Mujer. Mayor. Sola. Y pobre
Una de cada tres espa?olas con m¨¢s de 65 a?os vive en la pobreza
-Todo el d¨ªa me lo paso llorando. Soy una persona in¨²til.
-Lo que tienes, Josefa, es una depresi¨®n.
Mar¨ªa, la voluntaria, toma la mano de Josefa, huesuda, transparente, entre las suyas. Y s¨®lo entonces los ojos de la anciana, que tiene 85 a?os, eluden las l¨¢grimas.
Josefa lleva cuatro a?os sola, desde que enviud¨®, en este piso de M¨®stoles, una localidad del sur de Madrid. Cos¨ªa pantalones en su casa y luego los llevaba al comercio. Pero entonces, dice, no se aseguraba. As¨ª que sus ¨²nicos ingresos provienen de la pensi¨®n de viudedad: 300 euros.
Este piso sin ascensor -"est¨¢ a nombre de mi hija, yo no tengo nada", aclara la mujer- se ha convertido, casi, en una torre inexpugnable. "Desde que me ca¨ª, el 26 de diciembre, volviendo de casa de mi hijo, me d¨¢ miedo todo. Me duele el pecho. Me duele el est¨®mago. Me mareo y no me atrevo a salir sola".
Han trabajado a?os en las tareas m¨¢s duras y humildes; ahora tienen las pensiones m¨¢s bajas
"La ropa que llevo me la dan los vecinos, y mire usted, voy tan limpita", dice Inocencia
Mujer. Mayor. Sola. Estos tres atributos, que Josefa posee, se combinan peligrosamente para producir otro calificativo: pobre. Lo se?alaban los autores del informe del Imserso Las personas mayores en Espa?a, 2004,
la gran radiograf¨ªa de ese sector creciente de la poblaci¨®n, un 17%, aquel que ha cumplido 65 a?os. M¨¢s de siete millones de personas, seg¨²n datos de 2003: "Ser mayor a?ade tres puntos a la tasa general de pobreza (desde el 19% hasta el 22%)", dec¨ªan, "pero ser mujer a?ade doce (35%) y vivir solo, m¨¢s de veinte (hasta el 43%)".
La estad¨ªstica constata la desigualdad a estas edades en la situaci¨®n de hombres y mujeres. Ellas viven m¨¢s (superan en siete a?os a los hombres en esperanza de vida, 82 frente a 75), luego son m¨¢s (el 57,8%) y estar¨¢n m¨¢s tiempo solas. Como Josefa, una de cada cuatro espa?olas mayores vive sin compa?¨ªa (26,7%), frente a uno de cada 10 hombres. Como ella, cuatro de cada 10 (47%) son viudas, situaci¨®n que casi se dobla a partir de los 80 a?os (71%). En cambio, el 64% de los varones est¨¢n casados a esa edad.
Cuando se le relata un caso como el de Josefa, la investigadora Lourdes P¨¦rez Ortiz, una de las redactoras del informe del Imserso, y autora tambi¨¦n del estudio Envejecer en femenino. Las mujeres mayores en Espa?a a comienzos del siglo XXI, asegura que es una situaci¨®n protot¨ªpica: "El problema de las espa?olas no es que no hayan trabajado fuera de casa, sino que muchas, las que no tienen estudios, se han dedicado a tareas m¨¢s humildes, con m¨¢s econom¨ªa sumergida, as¨ª que no pueden acreditar su trabajo. Mayoritariamente perciben pensiones de viudedad, que son menores".
Seg¨²n el informe del Imserso, las espa?olas mayores son las m¨¢s pobres de la Uni¨®n Europea, s¨®lo por detr¨¢s de las italianas. Entendiendo por estar bajo el umbral de la pobreza el vivir con menos del 60% de la mediana de los ingresos medios de los hogares. La investigadora P¨¦rez Ortiz ha calculado esta cantidad: "En una estimaci¨®n aproximada, se puede decir que es pobre alguien que gane menos de 5.177 euros al a?o". O 369 euros al mes, si se divide por 14 pagas. Treinta y cinco de cada 100 espa?olas, seg¨²n el informe del Imserso, est¨¢n necesitadas. S¨®lo les superan las italianas (51%).
El marido de Josefa era viajante y pasaba mucho tiempo de pueblo en pueblo. Ella trabajaba, dentro de casa, al cuidado de tres hijos, y tambi¨¦n fuera, pero no cotiz¨®. As¨ª que s¨®lo cobra la pensi¨®n de viudedad. Teniendo en cuenta que las pensiones son la principal herramienta de protecci¨®n de los mayores, las cifras que arroja el informe sobre ellas ofrecen una lista de agravantes. Uno: el 61,9% de las pensiones contributivas de jubilaci¨®n tienen como beneficiario a un hombre, y el 75,9% de las de viudedad las perciben las mujeres. Dos: la pensi¨®n media de una viuda es un 70% de la media de jubilaci¨®n. Tres: las mujeres son las principales receptoras (84%) de las pensiones no contributivas, que son de 294 euros al mes. Y, finalmente, un dato que toca a los dos sexos: comparando el gasto en pensiones con el ¨ªndice de envejecimiento, la situaci¨®n de Espa?a es la peor de todos los pa¨ªses de la Uni¨®n Europea.
Cuando una mujer enviuda, apuntan todos los expertos, se queda, en general, aproximadamente con la mitad de la pensi¨®n que recib¨ªa su marido. Y los gastos de la casa no se reducen a la mitad
. Pero Josefa no se queja y eso que su pensi¨®n (300 euros) ni se acerca al salario m¨ªnimo, que es de 512 euros. Dice que una hija que vive en el extranjero le manda maletas enteras llenas de ropa. Sufre m¨¢s por estar as¨ª, siempre sentada en el sof¨¢, frente a una peque?a estufa. Los d¨ªas se hacen largos. Prepara la comida, apa?a la cama, a cuyo costado ha puesto el artilugio de la teleasistencia (es una de las 148.000 personas -3,14% de los mayores- que la reciben) y despu¨¦s, s¨®lo queda esperar hasta las ocho y media de la tarde, hora en la que se acuesta. "Pero las pastillas no me hacen efecto y yo me desespero".
S¨®lo hay un d¨ªa distinto. El viernes. Cuando Mar¨ªa viene a verla, durante una hora, y la lleva a pasear por el barrio. Mar¨ªa es una mujer determinada, que ha sobrepasado los 70 a?os, luce el pelo cardado y un chaleco de Cruz Roja. Enviudar de su segundo marido la empuj¨® a hacerse voluntaria. "Yo creo que he sufrido tanto, que he llorado y luchado tanto", dice Mar¨ªa, "que tengo el coraz¨®n como una piedra. Por eso puedo trabajar con los ancianos".
"De ella todo es bueno. Ojal¨¢ tuviera m¨¢s d¨ªas". S¨®lo cuando Josefa mira a Mar¨ªa le bailan los ojos. "Con la gente me animo. Yo s¨®lo quiero irme a una residencia, ?usted cree que me la dar¨¢n?".
Generalmente, las mujeres viudas se quedan en su casa, "adem¨¢s de por el apego, es que est¨¢ muy mal visto socialmente acudir a una residencia", dice P¨¦rez Ortiz. Otro investigador, Antonio Abell¨¢n, del CSIC, advierte que una mujer mayor, pobre y sola asume, encima, m¨¢s riesgo de padecer discapacidad: "Por un lado, poseen poca educaci¨®n y se casaron con hombres cuyo nivel econ¨®mico era tambi¨¦n bajo". La combinaci¨®n de escasos recursos y pobre instrucci¨®n favorece las conductas poco saludables, que se suman al riesgo de discapacidad que ya tienen las mujeres por el mero hecho de serlo: sufren m¨¢s fracturas, por ejemplo, ocasionadas por la osteoporosis, o tienen m¨¢s posibilidades de padecer enfermedades cr¨®nicas. "S¨ª, las mujeres viven m¨¢s, pero a costa de sufrir m¨¢s dependencia", advierte el presidente de la Sociedad Espa?ola de Geriatr¨ªa y Gerontolog¨ªa, Isidoro Rup¨¦rez.
La discapacidad ya aparece en el horizonte: Josefa tiene miedo, que es por donde empiezan los problemas: miedo a salir, a caerse, -"algo que cuentan todas", dice Abell¨¢n-, por lo que no puede hacer los recados, o relacionarse. "Y si no salen, y no se mueven, y no se relacionan, son candidatas a caer en la discapacidad", a?ade.
"Es curioso", prosigue la investigadora P¨¦rez Ortiz, "no se quejan de lo poco que tienen, porque han llevado una vida muy dura, llena de cargas, y viven a veces la vejez como una liberaci¨®n".
Inocencia tampoco lo se queja, m¨¢s que de no poder salir a darle 25 vueltas al polideportivo del barrio todas las ma?anas, porque de unos meses a esta parte le entran mareos. A sus 81 a?os, se sienta muy erguida en el sof¨¢. "La ropa me la dan los vecinos, y mire usted, voy tan limpita". La fachada de la casita donde vive, en Fuencarral, un pueblo anexo a Madrid que ha sido absorbido por la ciudad, tiene apenas tres metros de ancho. En el dormitorio, sin ventana, cabe poco m¨¢s que la cama. El piso superior est¨¢ clausurado, despu¨¦s de que uno de sus hijos muriera, arrasado por la droga. Un angosto ventanuco que da sobre la calle es la ¨²nica ventilaci¨®n de su retrete. "No tengo ba?o, pero me apa?o bien. Esta ma?ana me he lavado primero la cabeza, que mire lo limpio que llevo el pelo, y luego por partes".
Inocencia se lamenta poco. Y debe ser porque, casi una cr¨ªa, recorr¨ªa Madrid acarreando fardos de 60 kilos de le?a. O porque tuvo nueve hijos y perdi¨® a cuatro. O porque su marido, al que mat¨® un coche hace 14 a?os, se beb¨ªa su sueldo de solador. "S¨®lo ven¨ªa a hacerme hijos", dice de ¨¦l. O porque freg¨® tantos bares que ya casi ni se acuerda.
As¨ª que el colesterol, el az¨²car, el ojo perdido, el ¨²nico radiador que calienta su casa, no parecen apenarle mucho. Una hija le lava la ropa y le trae la comida. Tiene teleasistencia y dos d¨ªas a la semana acude a una iglesia evang¨¦lica, donde le dan un paquete de alimentos. "Gano 60.000 pesetas y hasta puedo ir pag¨¢ndome el entierro", dice. ?Y vender su casa para ir a un lugar m¨¢s c¨®modo? "No, eso no", dice, "pero me gustar¨ªa que me la arreglaran". "A veces no quieren perder el poco patrimonio que tienen para que los hijos puedan heredar algo", explica P¨¦rez Ortiz. "Incluso algunas habitan en casas enormes que no pueden sostener. Viven como pobres ricos".
Inocencia se marea, pero sigue saliendo todos los d¨ªas. "Arrimadita a la acera, por si me caigo". Pero Josefa, no. Sobre todo llora.
- Tengo el coraz¨®n bien, qu¨¦ lastima- insiste la mujer.
- No digas eso-, le responde Mar¨ªa- que no se puede pedir la muerte, por si te hacen caso.
Y no le suelta la mano.
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