Gobernar desde la izquierda
Los franceses, tan cartesianos ellos, dicen que ser de derechas es conservar y ser de izquierdas es cambiar. Hacer lo primero, es decir, dejar las cosas tal cual, es obviamente m¨¢s sencillo. M¨¢s dif¨ªcil ser¨¢ cambiar, acertar en los cambios y vencer resistencias. Un gobierno de izquierdas que sea fiel a sus ideas tendr¨¢ as¨ª que sortear dos escollos. En primer lugar, encontrar¨¢ renuencias al cambio, tanto m¨¢s fuertes cuanto mayor sea el conservadurismo de la derecha. En segundo t¨¦rmino, tendr¨¢ que acertar en los cambios. Si ¨¦stos son grandes, la resistencia aumentar¨¢ y tambi¨¦n la posibilidad de equivocarse.
Esta situaci¨®n la estamos viviendo en Espa?a. Los intentos de cambio de la izquierda en el poder encuentran sin excepci¨®n la enemiga de una oposici¨®n cerrada en banda. Algunos de esos intentos, adem¨¢s, suscitan cr¨ªticas, incluso en personas de talante progresista, por considerarse que no est¨¢n bien encaminados, en particular los relacionados con el nuevo Estatuto de Catalu?a. A la vista de todo ello, transcurridos veinte meses de Gobierno socialista, ?qu¨¦ se puede decir de los cambios logrados y de los previstos?
Cuando el PSOE gan¨® las elecciones y pas¨® a gobernar ten¨ªa dos posibilidades. Una de ellas, la m¨¢s f¨¢cil y la menos progresista, era cambiar poco. Al fin y al cabo, hab¨ªa precedentes en gobiernos anteriores del mismo signo, aunque entonces hubiera la atenuante cualificada, hoy inexistente, de que hab¨ªa que atender a otras prioridades como consolidar la democracia, someter los militares al poder civil y entrar en la Uni¨®n Europea.
En 2004, con circunstancias y dirigentes distintos, los socialistas, una vez ganadas las elecciones, ten¨ªan otra posibilidad, que es la que han seguido: intentar cambiar aspectos importantes de la sociedad. Sin ser radicales, los cambios preconizados eran considerables. No se refer¨ªan al sistema econ¨®mico de producci¨®n, para el que no hay alternativa, aunque s¨ª se preve¨ªa, y as¨ª se ha hecho, mejorar el gasto p¨²blico en partidas como pensiones, educaci¨®n e investigaci¨®n. Es ¨¦ste un terreno, el de la distribuci¨®n o redistribuci¨®n, donde queda mucho por hacer en comparaci¨®n con otros pa¨ªses avanzados, pero al menos no ha habido inmovilismo.
Otros cambios anunciados han quedado cumplidos. Retirar las tropas de Irak fue un acierto, confirmado con lo ocurrido desde entonces en ese desgraciado pa¨ªs. Hoy ni el Partido Popular se atreve a criticar aquella medida. La aprobaci¨®n del matrimonio homosexual marca un hito en la historia de la izquierda, que incluso rebasa nuestras fronteras. Tambi¨¦n se ha avanzado en la lucha contra otras discriminaciones, con acciones positivas en materia de g¨¦nero para proteger a la mujer. Medidas, por cierto, tachadas de inconstitucionales por algunos que nunca fueron muy constitucionalistas y que hoy, parad¨®jicamente, se aferran a la Constituci¨®n para frenar los cambios.
En la esfera de la educaci¨®n no universitaria, frente a una dura oposici¨®n de la derecha y de la Iglesia, se ha aprobado una ley que supone un paso adelante en un campo tan necesitado de cambios. En la ense?anza superior, donde tambi¨¦n hay proyectos de mejora, es de esperar que se acaben encontrando soluciones acertadas.
?Y qu¨¦ sucede con el intento de mejorar el llamado modelo territorial? Aqu¨ª las cr¨ªticas han arreciado, incluso formuladas por ilustres plumas progresistas, como ha podido verse m¨¢s de una vez en estas p¨¢ginas de opini¨®n. A este respecto, conviene plantearse dos cuestiones. Primero, habida cuenta de que en las Comunidades Aut¨®nomas hay una demanda generalizada de mejorar sus Estatutos, ?pod¨ªa un gobierno del cambio ignorar esa demanda? Segundo, ?pod¨ªan hacerse las cosas de otra manera? Algunos critican el procedimiento seguido para cambiar el Estatuto de Catalu?a porque, seg¨²n ellos, conducir¨¢ en el mejor de los casos a un resultado insatisfactorio para todos y en el peor a una v¨ªa muerta. Ahora bien, no se ve c¨®mo pueden hacerse las cosas de otra manera que no sea el env¨ªo a las Cortes Generales de una propuesta por parte del Parlamento correspondiente. Es verdad que el presidente del Gobierno cometi¨® un error, cuando antes de serlo prometi¨® que apoyar¨ªa el proyecto que aprobaran los representantes catalanes. Fue un error porque no previ¨® que se aprobar¨ªa un texto maximalista, quiz¨¢ por falta de visi¨®n pol¨ªtica general en su redacci¨®n, defecto ¨¦ste en el que incurren a veces nacionalistas y allegados, quiz¨¢ en previsi¨®n de inevitables recortes en el Congreso de los Diputados.
Habr¨¢ l¨®gicamente que esperar al resultado, pero ?no se podr¨ªa otorgar entre tanto, al menos por los partidarios del progreso, un margen de confianza al Gobierno y a la mayor¨ªa parlamentaria que lo apoya? ?No han sacado adelante, acaso, otras leyes conflictivas? ?No es un intento de cambio encomiable buscar, habida cuenta de la innegable existencia de nacionalismos, la convivencia de todos ellos, incluido el espa?ol, dentro de un marco general en el que todos se sientan razonablemente satisfechos, sin que ninguno, por ser m¨¢s fuerte en el conjunto del pa¨ªs o en un determinado territorio, acalle a los dem¨¢s?
El empe?o, desde luego, es dif¨ªcil, al ser sin duda el de mayor calado que tiene Espa?a planteado. En la propia izquierda no hay unanimidad ni sobre el fondo ni sobre la forma a la hora de abordar la cuesti¨®n, pero ello no parece raz¨®n suficiente para quedarse de brazos cruzados. Todo nacionalismo, al menos visto desde la izquierda, puede presentar ciertamente inconvenientes. Tiende a ser excluyente y a veces se olvida de igualdades y solidaridades. Por algo la izquierda desconfi¨® anta?o de ellos y sus primeros partidos y sindicatos se proclamaron internacionalistas. Pero, aparte de obedecer a anhelos profundos, tambi¨¦n han sido en ocasiones, y pueden seguir si¨¦ndolo, un factor de cohesi¨®n y progreso. Su activo y pasivo se advierten muy bien en el mayor nacionalismo de todos los que hay en nuestro pa¨ªs, es decir, en el espa?ol. Contribuy¨® a lo que algunos llaman, especialmente estos d¨ªas, la gloria imperecedera de nuestra historia nacional. Tambi¨¦n tuvo, sin embargo,sus p¨¢ginas negras que aconsejar¨ªan no vanagloriarse tanto de nuestro pasado. Por ejemplo, cuando en aras de la unidad nacional se cometieron cr¨ªmenes ¨¦tnicos como la expulsi¨®n de jud¨ªos y moriscos. O m¨¢s recientemente cuando con el pretexto, entre otros, de evitar supuestos separatismos, los autodenominados nacionales pusieron el pa¨ªs a sangre y fuego desencadenando una cruenta Guerra Civil.
Hoy se vuelve a hablar de la sagrada unidad de la patria, algo, por cierto, que entre los pa¨ªses avanzados s¨®lo se oye en Espa?a. Hasta el concepto mismo de federalismo se considera por algunos reprobable, por conducir, se dice, a la fragmentaci¨®n, olvidando que pa¨ªses federales como Estados Unidos y hasta confederales como Suiza son, dentro de su diversidad, ejemplos de unidad. ?sta seguramente podr¨¢ afianzarse m¨¢s en nuestro pa¨ªs si avanzamos hacia un horizonte federal que si tratamos de imponer a todos un solo credo nacionalista. Ni en Espa?a ni en ning¨²n pa¨ªs del mundo esas imposiciones han dado nunca resultado. Si se logra ir mejorando el Estado de las Autonom¨ªas, dentro del marco de la Constituci¨®n y empezando por Catalu?a, ?no ser¨¢ ¨¦ste uno de los Gobiernos de Espa?a que habr¨¢ hecho, en menos de dos a?os, mayores cambios? ?No pasar¨¢ a la historia como un genuino Gobierno progresista?
Francisco Bustelo es profesor em¨¦rito de Historia Econ¨®mica en la Universidad Complutense.
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