Generaci¨®n Fama
Entre un individuo famoso y otro que no lo es se establece una relaci¨®n singular de car¨¢cter distanciado y jer¨¢rquico. Los famosos conforman una ¨¦lite de referencia capaz de transmitir valores sociales y el culto a la fama refleja la otra cara del gran premio: el castigo del anonimato y la marginaci¨®n social. Es como si el mundo estuviera dividido en dos castas, los que act¨²an y los que miran. Ambos forman parte de un espect¨¢culo-religi¨®n orquestado por los sumos sacerdotes de la industria de los contenidos.
C. Wright Mills ya defini¨®, en 1956, a las celebridades como "aquellos nombres que no necesitan identificarse" y conforman "la aristocracia del ¨¦xito social". El soci¨®logo norteamericano observaba "la profesionalizaci¨®n de la celebridad" como entretenimiento para las masas consumidoras. Para Mills este fen¨®meno basado en el prestigio social es "la sombra del dinero y el poder" y "su funci¨®n es reforzar el poder convirti¨¦ndolo en autoridad y protegi¨¦ndolo contra todo reto social". Las celebridades ser¨ªan, pues, la vistosa pantalla de ese poder. Un programa como Operaci¨®n Triunfo (OT) cumple perfectamente con estos supuestos: las celebridades, encarnadas en esos muchachos, expresan la potencia de la industria medi¨¢tica como proveedor, casi ¨²nico, de referencias sociales. Un poder que se instala en las conciencias y la sensibilidad colectivas.
Casi siete millones de telespectadores espa?oles, un 41,6% de cuota de pantalla, siguieron la final de la ¨²ltima serie de OT. Mucha gente. En la primera edici¨®n del programa (2001-2002) la punta m¨¢xima consigui¨® una cuota de 43,3% y entre ocho y 12 millones de espectadores; se vendieron nueve millones de discos, se realizaron otros nueve millones de llamadas, la web del programa tuvo cinco millones de visitas. Desde entonces, el programa se ha realizado con gran ¨¦xito en m¨¢s de quince pa¨ªses de todo el mundo: en cierto momento pod¨ªa haber unos 300 millones de personas del planeta siguiendo las peripecias de un pu?ado de chicos que desean ser cantantes. Una generaci¨®n global habr¨¢ crecido arropada por el mensaje b¨¢sico del programa: la fama es un premio que se gana con esfuerzo, la vida es una competici¨®n.
En OT todo es muy blanco, muy bien hecho, impecablemente profesional. En esta ¨²ltima edici¨®n, la cadena que acogi¨® el programa lo ha convertido en uno de sus emblemas, los productores han lanzado discos colectivos que copan desde hace semanas el n¨²mero uno y dos de las ventas: m¨¢s de media docena de esos chicos tienen sus clubes de fans y se les tiene por h¨¦roes nacionales. Lo han ganado a pulso: disfrutando pero trabajando como condenados por superarse, igual que si hicieran unas oposiciones. OT ha sido el espect¨¢culo del esfuerzo moderno que ha fascinado a medio pa¨ªs. Y medio pa¨ªs se ha identificado con esos ni?os que logran alcanzar sus sue?os. Una historia vieja tan actual que no es raro su ¨¦xito. No se trata tanto del sue?o de hacer m¨²sica como del sue?o del reconocimiento p¨²blico que equipara al famoso con el ¨¦xito social: carne medi¨¢tica fresca. That's entertainment!
OT es, sobre todo, una escuela colectiva: ense?a a todos los que creen que lo que no sale por televisi¨®n no existe los secretos de la nueva profesi¨®n de famoso. Para las nuevas generaciones, que han crecido con la televisi¨®n junto a la cuna, el programa tiene m¨¢s inter¨¦s que ir a la universidad o aprender cualquier oficio. Obs¨¦rvese el proceso: unos chicos corrientes -seleccionados entre m¨¢s de ochenta mil aspirantes- con cualidades en bruto aterrizan en una academia -la instituci¨®n total que describe Erving Goffman- donde en un tiempo r¨¦cord pasan -gracias a esa f¨¢brica de prestigios que es la televisi¨®n- del castigo del anonimato al enorme reconocimiento social que llamamos fama. Desde este podium medi¨¢tico todas las puertas de la realidad se abren: ganarse bien la vida, por ejemplo. Diez de los concursantes empiezan una larga gira conjunta de galas por toda Espa?a, discos, tal vez una carrera internacional...
No se puede despachar un fen¨®meno as¨ª con cuatro chistes o con la ignorancia. La fama se identifica hoy con nociones y valores que expresan el reconocimiento y el consumo de la relevancia -y la marginaci¨®n- social. En tanto que resultado del contacto entre individuos en su exposici¨®n p¨²blica, la fama hoy es una construcci¨®n de la comunicaci¨®n. H¨¦roes y mitos, antiguos s¨ªmbolos de excelencia y de respuesta humana a lo sagrado, modulan los actuales ¨ªdolos convertidos en productos de consumo a trav¨¦s de rituales comunicativos. Hoy los medios de comunicaci¨®n son industrias de fabricaci¨®n de famas, ingrediente capital en la formaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica y de un potente mercado de canibalismo humano. Los medios promueven la visualizaci¨®n de individuos capaces de atraer la atenci¨®n p¨²blica. La profesionalizaci¨®n de la fama equivale a un proyecto de vida que expresa una ideolog¨ªa y una realidad concreta.
Seg¨²n C. Wright Mills, los "profesionales del mundo de la fama" concitan reconocimiento, entusiasmo y respeto, todo lo que hacen tiene valor como publicidad . Se les reconoce con facilidad y dejan su impronta en la historia colectiva. Para Mills el famoso es una especie de marioneta, entertainer teledirigido. Atrae audiencias y las fideliza. Para ¨¦l rige la misma ley que concita las audiencias medi¨¢ticas utilizadas como baremo fijo para las tarifas publicitarias. Es un sistema, al fin, que premia el individualismo y la competici¨®n.
La expresi¨®n fama, ahora, se sit¨²a como un proceso transversal decisivo dentro de la opini¨®n p¨²blica y como frontera social basada en la relevancia en el ¨¢gora medi¨¢tica. La fama es un premio que se mide en visualizaci¨®n y esto hoy es dinero. El h¨¦roe medi¨¢tico -aquel que ahora hace realidad la frase de Baltasar Graci¨¢n "Lo que no se ve es como si no existiese"- supera la dimensi¨®n de autoafirmaci¨®n personal y se introduce en un espacio donde su persona y sus habilidades son un producto econ¨®mico, sujeto a las leyes del mercado, que vende espacios medi¨¢ticos. ?ste es el car¨¢cter de la nueva profesi¨®n de famoso para la que instruye con inaudita precisi¨®n esa escuela de alto rendimiento que es OT.
A partir de realidades como ¨¦sta, a nadie deber¨ªa extra?arle que las nuevas generaciones muestren aficiones y rasgos que equiparen a las personas con un producto comercial y a la sociedad con un gigantesco supermercado. Con las consecuencias colectivas que, efectivamente, ya se pueden percibir. Por ejemplo, el ser humano es como un kleenex: usar y tirar. Que ¨¦sas son las reglas del juego.
Margarita Rivi¨¨re es periodista y escritora.
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