ªas y los colegios de sus hermanos y hermanas los que saquean. Hacen tabla rasa con aquello que permite entretenerse, comunicarse, encontrar un empleo y hacer la vida mejor. ?Nos tenemos que creer que los pir¨®manos no se dan cuenta de que obran en su contra? ?Acaso es casualidad que se empe?en en convertir en un infierno unas condiciones de vida ya de por s¨ª dif¨ªciles? A pesar de que los incendiarios no son bombas humanas (se preocupan por su seguridad personal), social y existencialmente ya son suicidas y se construyen para s¨ª mismos una posteridad entre escombros. "Sin futuro".
El odio hacia s¨ª mismos, el odio hacia los dem¨¢s y el odio hacia el mundo son compa?eros de viaje. Se revalidan aterrorizando a su entorno a golpe de c¨®ctel molotov, transformando las tuber¨ªas de gas en hachones, contribuyendo a la destrucci¨®n general (Clichy sous Bois "ser¨¢ Bagdad esta noche"). "Quemo, luego existo". Todo movimiento contestatario violento es presa de estas tentaciones. Pero ¨¦stas triunfan cuando el odio toma el mando y los incendiarios definen su "fuerza" ¨²nicamente en funci¨®n de su capacidad para hacer da?o. Reflejan su poder y celebran la asunci¨®n de su virilidad en las llamas que devoran su lugar de nacimiento.
?C¨®mo llamar a estos incendiarios j¨®venes y no tan j¨®venes? Un cr¨ªo de 10 a?os est¨¢ lavando el coche familiar, es el d¨ªa del padre. Cae por una bala perdida. En la escena del crimen, el ministro del Interior propone limpiar la barriada "con mangueras de alta presi¨®n". Otro drama en Argenteuil, y habla de "escoria". ?Lo que ha dicho! La oposici¨®n se desboca, es normal; la prensa tambi¨¦n, lo cual lo es menos. Para no afrontar el problema, se dedican a la sem¨¢ntica: ?el ministro ha insultado a todas las barriadas! Cuando estallan los tumultos, el Gobierno machaca, satisfecho con responsabilizar del caos a una oveja negra. Evitemos las intrigas de fin de reinado.
?Se puede o no usar el t¨¦rmino "escoria" y otras pullas no menos despreciativas? ?Es necesario abstenerse de toda estigmatizaci¨®n de los incendiarios so pretexto de que los inocentes podr¨ªan darse por aludidos? La sacrosanta preocupaci¨®n por no crear "amalgamas" es lo que crea las amalgamas. Da por supuesto que es imposible separar lo bueno de lo malo y diferenciar la minor¨ªa del conjunto. El alma compasiva no deja que se llame al gato, gato, y a un incendiario de veh¨ªculos ocupados, asesino en potencia. Mezclamos a los que queman con los que se abstienen de ello. Tomamos la parte por el todo.
Los moralizadores amantes de la sem¨¢ntica no quieren ofender a los incendiarios, con lo cual emprenden una batalla grotesca por las palabras para evitar la crueldad de los hechos. Algunos, que critican "escoria", escriben unas l¨ªneas m¨¢s abajo "b¨¢rbaros", "salvajes" o "gamberros". El pol¨ªtico lamenta los t¨¦rminos "discriminatorios" y se refugia en el vocabulario homologado, "delincuentes". Mala suerte para la presunci¨®n de inocencia. Nos encontramos con un amotinado culpable antes de ser juzgado. La confusi¨®n alcanza su cima con el vocabulario neutro: los "j¨®venes" incendian, los "j¨®venes" tiran con balas de verdad; resumiendo, los j¨®venes est¨¢n furiosos. Los incendiarios son "j¨®venes" (sin comillas) entre los j¨®venes, j¨®venes como todos los j¨®venes. ?Para evitar la amalgama se calienta al rojo vivo? Hay que juzgar a cada uno seg¨²n sus actos y no seg¨²n su generaci¨®n o su origen ¨¦tnico. Joven o viejo, un gamberro que aterroriza es un gamberro. El discriminador infamante se niega a confundir grupo de edad o lugar de residencia con comportamiento criminal. La ¨²ltima palabra corresponde a Diziz la Peste, el conocido rapero: "Lo de rociar con gasolina a un discapacitado, ?es porque te sientes mal o porque no tienes trabajo? No, eres una mierda, ?eso es todo!".
?Por qu¨¦ usar eufemismos con respecto a los actos delictivos? ?Es por miedo a reconocer en ellos un poco de nosotros mismos? El diagn¨®stico es el mismo en todas partes: fracaso de la integraci¨®n. ?Y si fuese lo contrario? Los inmigrantes de primera generaci¨®n no le prend¨ªan fuego a sus chabolas, mucho m¨¢s s¨®rdidas. Sus hijos son franceses y se comportan como franceses, incluso cuando, con otros franceses "de pura cepa", tienen la cerilla r¨¢pida. No son, como se les hace creer por racismo compasivo, los condenados de la tierra. La quema de los suburbios es una prueba de que la integraci¨®n se ha llevado a cabo: todo depende de c¨®mo y a qu¨¦ se integre uno.
Cuando los expertos auscultan los "fracasos" de los "modelos" franc¨¦s o americano, comparan una dura realidad con una integraci¨®n ideal que no existe en ning¨²n sitio. So?amos con absorber los elementos exteriores diluy¨¦ndolos en una comunidad nacional armoniosa y pacificada. Eso nunca ha sido as¨ª. Los inmigrantes se integraban en el dolor y en el drama, cuando los conflictos que divid¨ªan a Francia se convert¨ªan en los suyos propios. Los inmigrantes no entraban en una ciudad consensual y paradis¨ªaca, sino siempre dividida. Se convert¨ªan en franceses de pleno derecho al tomar partido por un bando frente a otro, so pena de ser tildados de "extranjeros".
Tanto en Francia como en Estados Unidos, la integraci¨®n es contestataria y conflictiva. Ya que nadie pone en duda la "francesidad" de los agricultores que hacen que su voluntad prevalezca sin vacilar sobre el uso de medios violentos, hay que reconocer que los c¨®cteles molotov de los suburbios tienen unas caracter¨ªsticas propiamente francesas. Es en Francia donde los incendiarios nihilistas aprenden que ser fuerte significa hacer da?o. Cuanto m¨¢s rompes, m¨¢s importas. En Francia, tanto la derecha como la izquierda ganar¨ªan algo mir¨¢ndose en el espejo que les ponen delante los agitadores.
?Qui¨¦n pretende gobernar Europa en completa minor¨ªa, no sin antes haber dicho a los pa¨ªses que se emancipan de su maestro ruso que tienen un ¨²nico derecho, el de callarse? ?Qui¨¦n vota en un 55% contra Europa y mezcla su papeleta con los extremos y los racistas? ?Qui¨¦n se arriesga a echar abajo 50 a?os de esfuerzos? ?Qui¨¦n se declara dispuesto a hundir la OMC y se r¨ªe, en nombre de nuestro 2% de agricultores, de la inmensa miseria africana? La diplomacia francesa se comporta en las relaciones internacionales como si fuesen puras relaciones de perjuicios. Ayer estaba en t¨¦rminos excelentes con Sadam; hoy, con Putin. A los degolladores de Bagdad los considera "resistencia".
Tal opci¨®n nihilista causa estragos de puertas adentro. Abundan los ejemplos de chantaje. Las zonas en las que no existe el Estado de derecho son como manchas de aceite en Francia, tanto en la de arriba como en la de abajo. Nuestros suburbios son absolutamente franceses. Demasiado f¨¢cil estigmatizar al extranjero. Los incendiarios son de los nuestros. Son ciudadanos de un pa¨ªs en el que soplan vientos de odio.
Andr¨¦ Glucksmann es fil¨®sofo franc¨¦s. Traducci¨®n de News Clips.
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