La del humo
Quiz¨¢ pase a la historia la actual legislatura con el mote que encabeza esta columna. Los legisladores se han atrevido con una empresa que, me temo, exceda mucho de sus posibilidades. Ah¨ª es nada: prohibir fumar por decreto, algo as¨ª como si prohibieran rascarse a quien le pique algo. Para que no haya confusiones, he de manifestar que soy un antiguo fumador y partidario ac¨¦rrimo de que se destierre tal h¨¢bito de la vida social. Dediqu¨¦ buena parte de la existencia a corromper los bronquios y el mal lleg¨® muy adentro, tanto, que disfruto de un rozagante enfisema con el que convivo, a pesar de haber abandonado el tabaco hace casi treinta a?os.
A veces sue?o -algo que resulta usual en muchos ex fumadores- con profundas caladas de humo que me proporcionan un extraordinario placer pero que, afortunadamente, no se trasladan a la vigilia. Y tambi¨¦n con que dispongo de tanto poder como para instalar una Liga de f¨²tbol para fumadores y otra para no fumadores. O calles exclusivas para unos y otros. Cualquier exageraci¨®n tiene cabida en la mente de los arrepentidos.
Sinceramente, no le veo futuro al cumplimiento de esta ley, e incluso llego a pensar que se ha hecho con la boca peque?a de legislar, entre otras cosas porque es una aberraci¨®n que alguien vaya contra sus propios actos y los servidores del Estado conocen de qu¨¦ lado est¨¢ la mantequilla en la tostada presupuestaria. Lo saben desde el principio. Dicen que el primer fumador occidental del que se tiene noticia fue Rodrigo de Triana, el mismo que avist¨® la costa americana. Sus convecinos le denunciaron a la Inquisici¨®n por presumible trato con el diablo, ya que "despu¨¦s de aspirar por un canuto expiraba humo por boca y narices". No fue un precedente v¨¢lido para las cat¨®licas majestades, cuyos proveedores hacend¨ªsticos comprendieron el enorme chollo que las diab¨®licas hojas iban a suponer para las arcas, siempre desfallecidas. Tuvo sus defensores y, a lo largo del siglo XVIII, las llamaron "hierba santa", con propiedades salut¨ªferas.
Aquello hab¨ªa que defenderlo, ?y c¨®mo! El mejor reflejo est¨¢ en las terror¨ªficas disposiciones penales que proteg¨ªan la explotaci¨®n, pues conocida su fulminante difusi¨®n todo quisque intent¨® moler y fabricar por su cuenta. Una Real C¨¦dula firmada el 15 de abril de 1701 en la Villa de Madrid dispone que para los nobles e hidalgos que se dediquen a la competencia el castigo sea la p¨¦rdida de la mercanc¨ªa y de los ¨²tiles para transformarla, adem¨¢s de una multa de 2.000 ducados, que eran un pico. Esto, la primera vez, pues la reincidencia ven¨ªa penada con el doble de la sanci¨®n econ¨®mica y cuatro a?os de presidio en ?frica. La contumacia del defraudador, fuera noble o hidalgo, tra¨ªa el destierro a perpetuidad y el secuestro de todos sus bienes. Los pormenores indican que la aristocracia no ten¨ªa empacho en falsificar el rap¨¦ o los cigarros por la alta rentabilidad que procuraba tal delito. Bajando tramos en la escala social, si el contraventor era tenido por hombre bueno -calificaci¨®n desaparecida hace tiempo-, a las aflicciones anteriores se sumaban seis a?os de galeras y entonces las penas se cumpl¨ªan a rajatabla y no hab¨ªa reinserciones que valieran. En el ¨²ltimo caso, el de los humildes o de baja suerte, se llegaba a la pena de muerte, no descartando los azotes y otros castigos corporales.
Los reyes, como se ve, defend¨ªan celosamente este resguardo que tan de perlas remendaba el erario p¨²blico, que era el suyo. Incluso entraban en el saco los eclesi¨¢sticos y personajes de fuero especial, aunque se mantuvieran las formas exteriores de consideraci¨®n. Ya se sabe: "Os har¨¦ ahorcar con much¨ªsimo respeto". S¨®lo si quedara demostrado que el gasto producido, con cargo a la Seguridad Social, fuera muy superior a la recaudaci¨®n tributaria de la venta de tabacos, se espabilar¨ªa la pol¨ªtica sancionadora que, cuando es inflexible, se acatada a la corta o a la media. He le¨ªdo que se consumen doscientos millones de cigarrillos al d¨ªa, con que...
Se dice "darse la del humo", para desaparecer, desvanecer algo o alguien. Quienes mantengan arraigada la costumbre de fumar contemplar¨¢n las medidas coercitivas de forma similar al de las multas urbanas de tr¨¢fico en Madrid: algo que merece muy poca consideraci¨®n.
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