La est¨¦tica del dolor
En esta ocasi¨®n hazme caso y deja que tu cuerpo piense, y que tu mente ocie, y no al rev¨¦s. No trates de interpretar las emociones o, a¨²n menos, de contenerlas. Si ofreces la m¨ªnima resistencia a la embriaguez melanc¨®lica que producen los cuadros de Rossana Zaera (Castell¨®n, 1959), perder¨¢s el efecto principal de su obra: la enriquecedora experiencia de un lento recorrido por el sufrimiento humano que aparece en la ni?ez y persiste durante toda la vida. En realidad, los cuadros no son m¨¢s que trozos o instantes de ese mismo sufrimiento colgados en la pared. Es decir, colgados en la memoria siempre habitada por fantasmas y miedos no s¨®lo de la propia autora sino de cada uno de nosotros. A trav¨¦s de su obra, y con una sensibilidad comparable a su imaginaci¨®n, Rossana Zaera nos autoriza a evocar nuestros recuerdos de enfermedad y a unirlos a los suyos para formar parte, todos juntos, del vasto patrimonio del sufrimiento de la Humanidad.
Me preguntaba si existe un solo ser humano que ignore lo que es la enfermedad, que no haya sido herido f¨ªsica o ps¨ªquicamente
Tambi¨¦n est¨¢n esas camas desocupadas. Son camas provisionalmente vac¨ªas de dolor. Una sobrecoge. Su colch¨®n ha sido plegado sobre el somier
He visitado dos veces esta inquietante y conmovedora exposici¨®n (Anatom¨ªa de las sombras, La Nau, Universitat de Valencia), y quiz¨¢ la visite una vez m¨¢s antes de su clausura 15 de enero, y en ambas ocasiones he vivido -como supongo que le ocurre a cuantos la visitan- una experiencia casi hipn¨®tica de sentimientos encontrados, una especie de alucinaci¨®n en un estado de ensimismamiento durante el que me preguntaba si existe un solo ser humano que ignore lo que es la enfermedad, que no haya sido herido f¨ªsica o ps¨ªquicamente, alguien que no sienta la opresi¨®n de un vendaje aunque sea invisible, el dolor de una cura, el miedo y el insomnio de una noche en una cama sin n¨²mero de hospital, las horas previas a la anestesia y al quir¨®fano.
El ser humano es, irremisiblemente, un enfermo casi siempre an¨®nimo. Hay muy pocas excepciones. Puede mejorar el escenario. Lujo y enfermedad de todos modos no se llevan demasiado bien. Las heridas de los privilegiados siguen siendo heridas aunque sus vendajes alcancen la perfecci¨®n y la limpieza extremas. Esto no cambia las cosas. S¨¢banas de hilo bajo las que se oculta el humillante protector de pl¨¢stico. La humillaci¨®n ¨²nicamente se disimula. Pero qui¨¦n sabe si ese ¨²ltimo y desesperado esfuerzo cosm¨¦tico no incrementa a¨²n m¨¢s los padecimientos de la v¨ªctima. Por otra parte, el dolor del alma es un dolor desnudo.
Rossana Zaera pinta camas como si fueran m¨¢s bien seres vivos con apariencia de objetos suspendidos en el abismo o, tal vez, y como ella misma dice, esas camas son ya una parte del abismo. Pero algunas tienen ra¨ªces y espartos retorcidos que se hunden en la tierra. Camas en cierto modo vegetales que nos recuerdan aquellas en las que malviven cruelmente algunos moribundos. ?No hablamos, acaso, del estado vegetal de ciertos enfermos cr¨®nicos? Pero aqu¨ª su existencia no es atroz. Este arte no recrea truculencias. No da cabida a lo morboso. As¨ª, por ejemplo, hay varias pinzas de quir¨®fano provistas de alas. Hay agujas separadas de las jeringuillas que vuelan transformadas en lib¨¦lulas. Ya no van a producirnos m¨¢s dolor. Hay huesos adheridos a su propio esp¨ªritu como a la m¨¦dula visible en las almograf¨ªas que no son m¨¢s que las radiograf¨ªas del m¨¢s all¨¢ inventadas por la pintora, encerradas en sus deslumbrantes cajas de luz.
Pero nunca logramos alejarnos de las camas sin n¨²mero. Ejercen un hechizo que nos obliga a volver sobre ellas. ?Hay ni?os en esas camas? ?Son ancianos? ?Qu¨¦ sienten envueltos en la ambig¨¹edad de gasas y vendajes? ?Son fantasmas? ?Es ¨¦ste el rostro de una novia risue?a cubierto por un velo de farmacia salpicado de flores? Tambi¨¦n existen esas camas desocupadas en espera de nuevos cuerpos. Son camas provisionalmente vac¨ªas de dolor. Una, en particular, nos sobrecoge. Su colch¨®n ha sido plegado sobre el somier. La puerta de la habitaci¨®n la recuerdas entreabierta. Tu padre enfermo estaba all¨ª esta ma?ana. Pero ya no sigue all¨ª esta noche. ?Ha muerto y te lo han ocultado? Su lecho era una p¨¢gina abierta y luminosa, pero han plegado el colch¨®n, han cerrado el libro de su existencia. No lo ver¨¢s nunca m¨¢s. Pero recordar¨¢s esa cama, escribir¨¢s sobre ella, la pintar¨¢s de mil modos dentro o fuera del abismo. Ser¨¢ un mandamiento para tu memoria: no la olvides. No preguntes por qu¨¦. Deja que el cuerpo piense.
Mientras estoy hablando con Rossana Zaera ante sus cuadros, recuerdo a los ni?os de San Juan de Dios acostados en aquellas camas de hierro en el hospital de la Malvarrosa, en Valencia. Por estas fechas mi padre me llevaba a verlos. Mi padre era m¨¦dico y trabajaba en aqu¨¦l hospital cerca del mar. Recuerdo que compr¨¢bamos juguetes para esos ni?os enfermos. Sub¨ªamos cargados aquellas escaleras fregadas con lej¨ªa y entr¨¢bamos en las salas con las camas alineadas (tan parecidas a las que estoy viendo en esta exposici¨®n) y los ni?os clavaban sus ojos en los paquetes y en las bolsas. Recuerdo el eco de sus gritos. Ni?os muy pobres, algunos gitanos, y yo pensaba: no solo enfermos, operados, con escayolas, con dolor, sino que adem¨¢s est¨¢n solos. ?Y sus padres? ?Y sus hermanos? Luego callaban y abr¨ªan los paquetes. Sus cabezas estaban peladas al cero. A?os de posguerra, piojos, a?os largos y miserables.
La obra reunida aqu¨ª posee la impagable virtud de ser sincera y compasiva. Y esto todav¨ªa la hace, si cabe, m¨¢s hermosa e inolvidable a pesar del horror que refleja. O precisamente a causa de ese mismo horror.
Despierta, eso s¨ª, un deseo urgente de comunicaci¨®n y un sentimiento de solidaridad con los que sufren. Tambi¨¦n, un violento rechazo del dolor ocasionado por la pobreza, las guerras, el abandono y la soledad a los que son condenados injustamente millones de seres humanos en todo el mundo, algunos muy cerca de nuestras casas.
www.ignaciocarrion.com
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