Eurovillarreal
Quienes han visto al Villarreal en la Liga de Campeones dicen que, si Brasil le ha cedido la camiseta, Argentina y Uruguay le han prestado el coraz¨®n. Adem¨¢s de un inconfundible reflejo tropical, hay en sus chicos una arrebatada manera de cortejar la pelota que no identifica el f¨²tbol como un juego, sino como un compromiso.
No es f¨¢cil reunir en un equipo a tantos deportistas diferentes, ni convertirlos en valores complementarios, ni darles la simetr¨ªa que distingue a los organismos superiores. Para armar un reloj no basta con aproximar las piezas; s¨®lo una exclusiva secuencia de engranajes puede transformar la energ¨ªa del resorte en el tictac.
Pero la aventura del Villarreal no tiene un ¨²nico secreto. Todo empieza en Fernando Roig, el hombre del talonario, un pr¨®spero industrial cuyos millones sirven para todo salvo para comprar un asiento en el sal¨®n de la fama. Por eso necesita la complicidad de dos tipos especiales: el de los ojos de lince y el que tiene un plan. A su vez, ambos deben compartir la sensibilidad del explorador y el c¨®digo profesional que permite llamar a las cosas por su nombre. Los efectos de esta sociedad son inmediatos: si el que tiene un plan necesita un cartero, su socio sabe buscarlo en la calle de Neruda; si necesita una v¨ªbora, el hombre de los ojos de lince tiene la n¨®mina de serpientes en el caj¨®n del escritorio.
La conexi¨®n entre la cabeza de Pellegrini y la mirada de sus ojeadores ha rendido muchos otros beneficios en el mercado del m¨²sculo. Despu¨¦s de acechar a infinidad de figuras incomprendidas por sus opulentos propietarios, los agentes del club han hecho una portentosa selecci¨®n de excedentes de cupo. Conocidos los casos de Jos¨¦ Mari y Sor¨ªn, si el Manchester descuida a Forl¨¢n, una medusa uruguaya que mata al primer toque, ah¨ª est¨¢ el Villarreal para atraparla. Si el canario Guayre deja de cantar en Las Palmas, ah¨ª llegan los emisarios de El Madrigal para componerle el timbrado. Si la anguila Senna se pierde en el Amazonas, ah¨ª echan sus redes los pescadores del ca?averal. Y, en fin, si Riquelme se pierde en el laberinto de Van Gaal, el comando amarillo acude al rescate y le devuelve la palidez, la vida y el repertorio.
Llegada la hora, Pellegrini cuadricula el campo, abre su manual de instrucciones y repasa el orden del d¨ªa una sola vez. Al margen de sus or¨ªgenes, estilos y trayectorias, sus pupilos luchan por la pelota perdida con una intensidad rayana en la desesperaci¨®n.
Es natural que, una vez conquistada, la mantengan con un celo sin l¨ªmites. No la acompa?an como a una vieja amiga: la rodean como a una amante recuperada por sorpresa en el ¨²ltimo and¨¦n.
Suman, a la pasi¨®n por ganar, la emoci¨®n de sobrevivir.
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