?frica, un desacuerdo navide?o con Bono
Es posible que Paul Hewson -que se llama a s¨ª mismo Bono- sepa cantar. Pero ?y todo lo dem¨¢s? Seguramente hay cosas m¨¢s irritantes que recibir arengas sobre el desarrollo africano de un cantante de rock irland¨¦s, millonario, semiculto, de nombre rid¨ªculo y con sombrero vaquero; pero en este momento no se me ocurre ninguna. Si la Navidad, la ¨¦poca de las historias lacrim¨®genas, ha hecho que me vuelva un Scrooge, en Bono reconozco a su equivalente dickensiano, la se?ora Jellyby de Bleak House (Casa desolada). La se?ora Jellyby, que no para de hablar sobre su pueblo adoptivo de Borrioboola-Gha, "en la orilla izquierda del r¨ªo N¨ªger", trata de salvar a los africanos financi¨¢ndoles "para que fabriquen patas de piano y creen un negocio de exportaci¨®n", al tiempo que acosa sin cesar a la gente para pedirle dinero.
?se parece ser el destino de ?frica, ser escenario de palabras huecas y gestos p¨²blicos. Pero lo que m¨¢s destaca de los famosos dedicados a mejorar ?frica es la necesidad que muestran de mejorar su propia imagen. Los que tratan de arreglar ?frica tienen muchos m¨¢s fallos que el propio continente. La idea de que ?frica padece problemas insolubles y s¨®lo puede salvarse gracias a los famosos y los conciertos ben¨¦ficos es una noci¨®n destructiva y enga?osa.
Quienes, hace m¨¢s de 40 a?os, trabajamos como maestros del Cuerpo de Paz en las zonas rurales de Malaui, nos sentimos llenos de consternaci¨®n cada vez que regresamos, as¨ª como con cada noticia que nos llega de aquel desafortunado pa¨ªs. Pero nos quedamos todav¨ªa m¨¢s horrorizados ante la mayor¨ªa de las soluciones propuestas. No me refiero a la ayuda humanitaria, las labores de auxilio en las cat¨¢strofes, la educaci¨®n contra el sida ni los f¨¢rmacos asequibles. Tampoco estoy hablando de los esfuerzos a peque?a escala y que son objeto de un seguimiento minucioso, como la escuela de Oprah o la Aldea Infantil de Malaui. Me refiero a la plataforma M¨¢s Dinero. Hubo un tiempo en el que ¨¦sta parec¨ªa la respuesta, pero ya no. No estoy dispuesto a enviar dinero privado a una organizaci¨®n asistencial, ni ayuda exterior a un Gobierno, si no se explica en qu¨¦ se gasta cada d¨®lar que se env¨ªe, y eso no ocurre nunca. Mandar m¨¢s dinero a la vieja usanza no s¨®lo es un despilfarro, sino que es est¨²pido y perjudicial, y adem¨¢s no tiene en cuenta varios factores evidentes.
Malaui tiene peor nivel educativo y est¨¢ m¨¢s asolado por las enfermedades y los servicios deficientes que cuando viv¨ª y trabaj¨¦ all¨ª a principios de los sesenta, pero no por falta de ayuda exterior o dinero de donantes. Es un pa¨ªs que ha contado con la presencia de muchos miles de maestros, m¨¦dicos y enfermeros extranjeros, ha recibido enormes cantidades de dinero y, sin embargo, ha pasado de ser un pa¨ªs prometedor a ser un Estado fallido.
A principios y mediados de los sesenta cre¨ªamos que Malaui tendr¨ªa pronto suficientes maestros aut¨®ctonos. Y as¨ª habr¨ªa sido si el Cuerpo de Paz no hubiera seguido enviando maestros durante d¨¦cadas. El pa¨ªs les daba la bienvenida porque significaba que los estadounidenses iban a ense?ar a las escuelas de las zonas rurales, algo que ellos detestaban, y que, a cambio, los ciudadanos m¨¢s preparados pod¨ªan emigrar. Los habitantes locales no quer¨ªan dar clases porque tanto el sueldo como el prestigio eran escasos. Cuando se cre¨® la Universidad de Malaui, llegaron nuevos profesores extranjeros (que iban a trabajar gratis) y hubo pocos profesores locales que quisieran sustituirles, por razones pol¨ªticas. El dinero tambi¨¦n era un problema, pero nunca faltaban los Mercedes Benz en los ministerios. Otros pa¨ªses enviaron formadores en medicina. Malaui empez¨® a tener enfermeros diplomados, pero ¨¦stos se iban a trabajar a Gran Breta?a, Australia o Estados Unidos, de modo que hac¨ªan falta enfermeros extranjeros para trabajar en el pa¨ªs. En Gran Breta?a, los enfermeros procedentes del sur de ?frica constituyen la espina dorsal del Servicio Nacional de Salud.
Cuando el ministro de educaci¨®n de Malaui rob¨® los millones de d¨®lares que constitu¨ªan el presupuesto entero de su ministerio en el a?o 2000, y cuando el presidente de Zambia rob¨® una cantidad a¨²n mayor al a?o siguiente, y cuando Nigeria despilfarraba la riqueza generada por el petr¨®leo, ?qu¨¦ ocurri¨®? Que Bono y otros personajes de los que simplifican los problemas africanos siguieron exigiendo el alivio de la deuda y el aumento de la ayuda. Durante una conferencia que di en la Fundaci¨®n Gates, al se?alar los ¨¦xitos logrados por las pol¨ªticas responsables de Botsuana -en comparaci¨®n con la cleptoman¨ªa de sus vecinos, las decenas de millones que han sido objeto de malversaci¨®n a manos de los pol¨ªticos en Zambia y Malaui-, me encontr¨¦ con una respuesta evasiva. Los donantes hacen posible ese comportamiento cuando hacen la vista gorda ante las malas pr¨¢cticas de gobierno y los verdaderos motivos por los que esos Estados est¨¢n en bancarrota.
Gates ha dicho claramente que quiere deshacerse de sus miles de millones de d¨®lares. Bono es uno de sus consejeros de confianza. Gates quiere enviar a ?frica ordenadores, una idea poco productiva, por no decir una locura. Yo, en su lugar, ofrecer¨ªa l¨¢pices y papel, fregonas y escobas: las escuelas que he visto en Malaui necesitan todo eso desesperadamente. No enviar¨ªa a m¨¢s maestros, sino que contar¨ªa con que los habitantes locales se queden y sean ellos quienes den clase. La Facultad de Medicina de la Universidad de Zambia ha formado a miles de m¨¦dicos y enfermeros, pero son pocos los que se han quedado en su pa¨ªs. Hace 10 a?os, Zimbabue era una naci¨®n pr¨®spera, con excedentes de alimentos. Hoy es una ruina, debido a las pol¨ªticas destructivas del presidente Mugabe, que han provocado la expulsi¨®n de agricultores y la huida de trabajadores cualificados.
Los pa¨ªses africanos no carecen de mano de obra. No son los casos desesperados que parecen. Est¨¢n desmoralizados por las malas pr¨¢cticas de gobierno y trastornados por los donantes, las organizaciones de ayuda, la urbanizaci¨®n descontrolada y el burdo materialismo del mundo que les invade. Las monta?as de ropa usada que se env¨ªan all¨ª cada Navidad han destruido la industria textil africana, y la miseria que cobran los africanos por sus cosechas-caf¨¦, az¨²car, tabaco y t¨¦- ha sido un desastre para la agricultura.
En mi ¨¦poca, Malaui era un pa¨ªs frondoso y exuberante, poblado por tres millones de personas. Ahora es un territorio deforestado y erosionado en el que viven 12 millones; sus r¨ªos est¨¢n obstruidos por los sedimentos, y todos los a?os sufre inundaciones devastadoras. Los ¨¢rboles se han talado, para combustible y para limpiar tierras en las que obtener cultivos de subsistencia. En sus primeros 40 a?os, Malaui tuvo dos presidentes: el primero, un megal¨®mano que se llamaba a s¨ª mismo el mes¨ªas, y el segundo, un estafador cuyo primer acto oficial fue colocar su rostro mofletudo en la moneda. Hace dos a?os, el nuevo presidente, Bingu wa Mutarika, inaugur¨® su mandato anunciando que iba a comprar una flota de Maybach, uno de los coches m¨¢s caros del mundo.
Muchas de las escuelas en las que d¨¢bamos clase hace 40 a?os est¨¢n en ruinas, cubiertas de pintadas, con las ventanas rotas, invadidas por la hierba. Eso no se arregla con dinero. Un amigo m¨ªo muy prominente en Malaui me pidi¨® una vez, en tono jovial, que mis hijos fueran all¨ª a ense?ar. "Les vendr¨ªa bien". Por supuesto que les vendr¨ªa bien. Ser maestro en ?frica fue una de las mejores cosas que he hecho en mi vida. Pero no parece que nuestro ejemplo sirviera de mucho. Como es natural, los hijos de mi amigo de Malaui est¨¢n trabajando en Estados Unidos y Gran Breta?a. A nadie se le ocurre animar a los propios africanos a involucrarse en las labores de voluntariado. Existen muchos j¨®venes adultos en ?frica, muy preparados y capaces, que podr¨ªan influir de forma mucho m¨¢s positiva que un miembro del Cuerpo de Paz.
?frica es un lugar precioso, mucho m¨¢s bello, m¨¢s pac¨ªfico, m¨¢s resistente y, si no pr¨®spero, s¨ª m¨¢s autosuficiente de lo que se suele mostrar. Pero, como parece un continente inacabado, totalmente distinto al resto del mundo, un paisaje en el que una persona puede crearse una personalidad nueva, atrae a los mit¨®manos, a las personas que desean convencer al mundo de lo que valen. Personas que pueden ser de todo tipo, y que est¨¢n en todas partes. Cuando, hace poco, ve¨ªa a Brad Pitt y Angelina Jolie en Sud¨¢n, acunando a ni?os africanos y dando lecciones al mundo sobre caridad, la imagen que me vino inmediatamente a la mente fue la de Tarz¨¢n y Jane.
En el caso de Bono, en su papel de se?ora Jellyby con sombrero vaquero, no s¨®lo ¨¦l est¨¢ convencido de que tiene la soluci¨®n a los males de ?frica, sino que, como grita tanto, otras personas tambi¨¦n parecen confiar en sus respuestas. De manera absurda, Bono fue en 2002 a ?frica con el ex secretario del Tesoro estadounidense Paul O'Neil, para recorrer varias capitales. El tema de sus peroratas era el perd¨®n de la deuda. Acababa de comer en la Casa Blanca, donde hab¨ªa hablado sin parar de la plataforma M¨¢s Dinero y de que los pa¨ªses africanos son extraordinariamente in¨²tiles.
?De verdad lo son? Si Bono hubiera examinado m¨¢s de cerca Malaui, habr¨ªa visto una encarnaci¨®n antigua de su propia Irlanda. Ambos pa¨ªses se caracterizaron durante siglos por la hambruna, las disputas religiosas, las luchas intestinas, las familias dif¨ªciles de controlar, los jefes de clanes llenos de soberbia, la malnutrici¨®n, las cosechas arruinadas, las ortodoxias antiguas, la tediosa sociabilidad, los malos tratos a los ni?os, los problemas dentales y el mal tiempo. Malaui ten¨ªa el mismo sentimiento de agravio que Irlanda, tambi¨¦n estaba colonizado por terratenientes brit¨¢nicos ausentes, y tambi¨¦n estaba lleno de sacerdotes. Hace s¨®lo unos a?os, en Irlanda no era posible comprar legalmente condones, ni se pod¨ªa obtener el divorcio, mientras que (igual que en Malaui) hab¨ªa barriles de cerveza al alcance de cualquiera y la embriaguez era una maldici¨®n nacional. Irlanda, esa isla de inactividad, "la cerda que devora a sus cr¨ªas", en palabras de Joyce, era el Malaui de Europa, y por muchos motivos id¨¦nticos, dado que su principal exportaci¨®n consist¨ªa en los emigrantes, tanto trabajadores como charlatanes.
Produce tristeza pensar que a muchos africanos les resulta m¨¢s f¨¢cil viajar a Nueva York o Londres que al interior de su propio pa¨ªs. Como el t¨ªo Manny y la t¨ªa Ruth env¨ªan una postal con un le¨®n desde Nairobi, parece que han estado en todo Kenia. Pero gran parte del norte de Kenia es una zona a la que no se puede ir. No hay avi¨®n ni pr¨¢cticamente carretera que conduzca a la ciudad fronteriza de Moyale, en el l¨ªmite con Etiop¨ªa, donde s¨®lo encontr¨¦ camellos escuchimizados y bandoleros itinerantes. El oeste de Zambia ni aparece en los mapas, el sur de Malaui es terra incognita, el norte de Mozambique sigue siendo un mar de minas. En cambio, es muy f¨¢cil salir de ?frica. Un estudio reciente del Banco Mundial confirmaba que la emigraci¨®n de personas cualificadas de pa¨ªses africanos de peque?o y mediano tama?o al Primer Mundo ha sido un aut¨¦ntico desastre.
?frica no carece de mano de obra. De lo que carece es de fe en s¨ª misma y, en general, de dirigentes. Tambi¨¦n aqu¨ª Irlanda puede ser un modelo. Despu¨¦s de siglos de apoyarse en otros pa¨ªses, los irlandeses descubrieron que, en vez de pedir limosnas, ellos mismos pod¨ªan cambiar las cosas. Educaci¨®n, pr¨¢cticas de gobierno racionales, gente dispuesta a quedarse y un simple esfuerzo de diligencia han transformado Irlanda de una ruina econ¨®mica en una naci¨®n pr¨®spera. En pocas palabras -?me escucha, se?or Hewson?-, los irlandeses han demostrado que quedarse en casa sirve de algo.
Paul Theroux es escritor estadounidense, novelista y autor de numerosos libros de viajes; entre ellos, El safari de la estrella negra: desde El Cairo a la Ciudad del Cabo. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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