Odio la Navidad
Vamos a llamar al protagonista de esta historia, una vez m¨¢s, Juan Urbano, y situaremos la acci¨®n en ahora, aqu¨ª y ya mismo, sin ir m¨¢s lejos. O sea, que Juan Urbano caminaba por las calles de Madrid y era casi Navidad, los ¨¢rboles estaban llenos de bombillas blancas, la gente sin trabajo trabajaba de San Nicol¨¢s o de Rey Mago y los escaparates de las tiendas resplandec¨ªan de tal forma que todo lo que hab¨ªa en ellos, daba lo mismo si se trataba de una pluma estilogr¨¢fica, una cuberter¨ªa o las obras completas de Ortega y Gasset, daba la impresi¨®n de ser parte de un tesoro. Por los altavoces sonaban canciones y anuncios publicitarios que le hac¨ªan pensar lo acertado que resulta que Bel¨¦n rime con almac¨¦n. O al menos as¨ª es como lo ve¨ªa Juan Urbano, un hombre que, b¨¢sicamente, odiaba la Navidad, una palabra que tiene dentro las letras de "vida" y "divina", pero tambi¨¦n las de "¨¢vida" y, sobre todo, las de "invadid". ?Significa eso algo? En su opini¨®n, lo significaba todo.
Cuando Juan Urbano paseaba por ese Madrid decorado de Oriente Medio, no ve¨ªa nada que le recordase a Jerusal¨¦n, sino que todo le recordaba a Las Vegas, o algo por el estilo, porque ¨¦l no encontraba en todo aquello m¨¢s que caridad envuelta en papel de regalo, gente que sab¨ªa ponerle una vela a Dios y otra al diablo a base de llorar por los ni?os pobres mientras masticaba cigalas y, en general, una ciudad que era la Torre de Babel al rev¨¦s, un lugar en el que no se hablaba m¨¢s que un idioma: el del dinero. Eso lo convert¨ªa en un disidente, un aguafiestas y, dependiendo de con qui¨¦n hablara del asunto, hasta en un blasfemo, que es lo que le llam¨® en una ocasi¨®n un fundamentalista religioso al que dijo que el ¨²nico milagro en el que ¨¦l cre¨ªa era en el de la Virgen del Pilar, que se apareci¨® el siglo I sobre una columna del siglo XVIII. El otro, que era uno de esos creyentes cuya fe no se resquebrajar¨ªa ni aunque se descubriera la frase Made in Hong-Kong en una esquina de la S¨¢bana Santa, lo mir¨® como si pensara que le hubiese gustado quemar su coraz¨®n imp¨ªo en un horno de asar casta?as.
Los peri¨®dicos de la ciudad de Juan Urbano eran los mismos que los de la nuestra, de modo que en una p¨¢gina pudo leer la historia de dos ancianos que habitaban, desde hac¨ªa 24 a?os, un piso de 15 metros cuadrados de la calle Sombrerete, en Lavapi¨¦s, y a los que iban a desahuciar en menos de una semana por haber sido declarado en ruinas el edificio en el que estaba su, llam¨¦mosle, casa. Como buenos personajes de una novela de Dickens, ellos eran pobres pero bravos, de modo que, por un lado, pensaban convertir su hogar en una Numancia en miniatura y resistir el acoso de la ley, y por el otro lado, que es el lado de las esperanzas, confiaban en la buena fe del Ayuntamiento para que sus responsables evitasen que pasaran la Nochebuena a la intemperie y dentro del embalaje de cart¨®n de una nevera, como tantos otros.
Unas p¨¢ginas m¨¢s all¨¢, otro art¨ªculo hablaba de una fundaci¨®n que se llamaba Humanismo y Democracia, que al parecer hab¨ªa participado en un programa subvencionado por el Ayuntamiento de Madrid para ayudar a rehacer sus vidas a algunas de las v¨ªctimas del hurac¨¢n Mitch en Honduras, pero que, a la hora de entregar las cien viviendas sufragadas con dinero p¨²blico que les hab¨ªan prometido, les hac¨ªa comprometerse a abonar en 15 a?os el 41% del coste y tambi¨¦n a firmar que, en caso de que se retrasaran tres meses en el pago, la organizaci¨®n ten¨ªa derecho a quedarse con las viviendas que, por otra parte, no ten¨ªan los 63 metros cuadrados que se anunciaban en el proyecto, sino s¨®lo 49. Claro, es que de "ben¨¦fico" a "beneficio" hay tan poca distancia, que algunos se confunden, ironiz¨® Juan Urbano, que, como todas las personas acostumbradas a comparar la realidad con la publicidad, era un esc¨¦ptico.
Caminando entre multitudes cargadas de paquetes por aquella capital engalanada en la que el amor se med¨ªa en vatios y el cari?o en euros, Juan Urbano se sent¨ªa un salm¨®n que remontase el r¨ªo de las verdades indiscutibles. "?Por qu¨¦ aunque ¨¦ste sea un pa¨ªs constitucionalmente aconfesional, los ayuntamientos pueden gastarse lo que no est¨¢ escrito en la Navidad cristiana?", se pregunt¨®, mientras sal¨ªa de la calle Preciados a la Gran V¨ªa. Nadie le contest¨®.
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