El limbo
Siempre cre¨ª con fe que el lugar destinado para mi descanso eterno ser¨ªa el limbo. Me repugnaba la idea de acabar en el infierno porque lo supongo un lugar de demasiado jolgorio, con todos los pillos, putillas y locas de la vida, chismosas y chismosos de las tertulias basuras del coraz¨®n, raterillos y m¨²sica de estruendo, cual bar en fiestas de cualquier pueblo de Euskal Herria o plaza de botell¨®n. Demasiado divertido para mi. Tampoco me hac¨ªa ilusi¨®n ir a rodearme de santos en el cielo, estar en perpetua contemplaci¨®n rodeado de histeria m¨ªstica y los m¨¢s grandes pecadores, papas, obispos y pol¨ªticos corruptos que habr¨ªan entrado ah¨ª, en el ¨²ltimo momento, por alguna recomendaci¨®n o alg¨²n piso de promoci¨®n social para San Pedro en Marbella. Adem¨¢s, ni el cielo est¨¢ a salvo de revoluciones, de las que uno est¨¢ un poco harto, como la de Lucifer, el predilecto de la jerarqu¨ªa celestial, el m¨¢s bello, el secretario de organizaci¨®n del para¨ªso, que se rebel¨®. Es muy posible que en la infinitud de la otra vida tuviera que soportar m¨¢s de una angelical revoluci¨®n.
Para m¨ª el limbo era como un balneario demod¨¦ al que se acced¨ªa desde una vieja estaci¨®n de ferrocarril de v¨ªa estrecha en paisaje oto?al, rodeado de tranquilos y sosegantes paseos entre fuentes de agua curativas. Sem¨¢foro, Txema, por fastidiar, me dir¨ªa que el hedor de tanto dodotis de criaturas fallecidas sin bautismo ser¨ªa insoportable, pero le corregir¨ªa r¨¢pidamente contestando que las almas no cagan. Ese hubiera sido mi para¨ªso de no haber sido porque el Vaticano acaba de decir que el limbo no existe. Otro motivo m¨¢s para mi m¨¢s profunda decepci¨®n y descreimiento.
A todo esto se suma que desde el mundo de la ciencia nos empiezan a decir que no vamos hacia el calentamiento de la Tierra, sino hacia su enfriamiento, y desde la econom¨ªa que nos suben el tipo de inter¨¦s de la hipotecas, o que Bush sigue hablando de victoria en Irak ante cientos de guardiamarinas que momentos antes estaban sumergidos, todos en disciplinada actitud, en el m¨¢s profundo de los sue?os, quiz¨¢s so?ando en mi limbo. No somos nada, d¨¦biles juguetillos en manos de los que controlan nuestra existencia, la inmortal y la mortal. Pero mi pesimismo antropol¨®gico se ha desvanecido cuando la otra noche le o¨ª a Zapatero varias veces, la repiti¨® varias veces, la palabra prudencia. Entonces me fui tranquilo a la cama porque lo que echaba de menos en el adalid del optimismo antropol¨®gico era sazonar su discurso con unas pizcas de prudencia. No s¨¦ si lo acabar¨¢ haciendo, pero de verdad que por primera vez en mucho tiempo me relaj¨®.
Todo eso despu¨¦s de haber visto en el telediario el debate del Congreso de los Diputados en el que Rajoy le llamaba, m¨¢s o menos, pr¨ªncipe de las tinieblas. Estamos llegando a tal nivel de sectarismo en la pol¨ªtica, que ustedes entender¨¢n por qu¨¦ yo quer¨ªa descansar en tan sosegado limbo. No es que Zapatero dijera nada excepcional, pero dej¨® claro que la palabra naci¨®n la dejaba para Espa?a y que para Catalu?a se buscar¨ªa otra f¨®rmula. Lo que me tranquiliz¨®, me gratific¨®, porque empezaba a sentirme tonto del bote cuando d¨ªas atr¨¢s dijo que lo de la naci¨®n era nominalismo. Resultando, para mi preocupaci¨®n, que cuando en mi mocedad me enfrent¨¦ a ella, cuando era el Caudillo el que defin¨ªa la naci¨®n, me hab¨ªa enfrentado a un mero nominalismo. Siempre hab¨ªa cre¨ªdo que dicha palabra encerraba una realidad, sobre todo por la condena que me echaron aquellos militares en Burgos a las espaldas hace de ello treinta y cinco a?os.
Vayamos jubilosos, poco a poco, a la realidad que manifiestan las palabras, evitando los juegos de magia al que son tan dados los nacionalistas de nuestra periferia, para los cuales las palabras ya no significan lo que significaban, acabando por aguantar lo que ellos dicen que significan. Que bien lo explicaba Lewis Carroll en Alicia a Trav¨¦s del Espejo: los que imponen los significados de las palabras son los que mandan, son ellos.
Pues quiz¨¢s tras esta excesiva locuacidad sea el presidente el que indique lo que quieren decir las palabras, que para eso, institucionalmente, es el que manda, y para eso cobra. Y que no siempre el di¨¢logo funciona. Para empezar, a mi ni me han preguntado si el limbo existe o no.
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