Tema para un tapiz
Era la ma?ana del 6 de enero y el general jefe de la Fuerza Terrestre y teniente general se levant¨® de su cama con un acceso de melancol¨ªa, una especie de nostalgia de tiempo pasado que, sin darse cuenta, le escond¨ªa las estrellas sobre ese fondo verde de olivo y sobre ese principio de miedo que le hac¨ªa trampas en los galones. Tiene s¨®lo ochenta hombres y el enemigo cinco mil. Entonces escribe una proclama inspirada que palomas mensajeras derraman sobre el campamento enemigo. "Si la reforma del Estatuto de Autonom¨ªa de Catalu?a sobrepasa los l¨ªmites infranqueables de la Constituci¨®n Espa?ola, el Ej¨¦rcito se ver¨¢ en la obligaci¨®n de intervenir para defender los principios constitucionales a partir de la aplicaci¨®n del art¨ªculo ocho".
Aparentan desconocer que la Constituci¨®n Espa?ola atribuye al Gobierno la tarea de dirigir la pol¨ªtica militar
El teniente general se levant¨® de su cama con un acceso de melancol¨ªa, una especie de nostalgia de tiempo pasado
Es en Sevilla, en plena celebraci¨®n de la Pascua militar donde el teniente general blasfema y llora. Los portavoces del desconcierto y el enfado dicen que la proclama del teniente general es el reflejo de la situaci¨®n que estamos viviendo y no se ve en sus palabras ni la m¨¢s m¨ªnima cr¨ªtica a la actitud del general jefe de la Fuerza Terrestre. Son los doscientos infantes que se pasan al general.
El art¨ªculo ocho de la Constituci¨®n Espa?ola atribuye a las Fuerzas Armadas la misi¨®n de "garantizar la soberan¨ªa e independencia de Espa?a, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional" desde el principio de supremac¨ªa del poder civil sobre el poder militar que est¨¢ en la base misma de ese art¨ªculo que desconoce y grita el general.
No van de verde los que activan intervenciones militares, eso era antes. Ahora son el Gobierno y el Congreso de los Diputados los que deciden que existiendo un principio de excepcionalidad constitucional, una situaci¨®n de peligro o una amenaza a la integridad territorial de Espa?a, se debe acudir al recurso de las Fuerzas Armadas.
El general y sus infantes tristes desconocen que el propio ordenamiento constitucional es el que otorga a las partes que conforman el Estado el derecho a la autonom¨ªa, incluyendo la modificaci¨®n de los estatutos desde el respeto a los procedimientos de reforma de los mismos.
A¨²n as¨ª sigue una escaramuza y otros dos regimientos se pasan al bando del general. Es la Asociaci¨®n de Militares Espa?oles.
El enemigo ya s¨®lo tiene ochenta hombres y el general cinco mil. Los hombres del general, aparentan desconocer que la Constituci¨®n Espa?ola atribuye al Gobierno la tarea de dirigir la pol¨ªtica militar y que, por lo tanto, los militares no tienen capacidad de decidir por s¨ª mismos las razones, la forma y el momento de salir en aplicaci¨®n del art¨ªculo ocho en defensa de los principios constitucionales.
El general olvida que estas cosas se ense?an ahora en la Academia Militar a diferencia de aquel otro tiempo en el que ¨¦l estudiaba siendo joven, aquellos maravillosos a?os que ahora a?ora el general y en los que todo era tan distinto. Hoy, alg¨²n tiempo despu¨¦s, ser¨¢ por el peso de los galones, por las estrellas o las condecoraciones, quiz¨¢ alguna raz¨®n oculta pero el caso es que una nostalgia de pasado ha terminado jugando una mala pasada al teniente general.
Es inmediatamente cesado por el Gobierno a petici¨®n de la Junta de Jefes de Estado Mayor. Los regimientos de la Asociaci¨®n de Militares Espa?oles escriben otra proclama en la que describen como inaudito e inaceptable el cese del general. Setenta y nueve hombres se pasan a su bando. Desconcertados, los infantes tristes piden que el Ministro de Defensa comparezca y d¨¦ explicaciones en el Congreso de los Diputados, ese lugar que ya no comprenden y cuyas competencias constitucionales parecen haber olvidado.
S¨®lo queda un enemigo, rodeado por el ej¨¦rcito del general, que espera en silencio. Trascurre la noche y el enemigo no se ha pasado a su bando. Los infantes tristes aparecen de nuevo y piden al Gobierno enemigo que asuma sus responsabilidades pol¨ªticas.
El general blasfema y llora en su casa mientras sus ya populares infantes tristes, aparentando una especie de contagiosa nostalgia, no se dan cuenta de que a quien le corresponder¨ªa dar las explicaciones es al teniente general que, con sus amenazas, ha sobrepasado su espacio y su tiempo y ha hecho que una especie de sudor fr¨ªo recorra esa espalda de memoria colectiva de miles y miles de espa?oles.
Al alba el enemigo desenvaina lentamente la espada y avanza hacia la tienda del general. Entra y lo mira. El enviado a la reserva es condenado a ocho d¨ªas de arresto domiciliario y los infantes se reafirman en sus dudas constitucionales cuando vuelven a pedir p¨²blicamente la comparecencia del Gobierno.
El enemigo promete acudir un d¨ªa al Congreso de los Diputados y explicar las dudas que, treinta a?os despu¨¦s puedan quedar todav¨ªa sobre derecho constitucional. El ej¨¦rcito del general se desbanda. Sale el sol.
Eduardo Madina es secretario de estudios pol¨ªticos del PSE-EE y diputado.
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