?Puede un enfermo vivir sin esperanza?
El diccionario de la Real Academia Espa?ola define la esperanza como el estado de ¨¢nimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos. La¨ªn Entralgo, uno de nuestros pensadores m¨¢s ilustres, empieza su introducci¨®n al ensayo sobre "La espera y la esperanza" indicando que "cualesquiera que sea la ¨ªndole de aquello que se espera y la interpretaci¨®n teor¨¦tica del hecho de esperar, nadie podr¨¢ negar que la esperanza es uno de los h¨¢bitos que m¨¢s profundamente definen y constituyen la existencia humana". El coraz¨®n del hombre, se?ala, por su parte, Ortega, necesita siempre una abertura hacia la esperanza, es decir, hacia el ma?ana. Los pacientes que dudan de su capacidad para afrontar con ¨¦xito la realidad que viven, expectativas incluidas, o no creen posible recibir a tiempo la ayuda necesaria para ello, se sienten abandonados, sin esperanza. Y "para el paciente sin esperanza", escribe Lester, "no existe futuro".
En Espa?a, una de cada cuatro personas mayores de 65 a?os vive sola, y una de cada cinco ocupa un piso alto sin ascensor
Sin apenas darnos cuenta, vienen a nuestra imaginaci¨®n situaciones dram¨¢ticas extra¨ªdas de hechos que forman parte de la memoria colectiva reciente. As¨ª, por ejemplo, los interminables segundos, minutos, horas -nadie lo sabe- que precedieron a la muerte de 34 ancianos abandonados a su suerte en una residencia de Nueva Orleans durante el paso del hurac¨¢n Katrina; los que antecedieron a la de los 118 tripulantes del submarino nuclear ruso Kursk cuando, en agosto de 2000, se sintieron atrapados a 108 metros de profundidad tras el accidente sufrido durante unas maniobras en el ?rtico; aqu¨¦llos durante los cuales, en septiembre 2001, se gest¨® el impulso de los suicidas de las Torres Gemelas que los hizo arrojarse al vac¨ªo al verse rodeados por el fuego; los de cualquier minero prisionero en el fondo de la mina tras una explosi¨®n de gris¨², los enterrados vivos bajo los escombros tras el terremoto de Pakist¨¢n, o los de centenares de miles de americanos que hu¨ªan del hurac¨¢n Rita detenidos en la carretera sin apenas gasolina en un inmenso atasco de centenares de kil¨®metros. ?Qu¨¦ papel tiene la percepci¨®n, r¨¢pida o paulatina, de la p¨¦rdida de esperanza en el terrible sufrimiento que cada uno de estos seres humanos tiene que soportar al contemplar la muerte cara a cara?
Nadie puede contestar a esta pregunta. Tal vez lo ¨²nico que podemos hacer ante los acontecimientos letales imprevistos sea mantenernos permanentemente preparados para esta eventualidad. Todos somos mortales aunque, muchas veces, pensemos, como Ivan Ilich, que la muerte es s¨®lo para los dem¨¢s.
Al margen del hecho de que miles de personas mueren cada d¨ªa de infarto o accidente de circulaci¨®n, por poco que reflexionemos, descubriremos acontecimientos potencialmente mort¨ªferos, fruto de la sociedad en que vivimos, que, por lo menos en parte, podr¨ªan ser evitados. As¨ª, por ejemplo, aunque durante el verano de 2003 una ola de calor poco usual cost¨® la vida, en gran parte de Europa, a m¨¢s de 25.000 personas en menos de 10 d¨ªas, y muchas de estas muertes correspondieron a personas de edad avanzada que viv¨ªan solas, no es preciso que surja un evento meteorol¨®gico extraordinario -sea el calor, un hurac¨¢n o un terremoto- para que aflore en nuestras ciudades este tipo de tragedia; en 2001, ¨²nicamente en Madrid, se encontraron muertas en sus domicilios 75 personas mayores de 65 a?os que viv¨ªan solas. Algunas de ellas, cuando su cad¨¢ver fue descubierto, hac¨ªa varios d¨ªas que hab¨ªan fallecido.
En Espa?a, de acuerdo con el tercer informe bianual dado a conocer por el Imserso en 2005, una de cuatro personas mayores de 65 a?os vive sola y una de cada cinco reside en un piso alto sin ascensor.
Si nos alejamos por un momento de las estad¨ªsticas y tratamos de imaginar un caso concreto, descubriremos f¨¢cilmente a un anciano que vive solo, se siente enfermo, sufre una ca¨ªda y es incapaz de llegar al tel¨¦fono; sus vecinos se han marchado de vacaciones y sabe que sus familiares no vendr¨¢n a visitarle hasta dentro de varios d¨ªas. Tendido en el suelo, aislado, impotente, con el f¨¦mur roto, ?cu¨¢nto sufrimiento deber¨¢ soportar este ser humano antes de morir?, ?le queda alg¨²n tipo de esperanza?
Sin llegar a esta situaci¨®n l¨ªmite, ?hasta qu¨¦ punto, podemos preguntarnos, puede mantener la esperanza un anciano fr¨¢gil o un enfermo oncol¨®gico que sospechan que el final de su existencia est¨¢ pr¨®xima? ?Se puede, aun en estas situaciones, comunicar esperanza a estos seres humanos, sin mentir?
Cuando se trata de enfermos al final de la vida (EL PA?S, 30 de mayo de 2005; 31 de mayo de 2005; 1 de junio de 2005), "hay que redefinir la esperanza" nos se?ala Sherwin Nuland, autor del conocido best seller C¨®mo morimos, tras unas sentidas y honestas p¨¢ginas en las que describe el proceso canceroso y muerte de su hermano, y c¨®mo, tras conocer el diagn¨®stico, obr¨® err¨®neamente y no se atrevi¨® a quitarle la esperanza en una imposible curaci¨®n.
Recientemente, la revista norteamericana Cancer (1 de mayo de 2005), una de las de mayor prestigio en el campo de la oncolog¨ªa, ha publicado los resultados de una interesante investigaci¨®n emp¨ªrica cuyo objetivo era conocer c¨®mo los enfermos de c¨¢ncer avanzado, sus familiares y los profesionales sanitarios que los atend¨ªan, afrontaban la proximidad de la muerte, tratando de mantener alg¨²n tipo de esperanza.
M¨¢s all¨¢ de la esperanza en la cura milagrosa o en la remisi¨®n espont¨¢nea de la enfermedad, existen esperanzas espec¨ªficas a las que, en muchas ocasiones, se podr¨¢ dar cumplimiento: esperanza de que los medicamentos aliviar¨¢n el dolor, que el sue?o de la pr¨®xima noche ser¨¢ tranquilo, que a la ma?ana siguiente vendr¨¢ un hijo o un amigo a visitar al paciente, etc¨¦tera.
La investigaci¨®n de Clayton y colaboradores a la que nos referimos muestra diversos caminos susceptibles de suscitar esperanza y de aliviar, aunque s¨®lo sea parcialmente, el sufrimiento de los enfermos en la dif¨ªcil etapa que precede su ¨²ltimo viaje. En s¨ªntesis, los mismos pueden identificarse como: 1) Poner ¨¦nfasis sobre lo que puede hacerse, en especial, control de s¨ªntomas som¨¢ticos, apoyo emocional y recursos pr¨¢cticos de que se dispone; 2) Explorar y establecer, para cada caso, objetivos realistas; y 3) Abordar los problemas, d¨ªa a d¨ªa.
En el fondo, lo que tratamos de sugerir es que existen diferentes tipos de esperanza y que, como nos recuerda el m¨¦dico noruego Stein Husebo, a lo largo de un mismo d¨ªa podemos experimentar diferentes esperanzas; sean la de contemplar una vez m¨¢s las estrellas, aliviar el dolor, encontrar un sentido a nuestra vida o sentir entre las nuestras la mano de nuestro nieto.
En todo caso, escribe Nuland: "Una promesa que podemos cumplir y una esperanza que podemos dar es que no dejaremos morir solo a ning¨²n ser humano". Tal vez el compromiso expl¨ªcito de acompa?amiento hasta el ¨²ltimo momento sea la mejor se?al de seguridad, la mejor esperanza, para muchos enfermos que afrontan con inquietud la cercan¨ªa de la muerte.
Ramon Bay¨¦s es profesor em¨¦rito de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona (ramon.bayes@uab.es).
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