La resurrecci¨®n de un asesino

El alcalde Crockett est¨¢ nervioso. No es por tener que hablar en p¨²blico -es el pastor luterano del pueblo desde hace m¨¢s de 15 a?os-, sino por los dos hombres que van a hablar despu¨¦s, los que acaban de aterrizar en la avioneta de Fairbanks.

"La gripe espa?ola fue cosa seria, amigo, pero lo del plan de preparaci¨®n contra la gripe aviar... vaya murga", murmura Brian Crockett mientras intenta conectar el micr¨®fono. "Hay que estar preparados. ?Cu¨¢ntos han muerto en Irak? ?Qui¨¦n estaba preparado para eso? Escuche una cosa, amigo: cuanto m¨¢s cambian las cosas, m¨¢s siguen igual. ?Ha le¨ªdo usted a Samuel Huntington? Gripe aviar. El proyector de diapositivas no funciona".

La audiencia va llegando a la cancha de la escuela. En 15 minutos, cuando sean unos cien, el alcalde Crockett presentar¨¢ a los dos ins¨®litos visitantes: un m¨¦dico retirado y el director de un laboratorio militar de Washington. Para entender qu¨¦ hacen aqu¨ª no tenemos que movernos del sitio, pero s¨ª retrasar el reloj 87 a?os y sumergirnos de lleno en el horror.

Aquel 15 de noviembre de 1918, cuando muri¨® el primer esquimal, el virus ya se hab¨ªa propagado por medio planeta alojado en los pulmones de miles de soldados

Dicen en Brevig que el virus les lleg¨® por carta, en el trineo que les tra¨ªa el correo desde Nome. Eran 80 esquimales y fallecieron 72 en menos de una semana

Hultin emigr¨® a EE UU en 1950 para doctorarse en microbiolog¨ªa. Un profesor mencion¨® que la gripe hab¨ªa llegado a Alaska y all¨ª se dirigi¨®

Hultin excav¨® un par de metros en el cementerio, encontr¨® cuatro cad¨¢veres, tom¨® muestras de varios ¨®rganos, los guard¨® en botes y volvi¨® a Iowa

"El virus H5N1 lleva m¨¢s de diez a?os circulando entre las aves de China", recuerda Taubenberger, "y millones de chinos han estado expuestos a ¨¦l"

Las otras dos pandemias de gripe del siglo XX (1957 y 1968) se originaron cuando un virus de la gripe aviar intercambi¨® genes con otro de la gripe humana com¨²n

El primero del pueblo muri¨® el 15 de noviembre de 1918. La Gran Guerra hab¨ªa acabado justo el d¨ªa antes, pero es improbable que esa noticia hubiera llegado a Brevig Mission, un poblado de 80 esquimales situado casi exactamente donde la humanidad descubri¨® Am¨¦rica. Esto es, donde la descubri¨® de verdad: 10.000 a?os antes que Col¨®n, y 8.000 kil¨®metros m¨¢s al norte, en el estrecho de Bering, que apenas separa Siberia de Alaska, junto al c¨ªrculo polar ¨¢rtico.

El primer muerto

Aquel 15 de noviembre, cuando muri¨® el primer esquimal, el virus ya se hab¨ªa propagado por medio planeta, alojado en los pulmones de miles de soldados que hab¨ªan sobrevivido a la artiller¨ªa s¨®lo para ganarse otra muerte igual de segura, pero retardada unos d¨ªas, el plazo suficiente para que un par de sargentos de los que no dejan su puesto por un vulgar ataque de tos contagien a media fragata; despu¨¦s, a medio hospital de campa?a.

En Brevig Mission hay ahora una cl¨ªnica atendida por un ATS, pero en 1918 no se hab¨ªa visto all¨ª nada parecido a un hospital de campa?a, ni a un sargento, y los 80 esquimales del poblado estuvieron realmente muy cerca de librarse de la gripe espa?ola, como se hab¨ªan librado de aquella remota guerra que hab¨ªa barrido el planeta hasta el d¨ªa antes.

Pero la gripe viaj¨® m¨¢s lejos que la guerra. Dicen en Brevig que el virus les lleg¨® por carta, en el trineo que les tra¨ªa el correo desde Nome. Es posible que el primer esquimal se infectara as¨ª, y que despu¨¦s contagiara a los dem¨¢s al visitarles, o al recibir sus visitas. Lo ¨²nico seguro es que el virus hizo bien su trabajo. En el cementerio, una cruz algo m¨¢s alta que las dem¨¢s deja leer hoy al raro visitante:

"Los siguientes 72 esquimales inupiat est¨¢n enterrados en esta fosa com¨²n. Reza por ellos, honra y recuerda a estos aldeanos que perdieron la vida en la pandemia de gripe, durante el breve lapso de cinco d¨ªas, del 15 al 20 de noviembre de 1918".

Eran 80 y el virus mat¨® a 72 en menos de una semana.

Una de las ocho supervivientes era una ni?a de 12 a?os. "Muri¨® en 2003, a los 97 a?os", cuenta su nieta Rita Olanna. "Y s¨ª, claro que mi abuela ten¨ªa recuerdos de la gripe espa?ola, c¨®mo no iba a tenerlos. La gripe mat¨® a su madre y a todos sus hermanos. Imagine lo que ser¨ªa eso para una ni?a: todos esos muertos a la vista, porque no hab¨ªa nadie en condiciones de poder recogerlos. Hubo que esperar a que vinieran de fuera para hacerse cargo de los cad¨¢veres. Ella tambi¨¦n tuvo que esperar. Es incre¨ªble lo r¨¢pida que fue la enfermedad. Un hombre muri¨® tan deprisa que lo encontraron apuntando con su escopeta. A otro lo encontraron sentado en su casa. Incre¨ªble. A mi abuela la llevaron a un orfanato de Wales, cerca de aqu¨ª. Volvi¨® a Brevig a refundar su familia". Su nieta Rita Olanna tiene ahora 18 nietos, as¨ª que la refundaci¨®n de la familia se puede dar por consumada.

Aforo completo. El alcalde Crockett concluye su presentaci¨®n y cede el micr¨®fono al m¨¢s alto de los dos forasteros. "?se es Johan Hultin, el m¨¦dico", susurra Rita Olanna. "Mi abuela le ayud¨® mucho la primera vez que vino. Dios m¨ªo, hace ya m¨¢s de 50 a?os". Hultin se dirige a la audiencia despacio, con frases cortas y un remoto acento sueco. Como el proyector no funciona, va hilvanando un sencillo discurso de agradecimiento. Les dice a los del pueblo que su colaboraci¨®n de tantos a?os ha servido al fin para que el doctor Taubenberger, aqu¨ª presente, haya descubierto unas misteriosas pautas remotas: unas pautas que salvar¨¢n muchas vidas en el futuro. Les dice que las bases de datos de los cient¨ªficos acaban de recoger un importante texto gen¨¦tico que se llama Brevig, como su pueblo. Lo dice para que sientan orgullo, pero es su voz la que parece delatarlo: el orgullo reprimido durante medio siglo de un joven m¨¦dico visionario.

Johan Hultin estudi¨® medicina en Suecia, su pa¨ªs natal, y emigr¨® a Estados Unidos en 1950 con la idea de doctorarse en microbiolog¨ªa por la Universidad de Iowa. Uno de sus profesores mencion¨® de forma casual que la gripe espa?ola hab¨ªa llegado al ?rtico, y que entraba en lo posible que el virus permaneciera intacto en el cuerpo de alguna v¨ªctima congelada en aquellos hielos perpetuos, el permafrost. El joven Johan, un aventurero con fonendoscopio, vio all¨ª su tema de tesis ideal, extendi¨® un mapa sobre la mesa y no tard¨® dos segundos en fijarse en Alaska.

Tras consultar a los misioneros que trabajaban con los inupiat, el subgrupo de los esquimales inuit que vive en el lado alasque?o del estrecho de Bering, visit¨® uno a uno los poblados de la pen¨ªnsula de Seward buscando cementerios bien asentados sobre el permafrost, donde las tumbas pudieran haber aguantado congeladas incluso en verano, y escuchando historias de viejas sobre aquellas fiebres tan contagiosas como una maldici¨®n y tan r¨¢pidas que mataban a un hombre mientras apuntaba con su rifle. Cuando vio aquella cruz m¨¢s alta que las dem¨¢s en los hielos del cementerio crey¨® haber hallado al fin la guarida del mayor asesino de la historia. Y su pasaporte hacia la tesis doctoral, all¨ª abajo en Iowa.

54 a?os despu¨¦s

?sa fue la primera vez que Hultin visit¨® Brevig Mission. De nuevo aqu¨ª, 54 a?os despu¨¦s, el m¨¦dico se ha tra¨ªdo las fotos que hizo entonces. Se las hubiera puesto hoy a los del pueblo durante la charla de haber tenido un proyector, pero de todos modos ha enmarcado las viejas copias de papel para regal¨¢rselas al consejo de nativos. Al terminar el acto se acerca a Rita Olanna para ense?arle dos fotos de su abuela, la mujer que muri¨® hace dos a?os. La conoc¨ªa muy bien.

En su primera visita, cuando Hultin se reuni¨® con el consejo de nativos y les pidi¨® autorizaci¨®n para excavar en las tumbas, el argumento clave que inclin¨® la balanza de su lado fue el relato minucioso de los horrores de 1918, que, todav¨ªa en 1951, pudieron aportar en esa reuni¨®n la abuela de Rita Olanna y otros dos testigos directos. As¨ª lo recuerda Hultin. Y, por lo que Rita Olanna oy¨® contar a su abuela, las renuencias que hubo en 1951 entre los inuit tuvieron menos relaci¨®n con la supercher¨ªa que con la virolog¨ªa. "La gente dec¨ªa: '?No ir¨¢ ese m¨¦dico a resucitar la plaga?".

En realidad, resucitar la plaga era lo ¨²nico que pod¨ªa intentar Hultin con las t¨¦cnicas de la ¨¦poca -ni siquiera se hab¨ªa descubierto la doble h¨¦lice del ADN-, y eso fue lo que trat¨® de hacer. El 25 de junio de 1951, ayudado por tres profesores de Iowa, Hultin excav¨® un par de metros en el permafrost del cementerio de Brevig Mission, encontr¨® cuatro cad¨¢veres con signos evidentes de muerte por hemorragia pulmonar, tom¨® muestras de varios ¨®rganos, las sell¨® en recipientes herm¨¦ticos y se volvi¨® para Iowa. Us¨® extractos de las muestras para infectar animales de experimentaci¨®n, tejidos, c¨¦lulas o cualquier otro material que le pudiera permitir rescatar el virus de su letargo de tres d¨¦cadas, resucitar la plaga que hab¨ªa matado a 50 millones de personas, pero todo fall¨®. All¨ª no quedaba ni un solo virus. El asesino hab¨ªa muerto. Y Hultin se hab¨ªa quedado sin tesis.

Hoy, 54 a?os despu¨¦s, Hultin ha vuelto a Brevig Mission. El m¨¦dico comparte unas alubias con el reportero espa?ol en el pulcro comedor de la escuela. En Brevig no hay bares ni hoteles, pero el cocinero Glenn nunca se queda corto de alubias.

-?Ha venido usted desde Espa?a para vernos? -le pregunta Hultin al reportero con sincera sorpresa.

-Pues no, la verdad es que no sab¨ªa que ven¨ªan ustedes.

-Claro, no hemos querido dar publicidad a esta visita.

Es el 6 de diciembre pasado, el term¨®metro roza los 30 grados bajo cero, el cielo est¨¢ negro a las tres de la tarde, y el viento, que se merecer¨ªa una multa de tr¨¢fico, hace que la nieve caiga horizontal. Hultin mira por la ventana y le dice al reportero:

-Nosotros nos volvemos a Fairbanks enseguida, antes de que el tiempo se ponga peor.

-Oh, vamos, el tiempo ya no puede ponerse peor.

-?Ja ja ja! -truena Hultin, fino conocedor de los inviernos de Brevig-. ?Se aloja usted en la escuela?

-S¨®lo por esta noche.

-Si se tiene que quedar unos d¨ªas m¨¢s, le recomiendo el colch¨®n n¨²mero dos.

Jefferey Taubenberger sonr¨ªe mientras se acaba sus alubias. Poca gente adivinar¨ªa que este hombre de aspecto fr¨¢gil y modales amables dirige una divisi¨®n del Instituto de Patolog¨ªa de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos (AFIP), "una de las instituciones m¨¢s oscuras pero importantes de Washington", seg¨²n lo ha descrito recientemente The Washington Post. Entre otras muchas cosas, el AFIP practica autopsias a los soldados muertos en las guerras, y su Dep¨®sito Nacional de Tejidos archiva tres millones de muestras. Taubenberger tuvo una idea hace 10 a?os. Cogi¨® el tel¨¦fono, marc¨® la extensi¨®n del Dep¨®sito de Tejidos y dijo: "Hola, soy Jeff, de Patolog¨ªa Molecular. ?No tendr¨¦is por ah¨ª muestras de alguna v¨ªctima de la gripe espa?ola?". Hab¨ªa 120.

Junto a la cruz

Cuarenta y cuatro a?os antes, excavando junto a la cruz de Brevig Mission, el joven Hultin hab¨ªa buscado cad¨¢veres que mostraran evidencias de hemorragia pulmonar, porque as¨ª es como actuaba el virus de la gripe espa?ola en los casos m¨¢s limpios, casos sin infecciones bacterianas secundarias que pudieran complicar el cuadro. Aplicando ¨¦sa y otras cribas, Taubenberger acab¨® seleccionando dos muestras de dos soldados muertos por la gripe espa?ola el 26 de septiembre de 1918, uno en Carolina del Sur y otro en el Estado de Nueva York. El virus estaba muy deteriorado, pero los cient¨ªficos consiguieron secuenciar (leer el orden de las letras qu¨ªmicas A, T, G y C) nueve trozos de los genes del virus.

Pese a que s¨®lo era una reconstrucci¨®n fragmentaria, se trataba de un logro sin precedentes, y Taubenberger se quit¨® la bata blanca para redactar un borrador: "Comprender los or¨ªgenes del virus de 1918 y los fundamentos de su excepcional virulencia ayudar¨¢ a predecir las futuras pandemias de gripe...". Cuando sali¨® publicado en Science, el 21 de marzo de 1997, un m¨¦dico de 73 a?os afincado en Iowa devor¨® el art¨ªculo de arriba abajo y se dej¨® caer por el t¨²nel del tiempo hasta los hielos perpetuos de la pen¨ªnsula de Seward y la cruz de madera de aquel cementerio cercano al fin del mundo. En dos semanas, Johan Hultin estaba otra vez ante el consejo de nativos de Brevig Mission.

"Mi abuela se alegr¨® mucho cuando Hultin volvi¨®, creo que fue en 1997", recuerda Rita Olanna. "Quer¨ªa excavar otra vez en la fosa. Mi abuela era ya la ¨²nica superviviente de la gripe espa?ola, y el consejo de nativos dio su aprobaci¨®n enseguida. Hultin volvi¨® en verano. Fue la gente de aqu¨ª la que le ayud¨® a excavar. Encontraron a esa mujer de la que usted habr¨¢ o¨ªdo hablar, una mujer muy gorda".

Hultin sab¨ªa que el virus estaba muerto -la inexistencia de su tesis doctoral lo demostraba-, pero se puso unos guantes, sac¨® del cad¨¢ver los pulmones y unas cuantas muestras de otros ¨®rganos y se despidi¨® de Brevig Mission por segunda vez. Un par de d¨ªas despu¨¦s aterriz¨® en Washington y entreg¨® su tesoro en el AFIP. Taubenberger no encontr¨® all¨ª virus intactos, pero s¨ª muchos fragmentos de sus genes: valiosas piezas para a?adir al puzle que apenas hab¨ªa empezado a montar con las muestras de los dos soldados. Le ha costado ocho a?os, pero ya ha terminado, y ha sido uno de los hitos cient¨ªficos de 2005. Hace tres meses, dos art¨ªculos en Nature y Science sellaban la reconstrucci¨®n completa del virus de la gripe espa?ola. Casi 90 a?os despu¨¦s de que la peor pandemia de la historia hubiera matado a 50 millones de personas y desaparecido para siempre, la plaga ha resucitado en un laboratorio de gen¨¦tica. Militar, por supuesto.

No todo el mundo est¨¢ feliz con el trabajo de Taubenberger. Las comisiones de bioseguridad, los grupos de trabajo sobre armas biol¨®gicas y los centros de estudios para la no proliferaci¨®n -no escasos en Estados Unidos- se han llevado las manos a la cabeza por la "reconstrucci¨®n de un virus que tal vez representa el m¨¢s eficaz agente bioterrorista conocido" (Richard Ebright, Universidad de Rutgers), que ser¨ªa "extremadamente peligroso si se escapara, y hay una larga tradici¨®n de cosas que se escapan" (Barbara Hatch Rosenberg, FAS Working Group on Biological Weapons) y cuya informaci¨®n gen¨¦tica completa, que ya est¨¢ disponible en bases de datos p¨²blicas, "permite a cualquiera encargar a una empresa que se lo fabriquen" (Jonathan Tucker, Center for Nonproliferation Studies, Washington).

Resulta extra?o que toda esa trifulca bioterrorista gire en torno a este hombre que se est¨¢ acabando sus alubias en el comedor de la escuela. ?No habr¨¢ venido aqu¨ª a buscar m¨¢s muestras? ?M¨¢s cad¨¢veres? ?Virus mutantes?

Nace un asesino

"No, no creo que podamos encontrar nada m¨¢s en Brevig Mission", responde Taubenberger con una sonrisa. "S¨ª que me gustar¨ªa encontrar alguna muestra de la primera oleada, cuando el virus apareci¨® en la primavera de 1918 y todav¨ªa no era mortal. Pero ese virus habr¨¢ que buscarlo en otra parte".

El primer caso de gripe espa?ola se registr¨® en Camp Funston (Kansas) el 4 de marzo de 1918, y por entonces s¨®lo causaba una dolencia respiratoria leve. Muy contagiosa s¨ª que era, como cualquier gripe, y en abril ya se hab¨ªa propagado por toda Norteam¨¦rica, y tambi¨¦n hab¨ªa saltado a Europa con las tropas americanas desplazadas al viejo continente. El primer caso de la oleada mortal se registr¨® el 22 de agosto en el puerto franc¨¦s de Brest, uno de los principales puntos de entrada de los soldados norteamericanos. Era el mismo virus, porque los afectados por la primera oleada estaban inmunizados frente a la segunda. En alg¨²n momento del verano, sin embargo, algo lo hab¨ªa convertido en un agente mortal. "Ser¨ªa muy interesante comparar el virus de la primera oleada con el mortal", dice Taubenberger.

Se sabe que las otras dos pandemias de gripe del siglo XX (1957 y 1968) se originaron cuando un virus de la gripe aviar intercambi¨® genes con un virus de la gripe humana com¨²n, y todo el mundo supon¨ªa que lo mismo habr¨ªa ocurrido en 1918. Pero el virus rescatado de los hielos ¨¢rticos no tiene ning¨²n gen de tipo humano: es un virus de la gripe aviar, sin mezclas. Eso s¨ª, Taubenberger ha descubierto que tiene 25 mutaciones que lo distinguen de un virus de la gripe aviar t¨ªpico. Entre esas 25 mutaciones deben estar las que le permitieron adaptarse al ser humano.

La pregunta inmediata es si el virus de la gripe aviar actual, el famoso H5N1, que lleva diez a?os circulando masivamente entre las aves asi¨¢ticas, puede sufrir esas mutaciones. Y la respuesta es que ya ha sufrido algunas. Por ejemplo, una de las mutaciones (E627K) halladas en el virus de Brevig Mission reapareci¨® en el virus H5N1 que mat¨® a dos personas en Hong Kong en 1997. Y en cuatro de las seis v¨ªctimas analizadas en el brote de Vietnam de 2004. Y en dos de las tres examinadas en Tailandia el mismo a?o. El virus de la gripe aviar que mat¨® hace tres a?os a un veterinario en Holanda no era del subtipo H5N1 (sino H7N7), pero llevaba la misma mutaci¨®n.

?Estamos presenciando desde la primera fila de butacas una reedici¨®n de la cat¨¢strofe de 1918?

El virus H5N1

"El virus H5N1 lleva m¨¢s de diez a?os circulando entre las aves de China", recuerda Taubenberger, "y millones de chinos han estado expuestos a ¨¦l sin que se haya producido una pandemia. Eso es tranquilizador. El hecho de que tenga algunas mutaciones en com¨²n con el virus de 1918 no parece muy tranquilizador, en cambio. Pero no hemos reconstruido el virus de 1918 para alarmar a nadie, desde luego. La utilidad de este trabajo, creo yo, es que nos ayuda a definir las mutaciones esenciales para que un virus aviar se convierta en una amenaza para la poblaci¨®n humana. En el futuro, cuando detectemos parte de esas mutaciones en cualquier control rutinario practicado en aves, sabremos que hay que aplicar ah¨ª las medidas necesarias para detener la evoluci¨®n del virus".

Raro es el descubrimiento que no trae de regalo un enigma inesperado. Taubenberger sabe ahora que el virus de la gripe espa?ola vino de un p¨¢jaro, pero no tiene ni la m¨¢s remota idea sobre qu¨¦ clase de p¨¢jaro pudo ser. Los causantes de las otras dos pandemias (1957 y 1968) eran mezclas, pero su parte aviar proven¨ªa claramente de un virus euroasi¨¢tico. El de 1918 no pertenece a esa familia. Tampoco es un miembro de la otra gran estirpe, la que infecta a las aves del continente americano. Taubenberger es tozudo, y ha llegado a hurgar en la colecci¨®n del Museo de Historia Natural de Washington hasta dar con 25 aves acu¨¢ticas capturadas en 1918, sacarles el virus de la gripe del ano (cloaca, en la jerga) y secuenciar sus genes, que resultaron ser iguales a los de la gripe aviar actual, versi¨®n americana. Nada. Entonces, ?de qu¨¦ p¨¢jaro infernal vino la gripe espa?ola?

"Es realmente un misterio", admite Taubenberger. "Estamos colaborando con George Happ, de la Universidad de Alaska en Fairbanks, en un muestreo muy amplio de las aves de Alaska. Nos interesa la evoluci¨®n de cualquier virus de la gripe aviar, no s¨®lo del H5N1, y tenemos realmente mucho que aprender sobre la ecolog¨ªa de las aves". Ya ven en lo que acaba a veces el dinero del Pent¨¢gono.

Hultin y Taubenberger cogieron a tiempo su avioneta a Fairbanks. El tiempo, tal y como dijo Hultin, pod¨ªa ser a¨²n peor, y el reportero espa?ol pudo probar el colch¨®n n¨²mero dos durante varias noches m¨¢s de lo previsto. Tres d¨ªas desp¨²es, el mism¨ªsimo alcalde Crockett se ocup¨® de llevarle a la avioneta. "Gripe aviar, gripe aviar. Cuanto m¨¢s cambian las cosas, m¨¢s siguen igual, amigo. No olvide leer a Samuel Huntington". Crockett le ofrece despu¨¦s la mayor prueba de cordialidad que cabe concebir en estas latitudes: quitarse el guante para darle la mano.