Una novela reescrita
Murci¨¦lagos revoloteando en una cueva oscura, as¨ª es mi memoria para recordar fechas. Los persigo con mi red de cazar mariposas, que destrozan a mordiscos. Al fin consigo cazar uno, el n¨²mero 54. De modo que debi¨® de ser en 1954, en Barcelona, cuando el esp¨ªritu ya desaparecido de no recuerdo qu¨¦ persona me recomend¨® que acudiera a ¨²ltima hora de la noche al bar Bohemia en alg¨²n lugar -?d¨®nde?- de las Ramblas o de sus inmediaciones. Ah¨ª podr¨ªa yo asistir a algo "muy espa?ol". Y, si bien Catalu?a no es Espa?a, el hombre llevaba raz¨®n. Trate usted de imaginarse el sitio sin el alud de turistas de hoy en d¨ªa, coloque aqu¨ª y all¨¢ a unos cuantos j¨®venes soldados con grandes cascos alemanes, a?¨¢dale un poco de miseria, unos hombres vendiendo cigarrillos sueltos, y ya lo tiene usted: el barrio chino. Debi¨® de ser ah¨ª, en ese barrio, en alg¨²n lugar entre los burdeles de los oficiales y las putas pintarrajeadas de los marineros. El recuerdo no se torna n¨ªtido hasta que estoy dentro del local, los murci¨¦lagos han desaparecido de mi vista, el local es peque?o, el p¨²blico est¨¢ animado, se respira cierta lujuria en el ambiente, una tarima baja, la luz atemperada, un viejo piano.
Nunca sabremos qu¨¦ habr¨ªa opinado Cervantes de las versiones que hicieron Kafka, Borges o Nabokov del Quijote
Puede que para los que no somos espa?oles Don Quijote sea una "curiosidad divina", pero no es "un problema existencial"
?C¨®mo definir la crueldad? ?D¨®nde se encuentra el l¨ªmite entre lo cruel y lo divertido? Continuamos en el bar Bohemia. Puede que yo ya tenga veinte a?os y lo que ven mis ojos me resulte cruel, pero a la gente que me rodea parece divertirle. El p¨²blico se muere de risa, a pesar de que ve lo mismo que yo. Son personas mayores. Una verdadera arqueolog¨ªa del divertimento: cantantes y bailarinas de avanzada edad, sopranos desenterrados, bailarines marchitos, diez veces muertos ya en el oficio que en su d¨ªa ejercieron. Por dondequiera que miras, ves tiempo pret¨¦rito en movimiento. Si no es el piano el que est¨¢ desafinado, lo son las voces. Cuanto m¨¢s pat¨¦tico es el espect¨¢culo, m¨¢s se r¨ªe la gente. El cabello ralo, gruesas capas de maquillaje cubriendo calvas y lunares; a trav¨¦s del polvo de la vejez se entrev¨¦ el gesto del tenor dram¨¢tico, el artr¨ªtico pasodoble es jaleado con ol¨¦s, y yo, un n¨®rdico moralista perdido en el lugar equivocado, me muero de verg¨¹enza. Esa misma noche recibir¨¦ una lecci¨®n ejemplar. Al salir del bar he acompa?ado un trecho a uno de los cantantes. El hombre a¨²n lleva colorete en la cara pero no parece importarle. Enfilamos un callej¨®n oscuro, encontramos un bar abierto, yo le invito a tomar algo y ¨¦l pide una taza de chocolate caliente y enciende un Ideales. Ignoro si a¨²n existe esa marca de cigarrillos, m¨¢s gruesos que los cigarrillos de hoy y rellenos de un tabaco negro nauseabundo. ?Que qu¨¦ hac¨ªa ¨¦l antes? Bueno, antes actuaba en el Teatro Col¨®n de Buenos Aires y en R¨ªo de Janeiro, cada a?o cruzaba el Atl¨¢ntico hacia Suram¨¦rica en un paquebote de lujo, ida y vuelta. Y a continuaci¨®n, alentado por mi ingenua edad, no se me ocurre otra cosa que formular la pregunta que ¨¦l debe de haberse contestado a s¨ª mismo delante del espejo en innumerables ocasiones. El hombre lleva el cuello de la camisa deshilachado, viste un traje palmbeach deste?ido y me mira como en otros tiempos me miraba el profesor de matem¨¢ticas cada vez que le soltaba alguna estupidez. "Me gano la vida as¨ª", me responde. "?De qu¨¦ sino iba yo a vivir? Y, adem¨¢s", a?ade con el garbo del viejo actor que sabe c¨®mo concluir un discurso: "Pocas verdades hay en la vida".
?Es el Quijote un libro jocoso? Thomas Mann est¨¢ convencido de que s¨ª (Traves¨ªa mar¨ªtima con Don Quijote). El autor alem¨¢n ley¨® dos veces seguidas el cap¨ªtulo de los leones, impresionado por su "patetismo c¨®mico" y su "inteligencia moral". Nabokov, sin embargo, a quien por cierto no le gusta Thomas Mann, opina que el Quijote es, esencialmente, un libro cruel. ?Cu¨¢n espa?ola fue aquella noche en el Bohemia? ?Acaso lleva raz¨®n Ortega y Gasset cuando afirma que la Espa?a de su tiempo ha perdido el alma y que ¨¦sta se encuentra en la obra cervantina? Nabokov y Ortega efect¨²an ambos la misma comparaci¨®n: la de Don Quijote sufriente con Cristo sufriente. ?Acaso es Cristo en la cruz divertido? No, esta vez no vamos a sacar a relucir la tauromaquia, aunque fue tambi¨¦n por aquella ¨¦poca cuando asist¨ª por primera vez a ese espect¨¢culo: el caballo derribado, y con ¨¦l el picador, el toro alcanz¨¢ndole el vientre bajo el peto protector de cuero, los intestinos sali¨¦ndose, y luego el caballo arrastrado de costado por otros caballos, dejando tras de s¨ª un reguero de sangre. El p¨²blico no re¨ªa, no, aunque tampoco lloraba.
En fin. ?Hasta qu¨¦ punto es espa?ol Don Quijote? Seg¨²n afirma Alberto Navarro en su introducci¨®n a Vida de Don Quijote y Sancho, de Miguel de Unamuno, Don Quijote es tan espa?ol que los dem¨¢s apenas cuentan. La obra cervantina encierra toda la filosof¨ªa espa?ola (Unamuno), es nuestro mejor s¨ªmbolo y nuestro espejo (Azor¨ªn), la clave de nuestra existencia (Ortega), en definitiva, un instrumento perfecto para resucitar a la Espa?a maltrecha, decadente y agonizante. Todo cuanto percibieron del Quijote "las almas extranjeras" (Ortega) eran tal vez "iluminaciones" y "claridades", pero ambas no eran sino "breves moment¨¢neas", y, a todas luces, "insuficientes", incapaces de captar "la larga figura de Don Quijote que en la abierta llanura manchega se encorva como un signo de interrogaci¨®n, y es como un guardi¨¢n del secreto espa?ol, del equ¨ªvoco de la cultura espa?ola". Puede que para nosotros, los otros, los no espa?oles, Don Quijote sea una "curiosidad divina", pero no es, como para los espa?oles, "un problema existencial".
?Y mi propio Quijote? A mi propio Quijote lo busqu¨¦ en Madrid, en la tumba de Cervantes, que ya no existe, y en esa estatua frente a las Cortes de un individuo que supuestamente escribi¨® el libro, un espa?ol cualquiera vestido con la indumentaria de la ¨¦poca, un individuo anulado por su creaci¨®n, tal como lo fue Shakespeare por Hamlet y Lear. Y tambi¨¦n lo busqu¨¦ en aquel s¨®tano de Argamasilla donde Cervantes imagin¨®, o no, a la mujer que jam¨¢s existi¨® pero cuya casa s¨ª existe en El Toboso. Eso puedo asegurarlo con toda firmeza, pues estuve ah¨ª en persona. Visit¨¦ su cama y su cocina, la cama real de una mujer imaginaria. Y, por ¨²ltimo, lo busqu¨¦ junto a los molinos de viento que, naturalmente, eran gigantes capaces de arrojar a un hombre de una colina con caballo y todo, mientras Sancho, m¨¢s sensato, contempla el espect¨¢culo. Risas y m¨¢s risas, pero ?vemos realmente lo que vemos? Seg¨²n Roberto Calasso (en su nuevo ensayo titulado K.), Kafka vio algo muy distinto. ?l vio a Sancho Panza como el escritor que hab¨ªa logrado librarse de su demonio, "al que m¨¢s tarde llamar¨ªa Don Quijote". ?O acaso estoy apuntando demasiado alto y deber¨ªamos regresar a la fr¨ªa tierra inglesa de Virginia Woolf y escuchar lo que ¨¦sta escribi¨® en su diario el 5 de agosto de 1921? "S¨¦ame permitido decir lo que pienso, mientras leo el Quijote despu¨¦s de cenar. Principalmente, que escribir era, en aquel entonces, contar historias para divertir a la gente [...] Esto es lo que me parece el motivo del Quijote: entretenernos a toda costa. En la medida en que puedo juzgar, la belleza y el pensamiento surgen inconscientemente. Cervantes apenas era consciente de su serio significado, y apenas ve¨ªa a Don Quijote tal como nosotros lo vemos. Realmente, ah¨ª radica mi dificultad; la tristeza, la s¨¢tira, hasta qu¨¦ punto es nuestra, hasta qu¨¦ punto es involuntaria. ?O acaso estos grandes personajes tienen la virtud de cambiar seg¨²n sea la generaci¨®n que los contempla?".
Esto ¨²ltimo es bien posible, y quiz¨¢ fuera ¨¦sta la pregunta que inspirara a Borges su Pierre Menard, autor del "Quijote", esa milagrosa obra que existe y a la vez no existe, "tal vez la m¨¢s significativa de nuestro tiempo", la cual consta de los cap¨ªtulos 9 y 34 de la primera parte del Quijote y de un fragmento del cap¨ªtulo 22. ?Qui¨¦n lo dir¨ªa? Pues tal vez Ortega, cuando escribe: "Falta el libro donde se demuestre al detalle que toda novela lleva dentro, como una ¨ªntima filigrana, el Quijote". Y, como prueba de ello, cita a Flaubert: "Je retrouve mes origines dans le livre que je savais par cœur avant de savoir lire" (Correspondance, II). ?Y por qu¨¦? ?Por la crueldad? ?La tragedia? No, eso es de Nabokov. Pues ser¨¢ una vez m¨¢s por el humor, pues Flaubert afirm¨® en cierta ocasi¨®n que lo que el mundo moderno necesitaba era un Arist¨®fanes. A prop¨®sito, a juicio de Ch¨¦jov, sus obras teatrales eran comedias. ?Y yo? ?Qu¨¦ opinaba yo? Al final de sus meditaciones Ortega regresa al principio, a Plat¨®n, al momento en que Aristodemos, al t¨¦rmino del banquete, despertado de su duermevela, escucha c¨®mo S¨®crates le dice a Arist¨®fanes y a Agat¨®n, el joven autor de tragedias, que las comedias y tragedias nunca debieran ser escritas por dos autores diferentes, sino por el mismo. Comparto su opini¨®n, siempre que no se imponga a los lectores c¨®mo leer el libro. Cada lector acaba el libro a su manera. Por Max Brod sabemos que, cuando Kafka le¨ªa en voz alta su propia obra, se divert¨ªa de lo lindo y hac¨ªa re¨ªr a los amigos. Aunque a buen seguro que esa risa no era la misma que la que yo escuch¨¦ en el Bohemia. Por esta raz¨®n Guy Davenport puede afirmar en las ¨²ltimas l¨ªneas de su introducci¨®n al Curso sobre el "Quijote" de Nabokov: "Y hasta el propio Nabokov, siempre tan presto en hallar y denunciar las crueldades en todo lo que es sentimental, concluye: '... ya no nos re¨ªmos m¨¢s de ¨¦l. Su blas¨®n es la compasi¨®n, su estandarte la belleza. Representa todo cuanto es suave, perdido, puro, altruista y galante".
Con tanto l¨ªo de nombres, hemos olvidado a otro escritor. Borges afirm¨® en cierta ocasi¨®n que hay traducciones que superan el texto original. Y Gregory Rabassa, el traductor al ingl¨¦s de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, Cort¨¢zar y otros grandes de la literatura, dice en su autobiograf¨ªa recientemente editada que el traductor es un escritor que no necesita inventarse un argumento pero que s¨ª reescribe un libro. Todos los escritores que he mencionado m¨¢s arriba escribieron su propio Quijote en calidad de lectores, seg¨²n la receta de Borges. Nunca sabremos qu¨¦ habr¨ªa opinado Cervantes de sus versiones. L¨¢stima que don Miguel no sepa leer el neerland¨¦s, porque en esta lengua apareci¨® recientemente un libro sobre El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha que le habr¨ªa sorprendido, aunque s¨®lo fuera por el hecho de que su autor es una mujer.
Traducci¨®n de Isabel-Clara Lorda Vidal.
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