El fin de un eje
No hubo ni familiaridades ni el sentimentalismo tan propio de los encuentros de las almas rusa y alemana. Angela Merkel viaj¨® ayer a Mosc¨², estuvo seis horas all¨ª, repas¨® una larga agenda de puntos de inter¨¦s com¨²n con el presidente Vlad¨ªmir Putin, habl¨® con una oposici¨®n que su antecesor siempre despreci¨® y se volvi¨® a Berl¨ªn, sin hacer noche. No hubo gran cena, ni vodka, ni abrazos ni balalaica, ni la ret¨®rica de camarader¨ªa que tanto cultivaba Gerhard Schr?der. Todo estuvo marcado por lo que son los rasgos habitualmente deseados en la hija de un pastor protestante que se perfilan como los de la mujer m¨¢s poderosa de Europa: la sobriedad, considerable franqueza y pragmatismo.
Si los inmensos retos que tiene en casa Angela Merkel los afronta con la decisi¨®n y el ¨¢nimo con que ha cumplido sus primeras apuestas diplom¨¢ticas, puede que la reci¨¦n estrenada legislatura de la gran coalici¨®n en Alemania convenza a los viejos europeos de que hay formas menos sectarias, ideol¨®gicas y oportunistas de hacer pol¨ªtica. Cierto que movilizar a la sociedad alemana, autocompasiva y miedosa como pocas, es una tarea ingente, pero no debe de haber mejor forma de afrontarla que como lo hacen la canciller y su vicecanciller, M¨¹ntefering.
En su pol¨ªtica exterior, Angela Merkel tan s¨®lo ha necesitado cinco d¨ªas para desmantelar, sin un mal gesto y con m¨¢s de un elogio a su antecesor, la creaci¨®n m¨¢s exc¨¦ntrica de la pol¨ªtica exterior del anterior canciller alem¨¢n, que fue el eje hostil a Washington formado durante la crisis sobre Irak en la ONU que precedi¨® a la guerra. Aquel eje Par¨ªs- Berl¨ªn-Mosc¨²-Pek¨ªn fue decisivo a la hora de dinamitar el di¨¢logo entre EE UU y la Europa continental en momentos clave, dio la raz¨®n a los halcones de la Administraci¨®n de Bush, que s¨®lo ve¨ªan sabotaje y hostilidad en Europa, y fortaleci¨® a quienes interesa la destrucci¨®n del eje atl¨¢ntico y a quienes apoyaban al r¨¦gimen de Sadam Husein, primero, y al terrorismo contra la creaci¨®n de un Estado democr¨¢tico en Irak, despu¨¦s. Hay muchas razones para olvidar aquel desastre y muchos los problemas acuciantes de seguridad com¨²n. Merkel parece haber restaurado la confianza mutua y la relaci¨®n privilegiada. "Hemos abierto un cap¨ªtulo nuevo en nuestras relaciones", dijo. "Se basan en valores comunes". No han desaparecido las diferencias. Es imposible justificar en Europa el limbo jur¨ªdico de Guant¨¢namo. Pero no debiera resultar dif¨ªcil explicar que a todos ata?e que un pa¨ªs como Ir¨¢n que desea destruir otros y considera el terrorismo una extensi¨®n de su pol¨ªtica exterior se haga con armas nucleares.
Merkel ha dejado muchas cosas claras en pocos d¨ªas. Una es que el eje transatl¨¢ntico es para ella la base de la seguridad occidental. Adi¨®s a las veleidades neutralistas tan disfrutadas por el Kremlin y tantos otros. Otra que, nacida y crecida bajo un r¨¦gimen comunista, no a?ora como Putin ni la URSS ni una Rusia ¨¦mula que utilice el poder energ¨¦tico como si fuera un nuevo Ej¨¦rcito Rojo. Adi¨®s al antiamericanismo como elemento de cohesi¨®n de la vieja Europa. Le preocupa la estabilidad de Ucrania y la satrap¨ªa de Bielorrusia. Respeta los miedos hist¨®ricos a pactos entre Berl¨ªn y Mosc¨². Y le preocupa el desprecio a los derechos humanos, y por eso se interes¨® por Chechenia y por una oposici¨®n y unas ONG rusas que ya viven de nuevo como disidencia las arbitrariedades del r¨¦gimen. Merkel, llegada de allende el tel¨®n de acero, s¨ª sabe en qu¨¦ hemisferio vive y qu¨¦ valores defiende. Ayudar¨¢ a Putin a acercarse a ellos, no a socavarlos. Disipando brumas de Brest-Litovsk y otros pactos siniestros, la hija del pastor protestante ha tra¨ªdo de golpe mucha claridad al debate sobre la seguridad internacional. Hac¨ªa falta en la vieja Europa. Sea bienvenida.
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