?La Iglesia debe pedir perd¨®n?
En los a?os sesenta, cuando fui ni?o, yo me declaraba cat¨®lico y, como tal, obraba. Sol¨ªa confesarme todas las semanas para poder comulgar libre de culpa, limpio de coraz¨®n, sin ese fardo insoportable que era el pecado. En los a?os sesenta, cuando fui ni?o, yo iba a la catequesis que nos preparaba para tomar la primera comuni¨®n, a esa instrucci¨®n religiosa que nos daban en la parroquia para aprender las verdades b¨¢sicas del cristianismo, esas verdades reveladas, algunas muy oscuras y confusas para la mentalidad de un muchachito. Fue entonces cuando descubr¨ª el cielo y el infierno, el pago o la recompensa por la rectitud y la bondad, y el castigo o la pena por la depravaci¨®n y la honradez. Cada semana, al confesarte, experimentabas un gran alivio porque si te sobreven¨ªa la muerte, as¨ª, repentinamente, te sorprender¨ªa en las mejores condiciones pudiendo de ese modo ir al para¨ªso, pudiendo sentarte a la diestra de Dios Padre. Si, por el contrario, estabas manchado de pecado, te expon¨ªas a lo peor: te expon¨ªas a que un fallecimiento imprevisto, inesperado, te mandara directamente al infierno.
All¨ª estaba Satan¨¢s, pero sobre todo estaban las calderas de Pedro Gotero o Botero, seg¨²n. Aquel recinto lo imagin¨¢bamos t¨®rrido, con una temperatura abrasadora, bochornosa, pero bochornosa en un doble sentido: por el calor ardiente de las llamas que hac¨ªan hervir las calderas, pero bochornosa tambi¨¦n por el sofoco, por la verg¨¹enza de estar all¨ª, de ser un ni?o impenitente rodeado no s¨®lo de pecadores veniales, sino tambi¨¦n de afamados criminales y villanos sin coraz¨®n. As¨ª era el infierno con el que conjetur¨¢bamos, con el que so?¨¢bamos en nuestras pesadillas particulares. Nos angustiaban las reca¨ªdas, la imposibilidad de mantenernos b¨¢sicamente en gracia, sin m¨¢cula ni yerro. Sab¨ªamos que las faltas que comet¨ªamos nos acercaban cada vez m¨¢s a esa eternidad candente, pues aunque la confesi¨®n y el prop¨®sito de enmienda te pod¨ªan librar de dicha condena, lo cierto es que la reiteraci¨®n semanal de unos pecados en los que incurr¨ªamos no auguraba nada bueno, no.
El cielo era otra cosa, s¨ª: la bienaventuranza, la placidez, la conciencia tranquila y una vecindad acogedora, la de Dios. Y, sin embargo, era tan inalcanzable... Los ni?os de entonces sab¨ªamos que lo que se nos ped¨ªa era mucho por grande que fuera lo que se nos promet¨ªa. Tanto fue as¨ª que poco a poco, y sin aspavientos, uno dejaba de creer y se sent¨ªa liberado y firme. Pese a lo que tantas veces se ha dicho citando a Chesterton (al escritor cat¨®lico, claro), cuando se deja de creer en Dios no necesariamente acaba uno creyendo en todo o en cualquier cosa. Algunos, simplemente, nos propon¨ªamos obrar lo mejor posible sin incrementar el mal, sin agravar el estado del mundo. Es por eso por lo que yo no sustitu¨ª una creencia fallida o perdida por una nueva fe, por una religi¨®n pol¨ªtica, por ejemplo. Sencillamente, uno tanteaba ese mundo que nos acog¨ªa y nos amenazaba e intentaba sobrevivir con algo de coraje y bravura, nada m¨¢s. O nada menos. Yo no llegu¨¦ a hacer apostas¨ªa, renuncia expl¨ªcita, pero jam¨¢s me maquill¨¦ llam¨¢ndome agn¨®stico: yo me declaraba ateo, y as¨ª sigo: bautizado, pero no creyente ni ejerciente.
Me ven¨ªa todo esto a la cabeza en estos d¨ªas de agitaci¨®n pol¨ªtica y de adhesiones a la cadena episcopal al parecer amenazada. Es ¨¦sta una estaci¨®n de radio que, por supuesto, ha de seguir, una emisora cuya libertad de expresi¨®n ha de protegerse a pesar de la repugnancia que el estilo pendenciero y bravuc¨®n de su locutor estrella nos provoque. Pensaba, digo, todo esto y me preguntaba si la Iglesia cat¨®lica no deber¨ªa pedir perd¨®n, perd¨®n y disculpas por el miedo que nos meti¨® en el cuerpo a tantos y tantos ni?os cuando nos intimidaba con las penas inextinguibles del infierno... a pesar de que est¨¢bamos bautizados. Luego supe que la Iglesia se moderniz¨® y que lejos de exagerar la ret¨®rica de la culpa, del castigo, del pecado empez¨® a hablar de amor y de perd¨®n para todos. Algo as¨ª como que el d¨ªa del Juicio Final Dios nos eximir¨¢ de nuestros errores, de nuestras ca¨ªdas, de nuestros deslices acogi¨¦ndonos a creyentes y a ateos, a bautizados y a infieles en su seno. No est¨¢ mal, la verdad. Pero sobre todo no est¨¢ mal para quienes han estado vagabundeando durante siglos en el limbo.
Como saben, el limbo es una zona fronteriza, un umbral, un no man's land en el que deambulan desde hace mucho tiempo los ni?os que mueren sin uso de raz¨®n (alcanzado hacia los siete a?os) y sin haber sido bautizados. Es un espacio en el que no hay tormento ni dicha ni gloria, s¨®lo una eternidad gris para las almas c¨¢ndidas privadas de la gloria divina. Seg¨²n le¨ªamos en una cr¨®nica para EL PA?S de Juan G. Bedoya, fechada el 8 octubre de 2004, "desde ayer, Juan Pablo II, que ya desmont¨® a fondo, en el verano de 1999, la visi¨®n tradicional de Cielo, Infierno y Purgatorio -afirmando que no eran lugares f¨ªsicos arriba o abajo de la Tierra, sino estados de ¨¢nimo: la presencia de Dios, el Cielo; ausencia de Dios, el Infierno-, ha ordenado a su polic¨ªa doctrinal, el cardenal Joseph Ratzinger, hacer lo mismo con el lugar llamado Limbo. La encomienda incluye la creaci¨®n de una Comisi¨®n Teol¨®gica Internacional, liderada por el todopoderoso presidente de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe".
"Es una cuesti¨®n de m¨¢ximo inter¨¦s que se revise la doctrina sobre la suerte ultraterrena de los ni?os que mueren sin recibir bautismo", apostill¨® Juan Pablo II. Seg¨²n se dice, el asunto del limbo fue considerado del "m¨¢ximo inter¨¦s" por el anterior Papa a causa de un duro golpe recibido en su infancia. Cuando Karol Wojtyla ten¨ªa nueve a?os, su madre falleci¨® al dar a luz a una ni?a que vino al mundo muerta. Desde entonces, al Papa polaco nunca dej¨® de preocuparle el destino del alma de su hermanita muerta. Algo semejante ocurri¨® en mi familia: yo tambi¨¦n tuve... y no digo m¨¢s.
Pues bien, un a?o despu¨¦s, esa Comisi¨®n Teol¨®gica Internacional ya va a hacer p¨²blicos sus resultados y, al parecer, la conclusi¨®n es muy alentadora: a los ni?os no bautizados los quiere enviar directamente al para¨ªso gracias a "la infinita misericordia de Dios". No est¨¢ mal, no, que se rompa con el encantamiento triste del limbo. No est¨¢ mal que se libere de esa esclavitud a los millones de ni?os que all¨ª se apretujan desde el principio de los tiempos. Lo que demandar¨ªa a la Iglesia es que pidiera perd¨®n por haber convertido una met¨¢fora en un lugar, por haber descrito como espacio o como c¨¢rcel aquello que s¨®lo es un presidio del alma. Lo que les exigir¨ªa a nuestros cl¨¦rigos, en fin, es que dejaran en paz, ahora s¨ª, a los muertos, a nuestros muertos, a mi hermanito, por ejemplo. Salud.
Justo Serna es profesor de Historia Contempor¨¢nea de la Universitat de Val¨¨ncia.
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