Alcaldes en primera l¨ªnea
Hablamos mucho de problemas sociales, de precariedad laboral, de estr¨¦s y del burn out del profesional, pero convendr¨ªa detenerse un poco en una tarea cada vez m¨¢s apremiante, dif¨ªcil y compleja: la de alcalde. Es cierto que, en la mayor¨ªa de los casos, a nadie le obligan a ser alcalde o alcaldesa. Y digo en la mayor¨ªa de los casos, ya que no son, ni mucho menos, una excepci¨®n los municipios catalanes en los que, por su reducido tama?o, la elecci¨®n de alcalde acaba convirti¨¦ndose en algo casi obligatorio o rotativo. Pero, a pesar de la voluntariedad, a pesar de los honores y privilegios que puede implicar en ocasiones el ejercer de m¨¢ximo responsable del gobierno local, lo cierto es que en la gran mayor¨ªa de los municipios la labor de alcalde no es f¨¢cil ni llevadera. Si se hace, como suponemos, a conciencia, se convierte en una fuente de constantes sinsabores. Es una labor condicionada por la sempiterna penuria de medios econ¨®micos y de hecho, como sabemos, con estructuras de administraci¨®n y apoyo t¨¦cnico que son casi inexistentes o muy fr¨¢giles en la inmensa mayor¨ªa de los casi mil municipios que tiene el pa¨ªs.
Probablemente todo ello no es ninguna novedad. Pero conviene darse cuenta de que la agenda de problemas y de tareas que cada d¨ªa se acumulan sobre los hombros y aguantaderas de esos hombres y mujeres es crecientemente enrevesada y llena de dramas personales y colectivos de cariz muy diverso: gente que llega al pueblo o a la ciudad sin casa, sin trabajo, sin papeles; j¨®venes que no han acabado sus estudios, que no encuentran trabajo y que circulan por calles y plazas a horas y con maneras nada convencionales; ni?o que no encuentran una escuela infantil que los acoja; personas mayores que no pueden valerse por s¨ª mismas; equipos de refrigeraci¨®n que requieren una inspecci¨®n antes que surjan problemas de salud; casas que reclaman a gritos y cascotes una reparaci¨®n urgente; inmobiliarias que parecen dispuestas a duplicar la poblaci¨®n del lugar si se modifica tal o cual plan urban¨ªstico; plazas que sirven de lugar de reuni¨®n de los que no disponen de otros refugios; mujeres que sufren violencia conyugal; residuos urbanos que no hay donde colocar; personas que reclaman un lugar en el que poder desarrollar sus creencias religiosas; empresas que ofrecen instalarse en el municipio y crear lugares de trabajo si el ayuntamiento solventa tal o cual inconveniente de permisos o de reglamentaci¨®n... y as¨ª hasta el infinito. El responsable ¨²ltimo es el alcalde. Y como dec¨ªa un alcalde bien conocido por su trayectoria y buen hacer, Jos¨¦ Angel Cuerda, ex alcalde de Vitoria, "el alcalde es responsable siempre, ya que si no tiene competencias sobre el tema, lo que seguro que tiene son incumbencias".
No me extra?a que en Francia se hable ya de los crecientes costes emocionales de ser alcalde ante el aumento constante del sufrimiento psicosocial de la poblaci¨®n y sus repercusiones con relaci¨®n al escal¨®n pol¨ªtico-administrativo al que primero acuden y que siempre est¨¢ cerca. Y tampoco es extra?o que el tema haya sido objeto de estudio por parte de especialistas que han recogido much¨ªsimos testimonios e incluso analizado crisis emocionales diversas al respecto. El alcalde acaba siendo el recogepelotas final de un conjunto de temas y de problemas que por su complejidad, por su transversalidad, por su falta de adecuaci¨®n a un espec¨ªfico servicio o negociado, requieren una atenci¨®n integral. En muchos municipios, donde los concejales son escasos y con dedicaci¨®n parcial, donde los t¨¦cnicos son contados, con pocos recursos y sobrepasados por los acontecimientos, los alcaldes se convierten en la transversalidad y la integralidad con patas. Son ellos lo que muchas veces han de llamar a ¨¦ste o aqu¨¦l para desencallar un escollo, reclamar un servicio a una administraci¨®n superior, aprovechar un pasillo en el Parlament o en una reuni¨®n de otro tema para desatascar un asunto que por los canales previstos se eternizar¨ªa o llegar¨ªa demasiado tarde. Y si ello es m¨¢s o menos f¨¢cil para los alcaldes de las grandes ciudades, a los que les toca representar a los peque?os municipios la cosa se les complica enormemente. Esa constante labor de gesti¨®n de incidencias, de agente multinivel, se puede hacer mejor o peor. Pero lo que es seguro es que resulta cada d¨ªa m¨¢s relevante para el ejercicio de los derechos de ciudadan¨ªa y la poca o mucha calidad de vida de una poblaci¨®n. Una poblaci¨®n alejada de los vericuetos de poder y perdida en muchos casos ante la indiferencia de unos servicios auton¨®micos o estatales que pueden no sentir al mismo nivel esa presi¨®n directa y constante de la calle.
Hace unos d¨ªas el consejero de Gobernaci¨®n de la Generalitat reclamaba una regulaci¨®n que atribuyera una retribuci¨®n digna al ejercicio de la labor de alcalde y de concejal en municipios de menos de 20.000 habitantes, y suger¨ªa que la Generalitat asumiera los costes de las retribuciones de los cargos electos de los municipios de menos de 2.000 habitantes. No quisiera centrarme en este aspecto, aunque la propuesta no es, evidentemente, ninguna tonter¨ªa. Lo que me preocupa es la necesidad m¨¢s global de que los ayuntamientos cuenten con capacidad suficiente para hacer frente a necesidades y demandas que son cada vez m¨¢s complejas, transversales y personalizadas. Y ello requiere arropar, reconocer, ayudar y respetar la labor irreemplazable de los gobiernos locales. Con m¨¢s recursos, con m¨¢s ayuda, con m¨¢s capacidad de servicio de las dem¨¢s esferas de gobierno a ese primer y vital nivel de administraci¨®n. El tan tra¨ªdo y llevado factor de proximidad no puede ser s¨®lo un argumento para trasladar responsabilidades y problemas a los municipios y territorios. No se trata de buscar y forjar h¨¦roes de la proximidad, sino de ir avanzando en una forma de trabajar pol¨ªtica y administrativamente de manera distinta a como se viene haciendo. Lo que esperamos que llegue a ser el nuevo Estatuto da algunos pasos al respecto, Habla de gobiernos locales y no s¨®lo de administraciones, reconoce m¨¢s competencias y prev¨¦ nuevos recursos para ellas, recoge e institucionaliza una representaci¨®n de alcaldes en el llamado Consejo de Gobiernos Locales, que deber¨¢ ser escuchado y tenido en cuenta en el funcionamiento de la Generalitat. No es un mal paso. Pero, para que todo ello cuaje, necesitamos m¨¢s cosas, cosas m¨¢s sutiles y complicadas que modificar las leyes. Reconocer que la vida se nos est¨¢ volviendo tremendamente complicada y que contar con un buen alcalde o alcaldesa no lo resuelve todo, pero ayuda mucho.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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