De fumarse el trabajo al trabajo que nos fuma
Si la ley proh¨ªbe fumar sin cuartel, ?cu¨¢nto m¨¢s f¨¢cil no ser¨ªa prohibir los trabajos sin tasa? M¨¢s que acomodar los horarios espa?oles a las jornadas europeas -asunto de insuperable obviedad- es problema, tanto aqu¨ª como all¨¢, la actual coerci¨®n laboral insoportable. Puede dudarse, contemplados los rostros de los viajeros a eso de las ocho o nueve de la noche, si los convoyes del metro del autob¨²s o del puente a¨¦reo, proceden de alg¨²n centro de tortura regular o transportan contingentes de enfermos desde los puestos m¨¢s siniestros a otros nuevos hospitales para desahuciados.
El actual desarrollo econ¨®mico arroja este resultado espectacular: crea durante cinco d¨ªas a la semana millones de gentes exhaustas, desorientadas, apartadas de sus hijos, tendentes al alcoholismo o a la depresi¨®n, a la agresividad o el orfidal, para recibirlos, s¨¢bados y domingos, en vivaces centros comerciales donde entre una hoguera de escaparates, cines y fulgencias, se espera una centrifugaci¨®n del cerebro en trance de rendici¨®n.
La memoria del trabajo se funde gradualmente con la aversi¨®n, el odio, el rencor, el sinsentido
El lunes siguiente, el proceso se repite y, semana tras semana, a lo largo de los a?os y de la vida, el m¨¦todo logra seres humanos no s¨®lo con las fuerzas f¨ªsicas y mentales agostadas sino con la vida expoliada. ?El recuerdo del trabajo? La memoria del trabajo se funde gradualmente con la aversi¨®n, el rencor, el odio, el sinsentido. Puede ser que, hasta hace unas d¨¦cadas, cuando todav¨ªa se hablaba de "realizarse", el mundo del trabajo guardara alguna ilusi¨®n del siglo XIX en que la mayor¨ªa de los programas ut¨®picos aseguraban, con optimismo proyectivo, que el hombre ser¨ªa aquello que hac¨ªa. Para mal, sin embargo, ni el hombre, ni la mujer han logrado hacerse mejor con sus trabajos. M¨¢s bien se han deshecho. Los jubilados quedan, en general, tan desolados que, significativamente, el ministerio de Sanidad y Consumo (ministerio para la enfermedad y la consumaci¨®n aqu¨ª) difunde ahora una campa?a para hacer creer que a¨²n se puede hacer de todo ("o nada"). Todav¨ªa, puesto que la llamada es muy apremiante tras haber liberado casi todo el tiempo posible a la inagotable gula del sistema de producci¨®n. ?De producci¨®n?
Claramente, la mayor aportaci¨®n de la cultura de consumo a la Humanidad radica en haber cobrado una importancia tan sobresaliente que ha ridiculizado el valor de la cultura de producci¨®n. Consumir m¨¢s es placentero y positivo, a despecho de los moralistas rancios, pero producir m¨¢s es devastador. Lo dice la integridad de la naturaleza y el equilibrio humoral, lo proclama la supervivencia de las especies y el alegato de la biodiversidad. Pero, sobre todo, lo sabe el filo de la vida y de la muerte, el simple ciudadano que se ducha, el europeo de la jornada europea o el espa?ol de la cena a las diez. M¨¢s horas en el puesto de trabajo, mayor tiempo de producci¨®n, es la v¨ªa que conduce a la descomposici¨®n personal, familiar, amorosa, feliz. ?Feliz? Nunca como en estos a?os se publicaron tantos libros y discos para ayudar a ser feliz. ?Un sarcasmo? El posible sarcasmo constituye, de por s¨ª, un s¨ªntoma del conflicto latente. Y de su ya insufrible prolongaci¨®n. La calidad de la vida se revela hoy peor que la calidad de casi todo lo dem¨¢s, tal como si la entrega de nuestro tiempo a la producci¨®n haya mejorado tanto los art¨ªculos como ha empeorado proporcionalmente nuestra existencia. La prohibici¨®n de fumar tiende, sin duda, a procurar por el perfeccionamiento de nuestra salud. Pero ?a mejorar nuestro cuerpo y nuestro esp¨ªritu para que el sistema se lo refume?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.