De la autoridad y del autoritarismo
No hay ciudad ni rinc¨®n del mundo que escape a las presiones ideol¨®gicas del momento. El debate sobre el civismo ha permitido ver como tambi¨¦n la sociedad barcelonesa -y no s¨®lo sus sectores m¨¢s conservadores- est¨¢ siendo conquistada por el discurso del miedo que trata de invertir la escala de valores de la tradici¨®n liberal para colocar la seguridad por encima de la libertad y a imponer sacrificios en ¨¦sta a costa de aquella. Toda decisi¨®n tomada bajo la presi¨®n de la opini¨®n p¨²blica -y de una campa?a medi¨¢tica muy concreta- acostumbra a ser problem¨¢tica. La democracia es reflexi¨®n. Tomar medidas como respuesta inmediata a una oleada de denuncias period¨ªsticas acostumbra a marcarlas con dos elementos caracter¨ªsticos de la precipitaci¨®n: la amalgama y la desproporci¨®n. La amalgama: se mezclan con suma facilidad conductas que poco tienen que ver unas con otras, generando de este modo mensajes confesionarios a la opini¨®n. ?Qu¨¦ tienen en com¨²n la mendicidad y el botell¨®n?, pongamos por caso. Desproporci¨®n: se aplican sanciones que muy dif¨ªcilmente se pueden hacer cumplir, con lo cual se deja la real aplicaci¨®n de las ordenanzas al buen sentido del guardia de turno.
A menudo las sociedades atribuyen sus infortunios a dos factores: a la inmoralidad de la v¨ªctima y al enemigo exterior. Sancionar a quienes duermen en la calle o a quienes practican la mendicidad tiene que ver con este recurso a la culpabilizaci¨®n del que desluce nuestro paisaje urbano. Y sin embargo, casi nadie duerme en la calle por gusto -y si alguien lo hiciera, ser¨ªa discutible su derecho cuando no se le puede garantizar una vivienda digna-. Y el hecho de que haya una delincuencia organizada de la mendicidad obliga a actuar contra estas mafias, pero no justifica que se sancione a aquellos que acuden a este recurso como ¨²ltima instancia de supervivencia. Indirectamente, y a los ojos de la ciudadan¨ªa, se ha criminalizado a todas las personas que duermen o mendigan en la calle, convirtiendo -al modo americano- la marginaci¨®n social en la consecuencia de la maldad moral que habita a los que la practican.
Por lo que hace al enemigo exterior, la inmigraci¨®n y el turismo de masas son ¨²til coartada para nuestras propias miserias. Es sabido que el inmigrante sirve de chivo expiatorio de casi todo. El turista de medio pelo es una de las obsesiones de determinado discurso supuestamente de izquierdas que critica la conversi¨®n de los centros urbanos en parques tem¨¢ticos. ?No deber¨ªa ser un motivo de satisfacci¨®n de la izquierda que el turismo ya no sea un privilegio exclusivo de las clases altas? Dicen, sin embargo, los responsables de la Guardia Urbana que los autores de los actos de incivismo son en su mayor¨ªa barceloneses de toda la vida.
Con todo, lo que me parece m¨¢s relevante de este debate es una cierta confusi¨®n en torno a los conceptos de autoridad y de responsabilidad. Se parte de una cr¨ªtica fundada: las generaciones que rompimos el cors¨¦ del autoritarismo en materia de educaci¨®n y costumbres no hemos sabido sustituirlo por el sano ejercicio de la autoridad sobre nuestros hijos. Hemos sucumbido a lo que Pascal Bruckner llam¨® la tentaci¨®n de la inocencia. Hemos cre¨ªdo que acabar con el autoritarismo de las familias tradicionales exim¨ªa de la responsabilidad de ejercer la autoridad sobre los hijos. De modo que la idea de responsabilidad habr¨ªa estado durante alg¨²n tiempo en el alero: por falta de exigencia en los distintos niveles de formaci¨®n de los j¨®venes -desde la familia hasta el ¨¢mbito educativo- y por un clima, especialmente en las clases medias y medias-altas, de sobreprotecci¨®n de los hijos en una coyuntura de aumento general del bienestar, que se traducir¨ªa en cierta sensaci¨®n de impunidad.
A este discurso se a?ade el de las personas reactivas a todos los cambios que ven en las inseguridades generadas por el proceso de globalizaci¨®n y sus efectos una especie de barra libre, fruto de la p¨¦rdida de influencia de los mecanismos de control social tradicionales.
Todas estas interpretaciones tienen bases s¨®lidas de apoyo. Y es cierto que, en un mundo en que el individualismo ha pasado de ser el principio de garant¨ªa de la libertad personal a una alternativa a la propia idea de sociedad, cualquiera concepto que tenga que ver con el bien com¨²n o con la responsabilidad colectiva vive en precario. Es tiempo en que parece que la ¨²nica caridad, bien o mal entendida, empieza por uno mismo. Y que la idea de obligaciones no se tiene tan clara como la idea de derechos. Pero que nada hay m¨¢s peligroso para la libertad que supeditar la libertad individual a la libertad colectiva. Las libertades son siempre, en ¨²ltima instancia, individuales: es un ciudadano el que la ejerce de modo personal e intransferible. Y la funci¨®n del poder democr¨¢tico es crear el marco en que todos los ciudadanos puedan ejercer el m¨¢ximo de libertades posibles. Con lo cual s¨®lo est¨¢ justificado limitar para ampliar, para hacer que sea mayor el n¨²mero de gente que puede ejercer con m¨¢s libertad.
?ste debe ser el sentido del civismo. El l¨ªmite es siempre la libertad de los dem¨¢s. Y la convivencia tiene que buscar una optimizaci¨®n de las libertades de muchos y no una reducci¨®n a la baja. Lo cual explica por qu¨¦ la convivencia en libertad siempre genera conflictos. Al fin y al cabo, la democracia se basa en la soluci¨®n de los conflictos por la v¨ªa de la mediaci¨®n y el pacto. Convivir es, en gran medida, pactar. Del mismo modo que los padres en casa pactan con los adolescentes para que la convivencia familiar sea posible, los distintos agentes sociales deben encontrar las formas ¨®ptimas de negociaci¨®n. Para ello, ciertamente, es necesaria la autoridad. Pero la autoridad la da la raz¨®n mucho m¨¢s que la amenaza. Y con la raz¨®n se refuerzan las normas necesarias que una sociedad debe tener para su buen funcionamiento. Pero cuando la raz¨®n se pone al servicio de lo coyuntural, de los estados de opini¨®n, puede parecer oportunista y caprichosa. Con lo cual las normas no emanan tanto de la autoridad como del autoritarismo. Y salen, de este modo, mermadas precisamente de autoridad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.