Villahermosa
Sin empacho afirmaba alg¨²n vecino, tras la inauguraci¨®n del gran centro comercial de una popular y conocida empresa en los solares de la antigua estaci¨®n del ferrocarril, que la ciudad hab¨ªa adquirido la condici¨®n de capital como otras grandes ciudades. Quiz¨¢s sea as¨ª. Quiz¨¢s, el nuevo centro de compras contribuir¨¢ al progreso y a la modernidad de la capital de La Plana como indic¨® uno de los directivos de la empresa. Un progreso y una modernidad, hasta la fecha, bastante vertiginosos y precipitados, que tienen su estampa en una planificaci¨®n urban¨ªstica de la ciudad de dudoso gusto. Lo cierto es que, una vez inaugurado el centro comercial, se ten¨ªa la sensaci¨®n entre el vecindario de estar m¨¢s normalizados y globalizados en el ¨¢mbito de la econom¨ªa dom¨¦stica y en el ¨¢mbito de la relativamente moderna costumbre del consumo. Ya se pueden equiparar en buena medida los ciudadanos de Castell¨®n a los de Madrid, Valencia, Murcia o Barcelona: los cambios en las sociedades y en la econom¨ªa son imparables, y la comunicaci¨®n e interdependencia globales hacen el resto.
Otros eventos o sucesos montaraces, que no necesitan de inauguraci¨®n, parecen sin embargo equipararnos a las ciudades y pueblos de Lejano Oeste del que tuvimos noticias en el cine del barrio. Y eso en Villahermosa del R¨ªo como hubiese podido ocurrir en cualquiera otra localidad. Pero Villahermosa, en el Alto Mijares, es una estampa paisaj¨ªstica fina del interior valenciano. Los cronistas antiguos describ¨ªan a sus pobladores como gente laboriosa, humilde y pac¨ªfica, constituida por labradores y pastores. Tiene un vecindario que ronda hoy las cuatrocientas y pocas almas, aunque sobrepasaban con mucho los dos mil cuando se calzaban zuecos de madera y esparto, y las v¨ªas de acceso a la poblaci¨®n carec¨ªa de un camino carretero de herradura regular. Confluencia de r¨ªos, barrancos, fuentes, sendas estrechas bordeando precipicios, cuestas fatigosas, bosque, monte, caser¨ªos y rincones de huertas con frutas y hortalizas. Hablan castellano mejor que en Segorbe, afirmaban los eruditos de anta?o. Por eso y porque la repobl¨® el cristianizado rey valenciano Zeit-abu-Zeit, es m¨¢s que lamentable equipararla a Wahta Gulch, Tumbleweed Town, Alfalfa City o la Daisy Town, u otras poblaciones ficticias, que aparecen en las par¨®dicas aventuras del Oeste, cuyo protagonista es Lucky Luke.
Y sin embargo ese otro d¨ªa, y como resultado de no se sabe bien qu¨¦ globalizaci¨®n o intercambio cultural, cuatro atracadores encapuchados -las fuerzas del orden todav¨ªa no han indicado si respond¨ªan a los nombres de Joe, William, Jack y Averell Dalton, aunque el castellano que hablaban seg¨²n los vecinos no era tal ni mejor que en Segorbe-, cuatro delincuentes en la oscuridad de la noche cortaron pinos y bloquearon carreteras, se hicieron con retroexcavadoras y cami¨®n de gran tonelaje, cortaron accesos a la poblaci¨®n y alarmas, y accedieron a una entidad bancaria de donde se llevaron la caja fuerte para destriparla en el monte. Conoc¨ªan como los excursionistas el t¨¦rmino municipal, y los Dalton no lo hubiesen planificado mejor en sus vi?etas. Alarmados, y alguno armado, los vecinos dieron al traste con la delictiva aventura de estos legendarios del Oeste globalizado. No consiguieron el bot¨ªn, pero ni helic¨®pteros ni perros adiestrados han dado hasta la fecha con los encapuchados. Cabe esperar que los encuentren y ellos y a otros tantos globalizados forajidos que alteran la vida en comarcas sin globalizar.
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