Homil¨ªa de adviento
En la arquitectura de las celebridades hay m¨¢s vinagre que vino. Tomando prestadas las met¨¢foras evang¨¦licas de Ratzinger ante el s¨ªnodo, la ciudad europea es una vi?a devastada por jabal¨ªes, una construcci¨®n cultivada y paulatina arrasada por fuerzas econ¨®micas y medi¨¢ticas que han impuesto su apetito animal a la lentitud vegetal de la continuidad urbana, suministrando el brillo compensatorio de las arquitecturas de autor como placebos de orientaci¨®n e identidad en el territorio mutante de la globalizaci¨®n. Pero la proliferaci¨®n de estos hitos o iconos erosiona su ficci¨®n curativa, y la sonoridad publicitaria de sus trinos se apaga en el estr¨¦pito de los tiempos, disolviendo en humo y espejos su promesse de bonheur. Deploraba Ortega que los debates parlamentarios de su ¨¦poca se produjeran entre jabal¨ªes y tenores, y es probable que nuestros di¨¢logos urbanos se formulen tambi¨¦n entre el dinero que embiste y los artistas que cantan, por m¨¢s que el vino de su voz, devenido vinagre, haya dejado de emborracharnos. Regresando a la teolog¨ªa enol¨®gica benedictina, las arquitecturas simb¨®licas se elaboran hoy con uvas selv¨¢ticas, tras el paso por la vi?a de los cerdos salvajes, y su consumo produce m¨¢s resaca que euforia.
Si las arquitecturas de autor merecen moderarse ser¨¢ porque expiatoriamente hayamos decidido construir menos edificios y hacer m¨¢s ciudad
En la exposici¨®n de Nueva York de la nueva arquitectura en Espa?a casi un tercio de las obras tiene autor extranjero
La reacci¨®n contra las obras
emblem¨¢ticas no tiene tanto origen en su papel tradicional de propaganda del poder o en su funci¨®n contempor¨¢nea de motor de la industria tur¨ªstica cuanto en su multiplicaci¨®n incontrolada, con la secuela inevitable de diluci¨®n de la singularidad y menoscabo de la calidad, al manifestarse la mayor parte de los arquitectos-estrella incapaces de mantener a la misma altura el list¨®n de la excelencia. No otra cosa sucede en los museos de arte contempor¨¢neo, cuando la repetici¨®n formularia de las colecciones -presidida por un Moore, un Chillida o un Turrell frente a la entrada- deteriora tanto el perfil espec¨ªfico de la instituci¨®n como el valor gen¨¦rico de las obras, producidas bajo la presi¨®n de un mercado insomne. En la arquitectura, esta met¨¢stasis ic¨®nica ha alimentado tambi¨¦n protestas proteccionistas, como la encabezada por Will Alsop con ocasi¨®n de la victoria de Londres en la designaci¨®n ol¨ªmpica, a trav¨¦s de un manifiesto colectivo que reclamaba el protagonismo de la nueva generaci¨®n brit¨¢nica en los proyectos de 2012, de manera que no acaben en manos "de holandeses o espa?oles"; o como la promovida mediante una carta p¨²blica a Ciampi y Berlusconi suscrita por 35 arquitectos destacados -entre los cuales, Vittorio Gregotti y Paolo Portoghesi-, donde se advert¨ªa que la proliferaci¨®n de encargos a extranjeros pon¨ªa en riesgo la continuidad de una investigaci¨®n arquitect¨®nica iniciada en los a?os treinta que constituye un "irrenunciable recurso cultural italiano".
Aunque algunas de estas demandas sean mezquinas, entran en sinton¨ªa con el clima emocional de una Europa, demogr¨¢ficamente envejecida, incapaz de competir con Asia y donde los ¨²ltimos referendos constitucionales han expresado el temor hacia la ampliaci¨®n al Este -el famoso fontanero polaco de la consulta francesa- o el ingreso de Turqu¨ªa -con el impacto del asesinato islamista de Theo van Gogh gravitando sobre las urnas holandesas-. Vibran tambi¨¦n en resonancia con un sentimiento de repliegue, producto de la inseguridad hist¨®rica generada por la globalizaci¨®n, que ha impulsado un retorno hacia las fidelidades inmediatas de la aldea y la tribu, y un reverdecimiento de identidades regionales que adquieren un nuevo protagonismo cultural y pol¨ªtico. Pero emplean como combustible fundamental la irritaci¨®n con los excesos del star system, la fatiga con unas vedettes que no siempre suministran la calidad que se espera de ellas, y la constataci¨®n de que en numerosas ocasiones los profesionales locales salen beneficiados en la comparaci¨®n. (?ste no es precisamente el caso de los autores de los dos manifiestos mencionados: los j¨®venes brit¨¢nicos, adem¨¢s de menospreciar a los extranjeros, se enfrentan a la generaci¨®n de los dos lores de la alta tecnolog¨ªa, Foster y Rogers, cuyos m¨¦ritos arquitect¨®nicos no son siquiera comparables a los de sus detractores; y los veteranos italianos llevan mucho tiempo sin construir edificios de inter¨¦s semejante a los de las estrellas internacionales que aspiran a excluir de su pa¨ªs.)
La marea proteccionista llega a Espa?a amortiguada por el d¨¦bil chovinismo de un pa¨ªs cuya autoestima result¨® lesionada por el prolongado aislamiento de la etapa franquista, y donde la apertura al exterior siempre se ha asociado con la modernidad y la libertad, pero tambi¨¦n impulsada por la percepci¨®n de un intercambio desigual -importamos m¨¢s arquitecturas de las que exportamos, pese a disfrutar de un gran reconocimiento internacional-, por la construcci¨®n de redes clientelares en territorios de fuerte identidad, y por la tibia decepci¨®n con la ¨²ltima hornada de arquitecturas de autor, no siempre tan satisfactorias como cabr¨ªa esperar de la generosidad de sus presupuestos y de la reputaci¨®n de sus autores. En la exposici¨®n de la nueva arquitectura en Espa?a que inaugura en febrero el Museo de Arte Moderno de Nueva York -un homenaje singular a la excelencia del actual momento de la construcci¨®n en el pa¨ªs-, casi un tercio de las obras tiene autor extranjero, lo que muestra a la vez la amplitud de miras de las instituciones espa?olas (que vienen a ser la mayor¨ªa de los clientes), y la fascinaci¨®n de las figuras del panorama internacional por un pa¨ªs donde no siempre han podido trabajar en las mejores condiciones -bien por la tradicional indefinici¨®n program¨¢tica del cliente p¨²blico, bien por la no menos frecuente imprecisi¨®n presupuestaria-, pero donde han disfrutado de una popularidad medi¨¢tica y una deferencia pol¨ªtica menos com¨²n en otras latitudes.
Por mucho que censuremos las extravagancias formales o la excepcionalidad econ¨®mica de las obras de autor, conviene recordar que -como sol¨ªa decir Alejandro de la Sota- los arquitectos procuran "dar liebre por gato", ofreciendo a la sociedad mayor esfuerzo del que a menudo demanda, y s¨®lo aquellos que han renunciado a esa integridad autoexigente que es el soporte del profesionalismo pueden ser secuestrados por la complacencia censurable del que da menos de lo que promete su prestigio. En ocasiones se producen accidentes, como en el Parlamento de Escocia -una obra de belleza emocionante que representa la democracia con formas inesperadas-, donde la muerte casi simult¨¢nea del arquitecto y del pol¨ªtico que actuaba como su cliente produjo un descontrol presupuestario que motiv¨® una investigaci¨®n de la propia instituci¨®n, sin que este descarrilamiento econ¨®mico impidiera a Enric Miralles obtener p¨®stumamente el Premio Stirling, la m¨¢s alta distinci¨®n a una obra que conceden los arquitectos brit¨¢nicos. Sin embargo, ning¨²n gran proyecto se libra de la pol¨¦mica period¨ªstica y del esc¨¢ndalo pol¨ªtico y, tanto la ¨®pera de Sidney como el museo Pompidou o el Guggenheim bilba¨ªno fueron capolavori recibidos con el mismo estr¨¦pito que hoy rodea la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia o la Ciudad de la Cultura de Galicia, dos obras tit¨¢nicas que acaso sean tambi¨¦n las obras maestras de sus autores, por m¨¢s que hoy s¨®lo podamos ver la desmesura de su escala con una conciencia de culpa que agr¨ªa el vino en la copa.
Si las arquitecturas de autor
merecen moderarse, ser¨¢ sin duda porque expiatoriamente hayamos decidido construir menos edificios y hacer m¨¢s ciudad, porque s¨®lo desde la continuidad f¨ªsica y temporal de lo urbano podemos aspirar a canalizar las corrientes turbulentas que transforman el mundo material, y s¨®lo desde la conciencia de la prioridad de lo colectivo podemos procurar capear las tempestades hist¨®ricas que sacuden el universo social. Pero no ser¨¢ porque una generaci¨®n emergente u otra en declive reclamen medidas proteccionistas frente a las estrellas extranjeras, o porque los grandes agentes econ¨®micos del sector de la construcci¨®n prefieran tratar con profesionales m¨¢s d¨®ciles. La alta competici¨®n arquitect¨®nica es un sector exigente y los arquitectos que defraudan en los concursos, decepcionan en los encargos o fracasan en las obras sufren una erosi¨®n inmediata en su reputaci¨®n, que se traslada enseguida al entorno profesional o acad¨¦mico, y con alg¨²n retraso al p¨²blico y a los clientes. Es en ese desfase donde proliferan la mayor parte de las patolog¨ªas, si no clasificamos como tales los disparates que cada generaci¨®n construye con la convicci¨®n un¨¢nime de haber hallado la piedra filosofal, cuando a menudo no son sino producto de modas est¨¦ticas o intelectuales que se desvanecen tan s¨²bitamente como emergieron. Pero ambas circunstancias -la decadencia de algunas celebridades y la caducidad intr¨ªnseca de la moda- se suman estos d¨ªas para emitir una se?al de alarma arquitect¨®nica similar a los profit warnings que publican las empresas cotizadas para informar al mercado de que sus beneficios ser¨¢n inferiores a los previstos, y que aqu¨ª habr¨ªa merecido el t¨ªtulo de "advertencia de adviento" si no se temiera abusar de la aliteraci¨®n y la ret¨®rica.
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