Wallace desde Sarawak
En el oto?o de 1855, hace exactamente 150 a?os, apareci¨® en los Annals and Magazine of Natural History, de Londres, un art¨ªculo titulado Sobre la ley que ha regulado la introducci¨®n de nuevas especies. Lo firmaba, y lo hab¨ªa enviado unos meses antes desde Sarawak, en la isla de Borneo, Alfred Russell Wallace, un coleccionista profesional de ejemplares de historia natural alejado de los c¨ªrculos intelectuales y al que, por entonces, s¨®lo sus ¨ªntimos presum¨ªan inquietudes te¨®ricas. Tres a?os despu¨¦s, el mismo Wallace propondr¨ªa independientemente de Darwin la teor¨ªa de la selecci¨®n natural, en un episodio bien conocido, pero el art¨ªculo de Sarawak, sorprendentemente moderno y l¨²cido, ha recibido (y recibi¨® en su momento) menos atenci¨®n de la que merec¨ªa.
Wallace era un autodidacta, carec¨ªa de una s¨®lida formaci¨®n cient¨ªfica. Libre, por ello, del cors¨¦ ideol¨®gico que impone el pensamiento cient¨ªficamente correcto, le era m¨¢s f¨¢cil innovar, cambiarlo (como escribir¨ªa Kuhn, al no estar integrado en el paradigma o matriz disciplinar de la ciencia normal, se hallaba en mejor disposici¨®n para hacer ciencia revolucionaria).
As¨ª, cuando en 1844 se public¨® de forma an¨®nima el libro Vestiges of the Natural History of Creation, que m¨¢s tarde se atribuir¨ªa a Robert Chambers, los cient¨ªficos serios no le hicieron el menor caso, pese a su ¨¦xito popular. Era puro sensacionalismo, las lucubraciones de un charlat¨¢n; es cierto que planteaba la idea de que las especies surg¨ªan unas de otras por cambios naturales, pero tambi¨¦n aseguraba, sin el menor fundamento, por ejemplo, que los chinos eran primitivos porque no pronunciaban la letra erre. Wallace, en cambio, ley¨® el libro y despu¨¦s escribi¨® a su amigo Henry W. Bates: "Tengo una opini¨®n m¨¢s favorable sobre los Vestigios de la que parece tener usted. No lo considero (la idea de que las especies cambien) una precipitada generalizaci¨®n, sino m¨¢s bien una ingeniosa hip¨®tesis fuertemente apoyada por algunos hechos y analog¨ªas llamativos, pero que debe ser probada por m¨¢s hechos...". Y continuaba con una propuesta intelectual irreprochable, a la que se acoger¨ªa, con mayor o menor fortuna, durante toda su vida, y que sigue siendo ¨²til para los naturalistas de hoy: "Cualquier hecho observado a partir de ahora deber¨ªa estar a favor o en contra de la hip¨®tesis, que tiene que convertirse, por tanto, en un est¨ªmulo para acumular m¨¢s hechos y en un argumento para contrastarlos una vez disponibles".
A los 10 a?os de la carta a Bates, tras haberse dedicado a explorar, colectando vertebrados e insectos, la Amazonia e Indonesia, y habiendo le¨ªdo en ratos libres cuanto ca¨ªa en sus manos, Wallace sinti¨® que hab¨ªa reunido suficientes hechos y que pod¨ªa contrastarlos con la vieja hip¨®tesis. As¨ª, en el art¨ªculo de los Annals anot¨®, entre otras cosas, que las Clases y los ?rdenes de plantas y animales ocupan grandes ¨¢reas geogr¨¢ficas, mientras que los g¨¦neros y especies tienen rangos mucho m¨¢s restringidos; tambi¨¦n, que las especies similares suelen encontrarse en la misma localidad o en localidades cercanas; y que lo que vale para el espacio sirve igualmente para el tiempo, de manera que grupos relacionados se encuentran pr¨®ximos en el registro f¨®sil. Todo ello le llev¨® a reivindicar que "la situaci¨®n actual del mundo org¨¢nico es el resultado claro de un proceso natural de extinci¨®n y creaci¨®n gradual de especies" y que "ning¨²n grupo o especie ha comenzado a existir dos veces independientemente". De ah¨ª pas¨® a enunciar lo que ¨¦l llam¨® "ley reguladora" de la aparici¨®n de nuevas especies: "Todas las especies han comenzado a existir coincidiendo en el tiempo y en el espacio con una especie preexistente estrechamente relacionada". La ley aparece recogida dos veces en el art¨ªculo, y ambas enfatizada con letra cursiva. Y la validaci¨®n y los argumentos de Wallace resultan muy actuales: todos los hechos conocidos son compatibles con esta ley, apunta, y no hay ninguno que la contradiga; adem¨¢s, subraya aplicando la navaja de Occam, aunque otras hip¨®tesis puedan asimismo explicar esos hechos, son innecesariamente complicadas y "una explicaci¨®n sencilla deber¨ªa ser preferida a otra oscura y compleja".
150 a?os despu¨¦s es f¨¢cil detectar en el manuscrito de Sarawak si no el mecanismo (¨¦l mismo escribir¨ªa en su autobiograf¨ªa que por entonces "el proceso exacto de cambio y las causas que conduc¨ªan a ¨¦l le eran absolutamente desconocidas"), s¨ª los fundamentos del cu¨¢ndo y el d¨®nde de la evoluci¨®n de las especies. Algunas de sus afirmaciones brillan con luz propia, considerando el momento y las circunstancias en que fueron escritas. Por ejemplo, anticipa la clad¨ªstica refiri¨¦ndose a la clasificaci¨®n: "... disponemos solamente de fragmentos de este amplio sistema, al corresponder el tronco y las ramas principales a especies extintas que no conocemos, mientras tenemos que colocar en su lugar, y determinar la posici¨®n de cada una con respecto a las otras, a una enorme cantidad de brazos y ramas secundarias, de ramitas y hojas dispersas".
En su momento, sin embargo, el art¨ªculo pas¨® en gran medida inadvertido. Es verdad que impresion¨® al conservador del museo de Calcuta, Edward Blyth, y al gran ge¨®logo Charles Lyell, quienes lo recomendaron con entusiasmo y preocupaci¨®n a Charles Darwin. Pero sin duda a ¨¦ste, que a?os antes hab¨ªa perge?ado los rudimentos de su teor¨ªa, todav¨ªa secretos, le resultaba muy dif¨ªcil imaginar que un colector comercial como Wallace llegara a hacerle sombra. As¨ª pues, ley¨® el trabajo por encima y, tal vez rutinariamente, anot¨® en el margen: "Nada nuevo, utiliza mi s¨ªmil del ¨¢rbol, parece todo creaci¨®n en ¨¦l". Apenas tres a?os m¨¢s tarde se dar¨ªa cuenta con horror de que estaba equivocado. Pero esa es otra historia.
El brillo de Darwin es tan grande, y tan justificado, que oscurece cuantas luces alumbran a su alrededor. Pero, objetivamente, el art¨ªculo de Wallace desde Sarawak es un hito importante en la historia de la biolog¨ªa evolucionista, y los 150 a?os de su publicaci¨®n bien merecen un recuerdo y este peque?o homenaje.
Miguel Delibes de Castro. Premio Nacional de Investigaci¨®n. Estaci¨®n Biol¨®gica de Do?ana, CSIC. Sevilla
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