El hombre convertido en mito
La primera parte de 'Alejandro Magno', de Gisbert Haefs, se ofrece ma?ana con EL PA?S por 2,50 euros, y la segunda, el martes
Alejandro Magno es un hombre convertido en mito, y un mito eso es lo que tiene: que se vuelve indiscutible. Es en Alemania donde Alejandro encontr¨® un fruct¨ªfero caldo de cultivo para la novela hist¨®rica desde la fiebre helen¨ªstica de principios de siglo XIX. Todo empez¨® con la publicaci¨®n en 1833 de la novela juvenil de Johann Gustav Droysen. Y as¨ª ha sido exaltado o denostado de acuerdo con los vientos que han corrido. Wright exagera al decir que "fue el hombre m¨¢s grande que la raza humana ha producido hasta el presente", como tambi¨¦n se pasa de rosca Wolfgang Hill al ponerle como "un psic¨®pata destructivo y alcoh¨®lico entregado a los excesos dionisiacos". Ni tanto ni tan calvo. Alejandro era un muchach¨®n bien parecido que hac¨ªa lo mismo que todos los j¨®venes macedonios de su tiempo. Hablaba griego ¨¢tico y fue disc¨ªpulo de Arist¨®teles; ten¨ªa los ojos muy azules y el pelo rojo ensortijado (una combinaci¨®n que siempre ha sido infalible). Will Cuppy relata con la sorna flem¨¢tica que lo caracteriza c¨®mo a los 12 a?os empuj¨® juguetonamente a Nectanebo, un astr¨®nomo que estaba de paso por all¨ª, a un pozo profundo. Prudentemente, Arist¨®teles nunca se acerc¨® con Alejandro al borde de nada. Eso s¨ª, le hizo leer al pr¨ªncipe la Etica de Nicomeo, lo que hizo un efecto rebote en su conciencia primitiva y enseguida empez¨® a matar semejantes, de lo que no se libraron ni tracios ni ilirios ni despu¨¦s un sobrino nieto del mismo Arist¨®teles, el historiador Cal¨ªstenes, que no quiso postrarse de hinojos a la manera persa. Alejandro entonces se neg¨® a besarlo de nuevo y us¨® su poder: el rey es el rey.
M¨¢s tarde entran en escena dos personas claves en su vida (y en las novelas: Mary Renault ya les concede rango de protagonistas tanto en la biograf¨ªa como en la obra de ficci¨®n): Bagoas el eunuco (diminutivo cari?oso de Bagadata, que era muy dif¨ªcil de pronunciar) y Hefesti¨®n, a efectos modernos, su novio de toda la vida. Escandalizaron al mundo conocido pase¨¢ndose en pantalones: entonces los hombres usaban s¨®lo la faldilla. Se amaron hasta el fin. Hefesti¨®n y Alejandro se casaron con dos hermanas, las princesas Statira y Dripetiis, hijas de Dar¨ªo. Aquellos matrimonios trajeron muchos conflictos palaciegos. Pero Alejandro y Hefesti¨®n siguieron batallando sobre sus cabalgaduras y nunca les hicieron mucho caso.
Hefesti¨®n muri¨® tras la batalla de Susa a consecuencia de la bebida y de unas fiebres ex¨®ticas. Alejandro no se repuso de esa p¨¦rdida y un a?o despu¨¦s, tambi¨¦n muri¨® alcoholizado y delirando... de las mismas fiebres. Hab¨ªa crucificado a su m¨¦dico personal por no haber sabido curar a Hefesti¨®n. Y con esas muertes rein¨® un desorden monumental: Roxana, otra esposa bactriana de Alejandro hizo asesinar y arrojar a un barranco a Statira y a la viuda de Hefesti¨®n. Sisigambis, la m¨ªtica suegra, se dej¨® morir de hambre mirando una pared encalada en a?il. Olimp¨ªade, que hab¨ªa estado callada hasta ahora, orden¨® matar al hermanastro de Alejandro y oblig¨® a ahorcarse a su mujer en su presencia. Despu¨¦s Casandro ejecut¨® a Olimp¨ªade, por aquello de seguir la corriente.
Todo era muy fr¨¢gil all¨ª. El imperio se desintegr¨® r¨¢pidamente y s¨®lo quedaron esas 15 ciudades que se llamaban Alejandr¨ªa y una que se llamaba como su caballo, Buc¨¦falo. Se le atribuye la introducci¨®n de la berenjena en Europa, entre otros cultivos orientales. El eunuco Bagoas tambi¨¦n pereci¨® de manera oscura. Por cierto, Haefs le describe como adiposo, calvo y de voz aflautada mientras el resto de los escritores e historiadores le pintan como una belleza que encandil¨® a Alejandro hasta el punto de convertirlo en "el otro amante".
Todo esto est¨¢ en la novela de Haefs, que se divide en dos libros o partes: Unificador de Grecia y Conquistador de Asia, con lo que ya as¨ª delimita los dos grandes contenidos de la gesta alejandrina. Se dice que ha inspirado el reciente filme de Oliver Stone, pero la verdad es que el libro, venturosamente, se libra de la absurda parafernalia hollywoodiense que viste la pel¨ªcula de anacronismos de principio a fin. Y es que Haefs exhibe el rigor de su formaci¨®n acad¨¦mica. Sus descripciones pueden parecer fr¨ªas, pero es que rechazan la edulcoraci¨®n y est¨¢ claro que pone cotas a la especulaci¨®n t¨ªpica de la novel¨ªstica hist¨®rica, digamos que en la intenci¨®n del novelista est¨¢ poner algo de orden en la contaminaci¨®n secular de lo estrictamente hist¨®rico con el mito. ?Es eso posible con Alejandro tras siglos de fascinaci¨®n universal? Hans-Joachim Gehrke, profesor de la Universidad de Friburgo cree que es tarde para juzgar al personaje hist¨®rico, para encabezar un juicio sobre su compleja personalidad, ya que, expresa, "su persona era un enigma tambi¨¦n para sus coet¨¢neos, incluidos los que lo conoc¨ªan tan bien como el cretense Nearco". Y seamos sinceros ?nos interesa la persona en la historia? ?No preferimos acaso al h¨¦roe? Probablemente es Alejandro uno de los personajes cl¨¢sicos que han obtenido sin esfuerzo una paridad entre su esencia real (obviamente perdida) y el dibujo perfilado del mito. Las m¨²ltiples capas de la historia y la vida -y de eso Haefs sabe mucho y lo ha tratado en otros de sus libros- ocultan cualquier esencia y reinventan a placer, como forma cl¨¢sica, como modelo, un "esquema magn¨ªfico", que dir¨ªa Palladio, no m¨¢s ¨²til, pero s¨ª m¨¢s hermoso. As¨ª pas¨® ese mito de Grecia a Roma: en andas decoradas y bajo palio granate, no hay m¨¢s que pensar en Adriano, pero ¨¦sa es otra historia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.