Leer es la vida
Con la idea de que todo est¨¢ en los libros, el escritor argentino Alberto Manguel se puso manos a la obra hasta crear la 'Historia de la lectura', un relato fascinante y autobiogr¨¢fico de lo que llama "el poder de leer": ese ejercicio que supone el paso de la docilidad al conocimiento. Por Julia Luz¨¢n. Fotograf¨ªa de Santos Cirilo.
En un olvidado lugar de Mesopotamia, hace muchos, muchos a?os, unos hombres que la historia conocer¨ªa m¨¢s tarde como escribas tallaron unas marcas en unos modestos bloques de arcilla: "Aqu¨ª hab¨ªa 10 cabras", pudo descifrarse siglos despu¨¦s. De esta manera tan prosaica empez¨® hace 6.000 a?os la historia de la lectura, de la mano de un remoto pastor que anot¨® la compra y venta de su reba?o. Desde entonces, nuestra comprensi¨®n del universo consiste en poder leer letras y cifras y en entenderlas y difundirlas. "Todo est¨¢ en los libros", dec¨ªa un eslogan para promover la lectura. Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) emprendi¨® a partir de esa realidad la tarea apasionada de difundir la lectura. Su monumental Historia de la lectura (Lumen) es el relato m¨¢s fascinante sobre lo que ¨¦l llama "el poder de leer", un don que convierte a d¨®ciles ciudadanos en seres racionales capaces de oponerse a la injusticia, a la miseria, al abuso.
Rodeado de su inmensa biblioteca de cerca de 50.000 vol¨²menes en lo que fue la rector¨ªa de la iglesia del peque?o pueblo de Mondion, a una hora de Poitiers, en el coraz¨®n de la dulce Francia -"desde los cuatro a?os, desde que empec¨¦ a leer, he acumulado libros"-, Manguel confiesa haberlos abierto, tocado y consultado todos: "Porque un libro que no abres es condenarlo a una especie de purgatorio esperando que alguien le d¨¦ vida". En un lugar destacado, sus joyas de bibli¨®filo: una Biblia inglesa del siglo XVIII, un manuscrito alem¨¢n de hace 600 a?os, unas tablillas cor¨¢nicas, un Quijote de 1700 y algunas primeras ediciones. Aqu¨ª, en el campo con Lucy, una coqueta perra de raza bernois, y entre los libros que ¨¦l asegura que le llaman y esperan sus comentarios y opiniones, vive el autor de Gu¨ªa de los lugares imaginarios, En el bosque del espejo, Diario de lecturas y El regreso.
Con una advertencia -"a nosotros, los lectores de hoy, en teor¨ªa amenazados con la extinci¨®n, a¨²n nos queda aprender qu¨¦ es la lectura"-, Manguel se dirige al coraz¨®n y a los ojos del lector para descubrirle un momento cumbre, el de la lectura en voz alta. En el a?o 383, un profesor de ret¨®rica latina, san Agust¨ªn, visit¨® en Mil¨¢n al obispo Ambrosio. "Cuando le¨ªa", escribe en sus Confesiones, "sus ojos recorr¨ªan las p¨¢ginas y su coraz¨®n entend¨ªa su mensaje, pero su voz y su lengua quedaban quietas". Esa lectura callada es el primer testimonio de lectura a solas que se conoce en la literatura occidental.
El lector silencioso ya estaba capacitado para entender los sonidos ordenados r¨ªtmicamente, aunque tambi¨¦n se convirti¨® en sospechoso para la autoridad civil y religiosa, ya que, al leer a solas, el hombre se escapaba a su control, a sus ¨®rdenes y a sus dogmas.
Las palabras escritas, desde los tiempos de nuestros antepasados milenarios, estaban destinadas a pronunciarse en voz alta, puesto que los signos llevaban impl¨ªcitos sus propios sonidos. Los signos de puntuaci¨®n llegan de la mano de la lectura silenciosa. A partir del siglo VII, una combinaci¨®n de puntos y rayas indicaba el punto, un punto alto era nuestra coma. "Para ayudar a los menos dotados para la lectura, los monjes amanuenses hac¨ªan uso de un m¨¦todo de escritura que consist¨ªa en dividir el texto en l¨ªneas que tuvieran sentido, una forma primitiva de puntuaci¨®n que ayudaba al lector inseguro a bajar o subir la voz al final de un pensamiento".
Tablillas, papiros, c¨®dices?, hasta llegar al libro actual. El c¨®dice, cuenta Maguel, fue una invenci¨®n pagana. Julio C¨¦sar fue el primero que pleg¨® un rollo en p¨¢ginas, como un cuaderno, para enviar instrucciones a sus tropas. Los primeros cristianos adoptaron el formato c¨®dice porque pod¨ªan llevar escondidos entre las ropas los textos prohibidos por Roma. Pero de todas las formas que los libros han adquirido a trav¨¦s de los siglos, las m¨¢s populares han sido las que permit¨ªan al lector sostener los libros c¨®modamente en la mano.
Durante siete a?os, Manguel ha recopilado an¨¦cdotas, curiosidades, citas para ilustrar esta historia de la lectura que se lee como una autobiograf¨ªa: "En la primera versi¨®n que escrib¨ª, yo no estaba presente. Se la di a leer a un amigo y me dijo: 'Es absurdo que no cuentes tu relaci¨®n con Borges [fue lector del ya ciego autor de El Aleph durante algunos a?os; "su cuaderno de notas", como dice con humor], o cuando estuviste en Cartago, que no cuentes c¨®mo trabajas en la biblioteca. Es tu historia de la lectura. Tienes que estar presente'. Volv¨ª al libro y me introduje. Se me ocurri¨® que deb¨ªa hacer como en esas telas que cuando est¨¢n acabadas se bordan encima. Y eso fue lo que hice. Aunque creo que es un poco peligroso utilizarse como personaje en un libro porque necesariamente mientes, toda elecci¨®n es una mentira al negar los otros puntos de vista, y adem¨¢s le da un peso particular a lo que est¨¢s diciendo que depende no de la verdad del contenido, sino del estilo en que est¨¢ dicho. Yo temo a veces que una idea que me parece v¨¢lida pierda su valor como idea por adquirir su valor como confesi¨®n".
Superados sus temores, confiesa sus primeros amores: El libro de la selva; Alicia en el pa¨ªs de las maravillas; Coraz¨®n, de Edmundo de Amicis; Stevenson, Salgari, Verne, Dickens? En esos libros encontr¨® el mundo digerido y las puertas abiertas a lo desconocido. Entendi¨® a Cervantes y su ansia por leer "aunque sean los papeles rotos de la calle", y descubri¨® que podr¨ªa vivir sin escribir, pero nunca sin leer. Borges le inocular¨ªa m¨¢s tarde el virus de la lectura. "Soy un lector compulsivo. No puedo estar sin leer. Es puro placer, pero no comparto esas supersticiones que existen en torno a la lectura, como la de tener que acabar un libro o leer libros llamados importantes, la de leer uno solo a la vez, la de no escribir en ellos. Un verdadero lector no cree en estas cosas".
Tendemos a identificarnos con todo libro que leemos. "Cuando Cervantes comienza el Quijote dirigi¨¦ndose al desocupado lector, soy yo quien desde las primeras palabras de la obra me convierto en personaje de novela". Habla Manguel tambi¨¦n del placer de leer para otros; de esa voluptuosa sensaci¨®n de cuando, de peque?o, le le¨ªan los "aterradores" cuentos de los hermanos Grimm, la primera lectura que recuerda. No sab¨ªa entonces que el arte de leer en voz alta ten¨ªa una larga trayectoria. "En la Cuba todav¨ªa espa?ola se le¨ªa en voz alta a los obreros en las f¨¢bricas tabaqueras". Ten¨ªan sus libros preferidos, y uno de ellos, El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, lleg¨® a ser tan popular que un grupo de trabajadores de la f¨¢brica escribi¨® al autor en 1870 pidi¨¦ndole que les prestara el nombre de su personaje para llamar as¨ª a uno de sus puros.
En la Edad Media, los juglares recitaban o cantaban sus versos. En tiempos de san Benito se consideraba que escuchar la lectura era un ejercicio espiritual. Siglos m¨¢s tarde, los padres le¨ªan a sus hijos, los criados a sus se?ores? El posadero de Don Quijote cuenta c¨®mo, en ¨¦poca de siega, alg¨²n labrador que sab¨ªa leer lo hac¨ªa en voz alta para los segadores, "escuchando con tanto gusto que nos quita mil canas". Gald¨®s describe en sus Episodios Nacionales la experiencia cat¨¢rtica de leer en voz alta. Uno de sus personajes, el general O'Donnell, se ofrec¨ªa a leer a su esposa hasta que a ¨¦sta le entrara el sue?o.
A mediados del siglo XV se produce un descubrimiento tan importante para la lectura como el de Am¨¦rica para la historia universal. En 1455, un joven grabador, Johan Gutenberg, comprendi¨® que pod¨ªa ganarse mucho en velocidad y eficacia si las letras del alfabeto se tallaban en forma de tipos reutilizables en lugar de los bloques de madera que se usaban para imprimir ilustraciones. Gutenberg invent¨® la imprenta y produjo una Biblia con 42 l¨ªneas en cada p¨¢gina, el primer libro impreso con tipos. Por primera vez desde la invenci¨®n de la escritura se pod¨ªan producir libros de forma r¨¢pida y en grandes cantidades. Es la primera democratizaci¨®n de la lectura: cientos de lectores podr¨ªan tener ejemplares id¨¦nticos del mismo libro.
Al hablar de placeres, Manguel recuerda uno especial: la lectura en la cama. La idea de leer acostado, sugiere el escritor, es un acto "egoc¨¦ntrico, est¨¢tico, libre de las convenciones sociales?". Un acto que, por tener lugar entre las s¨¢banas, en el reino de la lascivia y la pereza pecaminosa, participa de la emoci¨®n de las cosas prohibidas. Recuerda el escritor una ilustraci¨®n del siglo XV en un libro de horas que muestra a santa Ana, la madre de la Virgen, sentada en la cama concentrada en la lectura de un libro e ignorando al ni?o que le muestra la comadrona. En un manuscrito del siglo XVIII se ve a un monje arropado entre mantas leyendo en una fr¨ªa noche de invierno. Proust escrib¨ªa y le¨ªa sentado en la cama. La escritora francesa Colette encontraba refugio en la cama por la noche para sus lecturas prohibidas. Edith Warton, la novelista estadounidense, lleg¨® a sentir el dormitorio como su ¨²nico refugio, donde pod¨ªa escribir y leer a sus anchas. "Yo tambi¨¦n lo hac¨ªa en la cama", confiesa Manguel, "en la larga sucesi¨®n de camas en las que pas¨¦ las noches de mi infancia? La combinaci¨®n de cama y libro me proporcionaba una suerte de hogar al que sab¨ªa que pod¨ªa volver noche tras noche".
La comunidad internacional de los lectores se agrupa en sectas, en clanes. Se declaran partidarios de uno u otro autor. Pero ellas, las lectoras, las escritoras, son casi inexistentes. A las mujeres no hab¨ªa que educarlas porque la educaci¨®n era el peligroso resultado de la curiosidad, qu¨¦ gran pecado. A la mujer s¨®lo deb¨ªa ense?¨¢rsele lo necesario para llevar la casa, y sus lecturas, si las hab¨ªa, deb¨ªan ser de entretenimiento. Pero hubo alguna excepci¨®n. Concretamente, dos mujeres japonesas: Murasaki Shikibu, que escribi¨® hacia el a?o 1001 la primera novela del mundo, Historia de Genji, y Sei Shonagon, autora de El libro de la almohada. Era la ¨¦pica de las mujeres contada en un mundo de hombres. Una monja portuguesa, sor Mariana Alcoforado, en el siglo XVII, inaugur¨® un nuevo tipo de lectura amorosa en sus prohibidas cartas de amor dirigidas a su amado. Sus Cartas portuguesas son las primeras confesiones er¨®ticas plasmadas en un libro. Isabel Coixet pone en boca del personaje que encarna Tim Robbins en su ¨²ltima pel¨ªcula, La vida secreta de las palabras, el descubrimiento amoroso del libro.
Cr¨ªtico, apasionado y esc¨¦ptico. Manguel contempla el futuro de la lectura y de las bibliotecas con pesimismo. "Nuestro error est¨¢ en considerar el problema de lo que llamamos la falta de lectura desde el punto de vista del lector. Decimos que los lectores leen menos; pues hay que hacerlos entrar en las bibliotecas o en las librer¨ªas ofreci¨¦ndoles caf¨¦, Internet, v¨ªdeos. El error est¨¢ en que el enfoque se ha puesto sobre el lector, y no est¨¢ ah¨ª, est¨¢ en la sociedad. En nuestra sociedad, lo intelectual no tiene prestigio. La lectura se ha hecho mucho m¨¢s dif¨ªcil en un mundo comercial que cree que la ¨²nica actividad v¨¢lida es la que da un beneficio monetario.
Su biblioteca ideal es an¨¢rquica, libre. La que m¨¢s le seduce es la que construy¨® Aby Warburg en Hamburgo. Warburg, hijo de banqueros jud¨ªos, fue un apasionado de los libros y las im¨¢genes. A los 12 a?os hizo un trato con su hermano menor cedi¨¦ndole su derecho de primogenitura a cambio de que le suministrara todos los libros que quisiera leer el resto de su vida. Warburg construy¨® una biblioteca sensacional en la que los vol¨²menes no estaban colocados por orden alfab¨¦tico o temas, sino por las asociaciones que sus libros le suger¨ªan. Construy¨® una biblioteca el¨ªptica. Quien la visitaba ped¨ªa que le sacaran de all¨ª porque se volv¨ªa loco. En ¨¦poca de Hitler, la biblioteca fue trasladada a Londres, donde todav¨ªa existe en el Instituto Warburg. "?sa es para m¨ª la biblioteca ideal, porque es equivalente a la mente de su lector. An¨¢rquica en la medida en que el pensamiento es an¨¢rquico y que nuestras biograf¨ªas tambi¨¦n lo son. Una biblioteca es el reflejo de su lector. Mis libros me delatan. Se puede saber qui¨¦n soy por mis libros. Tengo mucho de Plat¨®n y casi nada de Arist¨®teles. Tengo Cernuda y Garc¨ªa Lorca y nada de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez".
"Yo no quise ser escritor. Quise ser lector", afirma Manguel para explicar el porqu¨¦ de esta historia de la lectura. "Nunca iba a escribir como Borges o como Bioy Casares, as¨ª que me dediqu¨¦ a las antolog¨ªas y traducciones? Hace ya un tiempo empec¨¦ a escribir un art¨ªculo para The New York Times en torno a lo que es leer, pero empez¨® a crecer y crecer y me di cuenta de que iba a ser un libro. Y as¨ª se convirti¨® en esta historia". Publicado hace 10 a?os en Canad¨¢, donde entonces resid¨ªa Manguel, se ha traducido ya a 32 idiomas. El volumen que aparece ahora en Espa?a es una obra revisada e ilustrada. Mitolog¨ªa, an¨¦cdotas, teolog¨ªa, historia y mucha autobiograf¨ªa.
En el ¨²ltimo cap¨ªtulo, el autor reconoce que este libro se encuentra entre los que ¨¦l no ha escrito, porque no puede escribirse, s¨®lo imaginarse. Y la fantas¨ªa nunca tiene fin. "Existe alg¨²n tipo de consuelo cuando me veo dejando el libro junto a mi cama; al imaginarme abri¨¦ndolo esta noche, y ma?ana por la noche, y la noche siguiente, y dici¨¦ndome: 'No he llegado al final".
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