La paz y la palabra
Como Blas de Otero, hoy desde Catalunya creo que muchos ciudadanos pedimos simplemente la paz y la palabra.
Venimos de un silencio, "antic i molt llarg" cantaba Raimon. El silencio de la dictadura. Un silencio impuesto por la violencia y el miedo a todo el pa¨ªs y especialmente a los que perdieron la guerra y a nosotros, sus hijos. Un silencio que se nos impuso desde la infancia. En casa se hablaba el catal¨¢n. En la calle estaba prohibido. Era la lengua de nuestros afectos. Mis padres, trabajadores, catalanistas y de izquierda, sobreviv¨ªan dif¨ªcilmente en la larga posguerra de los cuarenta y los cincuenta. Primero las represalias, luego el refugio en la estricta privacidad. Y otros silencios: la rabia con la que mi padre cerraba la radio al terminar los informativos, antes de que se escuchara el insoportable colof¨®n, "Viva Franco, arriba Espa?a" y el inevitable himno, por cierto a¨²n vigente. De la guerra y de sus detenciones posteriores no se hablaba, algunos comentarios el¨ªpticos romp¨ªan muy de tarde en tarde la regla del otro silencio, el que los vencidos se impon¨ªan a s¨ª mismos. En la escuela francesa el prudente silencio respecto a todo lo que se refer¨ªa a Espa?a era la norma. Y cuando aprendimos La Marsellesa tambi¨¦n supimos que era peligroso cantarla en la calle. M¨¢s silencio. Empec¨¦ a leer muy pronto, casi siempre en catal¨¢n y en franc¨¦s. Tantos silencios represivos nos hab¨ªan hecho sentirnos extra?os a todo lo que sonara a espa?ol. Lo siento, que nadie se moleste, as¨ª fue.
Al odio del ocupante respond¨ªamos con un rechazo visceral a la Espa?a metaf¨ªsica e imperial que nos impon¨ªan. Excusen estas referencias elementales a mi particular "memoria hist¨®rica". Nuestra patria es nuestra infancia, el tiempo y el lugar en el que se forjan sentimientos arraigados y actitudes b¨¢sicas. Mi patria fue Barcelona como espacio f¨ªsico y "lo catal¨¢n" como entorno familiar y cultural. Espa?a, la agobiante Espa?a franquista, nos resultaba un ente lejano como concepto, opresor en la cotidianidad, amenazador siempre. Y no se extra?en, amigos espa?oles, que incluso los que no nos definimos como nacionalistas o independentistas, nos parezca l¨®gico considerarnos sujetos de derechos que no se derivan exclusivamente de la Constituci¨®n y del Estatut, aunque asumimos que es por ellos que pueden ser efectivos y, si quieren, compartidos. Pero nos resulta incomprensible que en un marco te¨®ricamente democr¨¢tico no s¨®lo no se nos reconozca el derecho a decidir nuestro futuro colectivo libremente sino que adem¨¢s se nos pretenda condenar al silencio por no sentirnos espa?oles de la misma forma que otros o por tener una idea distinta de lo que puede ser una Espa?a democr¨¢tica. Podemos aceptar ser ciudadanos espa?oles de raz¨®n, solidarios y diferentes a la vez. No nos pidan que lo seamos con el mismo sentimiento que otros, no compartimos las mismas emociones. Y no podremos nunca ser espa?oles por la fuerza.
?Por qu¨¦ revivo ahora esta triste y lejana memoria? Para entender el presente. Para contribuir quiz¨¢ a que se nos entienda un poco mejor fuera de Catalunya. Y para encontrar una explicaci¨®n a este resurgir de un espa?olismo intolerante que tanto nos hizo alejarnos de Espa?a en el pasado, que puede alejarnos irremisiblemente de Espa?a hoy. Una explicaci¨®n que tiene su origen en otro silencio, el de la transici¨®n.
Viv¨ª intensamente el privilegio hist¨®rico de una d¨¦cada prodigiosa de conquista progresiva de espacios de libertad y luego otra d¨¦cada, los ochenta, en la que nuestra generaci¨®n, gentes de 30 y 40 a?os, fue afortunada protagonista de la construcci¨®n de lo que pensamos era las bases de la democracia deseada. Aunque debi¨¦ramos pagar un precio para ello. ?Olvidar?, ?callar?, ?aceptar la impunidad por los cr¨ªmenes cometidos por d¨¦cadas de brutal dictadura?, ?no denunciar a sus c¨®mplices ni a los que se beneficiaron de ella?, ?tolerar la mezquindad con la que se trat¨® a los resistentes?, ?evitar la confrontaci¨®n con los valores de un siniestro nacional-catolicismo que legitim¨® las peores fechor¨ªas del franquismo? El silencio contra el que nos levantamos durante la dictadura se convirti¨® en silencio consciente y libremente asumido en democracia. La transici¨®n inici¨® un proceso democr¨¢tico real pero pervertido por la prudencia o impotencia de unos y la impunidad de otros. A diferencia de lo ocurrido en Alemania, Italia o Francia a la ca¨ªda de los fascismos, o m¨¢s recientemente en Argentina y Chile, ac¨¢ no se depuraron ni cr¨ªmenes ni responsabilidades, ni mitos ni estatuas, ni empresas ni valores. La democracia naci¨® marcada por un pacto con la injusticia y la mentira.
La impunidad fue aplicada como regla general de la transici¨®n. En consecuencia los intereses, los comportamientos y los lenguajes propios de la dictadura quedaron moment¨¢neamente en un segundo plano pero no deslegitimados, permanecieron intocados. M¨¢s pronto que tarde han vuelto. En esta democracia, devaluada al nacer por demasiados silencios, han reaparecido los demonios de aquella Espa?a negra, la de la rabia y la (mala) idea machadiana, que ingenuamente cre¨ªmos hace 25 a?os que hab¨ªa desaparecido.
Una Espa?a que renace cuando fuerzas pol¨ªticas y culturales la excitan y la utilizan para reconstruir su patrimonio de poder y promover un retroceso democr¨¢tico. Ha sido la estrategia del PP, que le ha procurado importantes r¨¦ditos electorales, con el apoyo de una parte de los medios de comunicaci¨®n. Se ha pervertido el debate pol¨ªtico no s¨®lo en los ¨¢mbitos institucionales y electorales. En este proceso retr¨®grado se incluye a la muy reaccionaria y culpable jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica, una parte significativa de la burocracia centralista, cierta intelectualidad que ha renacido cultivando el m¨¢s rancio espa?olismo y algunas c¨²pulas corporativas econ¨®micas que a?oran la colusi¨®n con los poderes pol¨ªticos en la oscuridad de las cavernas del autoritarismo. Con toda esta amalgama se ha formado un bloque antidemocr¨¢tico que recupera ideas y estilos propios del franquismo. Y que a veces encuentra sinton¨ªas en sectores democr¨¢ticos y de izquierda que fusionan una metaf¨ªsica espa?olista m¨¢s o menos expl¨ªcita con cierto af¨¢n monopolista de poder.
Con ocasi¨®n de la propuesta de Estatut no s¨®lo se ha movilizado el bloque antidemocr¨¢tico sino que es m¨¢s perceptible alguna sinton¨ªa con sectores progresistas (que con frecuencia se expresan en este peri¨®dico). Como no creo en conspiraciones malvadas de las cuales la v¨ªctima ser¨ªa una Catalunya tan metaf¨ªsica como la Espa?a rancia, algo debe haber de malo en la propuesta estatutaria. Pero la lectura del texto no parece justificar la amalgama espa?olista contraria que se ha producido, que por otra parte propicia elreactivo resistencialismo esencialista catal¨¢n. A estas alturas resulta anacr¨®nico debatir sobre soberanismos y naciones. Ni el definir Catalunya como naci¨®n es imprescindible en el texto estatutario, ni esta afirmaci¨®n conlleva ning¨²n riesgo para la existencia de un Estado espa?ol articulado y solidario.
El problema est¨¢, a mi parecer, en la dificultad de entenderse, nos falta un lenguaje b¨¢sico com¨²n a pesar de compartir, afortunadamente, la lengua castellana. Confieso que la mayor¨ªa de los argumentos cr¨ªticos contrarios al Estatut me resultan incomprensibles, me parecen procesos de intenciones, interpretaciones abusivas, prejuicios que distorsionan lo que dicen los textos y expresan sus autores. No compart¨ª en su momento la oportunidad de plantear un nuevo Estatuto, ni me pareci¨® adecuado el proceso p¨²blico y partidista de su elaboraci¨®n, ni creo que su extrema prolijidad sea la que permita la mejor negociaci¨®n posible. Pero se trata de consideraciones que corresponden al pasado. El presente es un texto que a mi parecer tiene poco que ver con las cr¨ªticas que se le hacen desde los medios de comunicaci¨®n del resto de Espa?a. Y no me refiero tanto a los exabruptos neofranquistas que se expresan en COPES, FAES, Abces y similares como a las cr¨ªticas m¨¢s elaboradas por parte de autores y medios a los que no se puede discutir su compromiso democr¨¢tico. No s¨®lo han le¨ªdo un Estatut distinto al que hemos le¨ªdo aqu¨ª, en Catalunya, sino que nos transmiten una idea m¨ªtica, ahist¨®rica, esencialista de Espa?a que en el mejor de los casos corresponder¨ªa al regeneracionismo del siglo XIX pero que no se corresponde con la complejidad de las sociedades actuales, de soberan¨ªas compartidas, relaciones institucionales contractuales y dial¨¦cticas globales-locales en cuyo marco deben los Estados inventar nuevos roles y procedimientos que les lleven a articular competencias e identidades plurales en el ¨¢mbito de su territorio.
?Por qu¨¦ esta dificultad de hablarse y de entenderse? Sin ¨¢nimo de ofender nos parece que una de las causas es que los silencios de la transici¨®n no permitieron la necesaria depuraci¨®n del lenguaje esencialista, incompatible con una democracia sana, es decir respetuosa tanto del desarrollo de las libertades o autonom¨ªas individuales como de las pluralidades pol¨ªticas y culturales existentes en sus marcos territoriales. Sorprende constatar que en el debate sobre el Estatut no se argumenta sobre la modernizaci¨®n del Estado en el marco de la globalizaci¨®n y la inserci¨®n en entidades supraestatales, en el hecho de que el espacio socioecon¨®mico definitorio de la productividad y de la cohesi¨®n es el "regional" m¨¢s que el "estatal" o "nacional", que lo global tiene como contrapartida el reforzamiento de las identidades "locales" o "subestatales" que son o pueden ser factores de desarrollo y de gobernabilidad, que requiere gesti¨®n de proximidad. Uno tiene la impresi¨®n al leer gran parte de los textos cr¨ªticos al Estatut, con frecuencia revestidos de declaraciones democr¨¢ticas que no dudamos son sinceras, que prevalece un sustrato metaf¨ªsico imperial que suena vetusto. Es posible que los autores a su vez encuentren un sustrato equivalente que viene de Catalunya. Pues bien, como se dice ac¨¢, "seguem i parlem-ne". Con la paz de las palabras que s¨®lo existe cuando se dialoga sin prejuicios ni descalificaciones previas.
Jordi Borja es ge¨®grafo-urbanista.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.